El naufragio de un género
Con el escenario de un majestuoso crucero que parte de Buenos Aires y recorre distintas ciudades europeas, se construye esta película que a partir de los equívocos pretende despertar la risa del espectador.
Amores a mares tenía todo para ser una comedia entretenida, alimentada por los cruces disparatados de personajes y las sorpresas a bordo, pero en su desarrollo peca de aburrida en su intento por emular comedias del estilo de Billy Wilder.
Javier (Luciano Castro), un escritor de novelas que atraviesa un bloqueo creativo, es impulsado por su agente literario (Miguel Angel Rodríguez, que parece salido de La jaula de las locas) para embarcarse en el lujoso transatlántico y encontrar allí diversas historias que lo inspiren. Las cosas se complican más de lo debido durante la travesía, cuando Javier aparece en el camarote de Paloma (Luisa Kuliok) y se ve inmerso en engaños, romances y mentiras. En su camino aparecerá su compañero de viajes, Larry (Gabriel "Puma" Goity), un marido inescrupuloso (Nacho Gadano) y una mujer en problemas (Paula Morales).
El director Ezequiel Crupnicoff recurre a gags reiterativos y estereotipados (la pareja gay del barco que mira a Larry, el personaje de M. A. Rodríguez o también Matesutti, encarnado por Pompeyo Audivert) que no causan gracia; diálogos poco felices en boca del personaje central, Javier, y situaciones que se estiran más de lo debido.
Amor a mares no es El crucero del amor y los roles secundarios poco aportan a una trama que no se sostiene dentro un género que pide diversión a gritos y se reserva los momentos hilarantes (los errores de filmación) para los creditos finales.
Si el objetivo era mostrar las bondades y servicios del barco (Capitán incluído y el baile de disfraces) la tarea está cumplida, pero al terminar la proyección uno siente que ha sido defraudado por una película que podría haberse mantenido a flote y que sólo es una sucesión de momentos poco felices.