Ápices del amor contemporáneo
Más allá de lo trillado que puede resultar el concepto inicial del que parte Going the distance (2010), tenemos una fresca comedia romántica protagonizada de manera sobria por dos de los más versátiles actores de la comedia norteamericana: Drew Barrymore y Justin Long. Ellos llevan adelante sin ningún problema un guión con muchos vaivenes y algo de rebuscada voltereta para alargar el metraje, pero que termina destacándose por una rutilante acidez cuando se disfraza de crítica a las costumbres de las parejas posmodernas.
El típico contraste entre dos ciudades totalmente opuestas -amado por el norteamericano pochoclero, sobre todo si su pareja consume Britney Spears o Lady Gaga- es el marco ideal que encontraron los realizadores para contar una historia de amor a distancia que se involucra más con la confianza y el valor de las amistades que con ese guiño que hace hacia la vida de roles y sueños que se explotó mejor en otros títulos recientes (el ejemplo más cercano, Up in the air, la última obra maestra de Jason Reitman). Cuando juega a la moralina fácil, no le sale. Pero cuando coquetea con los distintos matices que van conformando la cotidianeidad estadounidense en una sociedad que no le da cabida a los treintañeros que vienen trastabillando con los trabajos o los logros personales, se llena de una riqueza que no todos sabrán ver, obnubilados por los gags en las líneas del guión.
Por lo visto, el humor de las producciones de Apatow influenció bastante a Nanette Burstein y su equipo, ya que se puede notar cierta gama de latiguillos o salidas rápidas a ciertos lugares comúnes gracias a ese estilo tan característico de bombardear la pantalla con palabras ácidas y muchas veces grotescas. Cuando la comedia cobra protagonismo, Going the distance se luce; cuando el romance y la duda existencial la ahogan, decae. Y en ese (des)equilibrio incesante se balancea constantemente la película hasta llegar a un final bastante agarrado de los pelos pero que sabe como cerrar el círculo por el chiste leitmotiv por excelencia de la cinta.
Esta es una película que no da para ir a ver al cine, o quizás sí, pero en una tarde de lluvia, si hay dinero para el taxi y una buena compañía gastronómica durante la proyección. Imposible verla si no es acompañado por alguien de otro sexo. Realmente, la recomiendo para alquilar, y sin muchas pretensiones.