Naufragio de ideas y actores a la deriva
“Amor a Mares” se inicia con una prometedora secuencia de dibujos animados que parece un homenaje a las comedias de Blake Edwards que mezclaban exitosamente trama de suspenso y humor. Una aspiración a la cual infructuosamente aspira la resolución de esta película publicitada como comedia romántica.
La trama gira precisamente sobre el problema del film: la falta de inspiración. Un escritor de best-sellers ha caído en una depresión creativa, por lo que su representante literario lo embarcará en un lujoso crucero de puertos turísticos para que encuentre allí las aventuras que despierten a las musas para salvarse de apremios económicos. Pero, a pesar de que los ingredientes están, la trama no funciona como divertimento ni como historia de amor. Las complicaciones indispensables para que una comedia de enredos sea mínimamente entretenida son presentadas de manera confusa, lo mismo que el estilo de narración indefinido y los roles esquemáticos de secundarios y protagónicos. Apenas Goity o Miguel Angel Rodríguez salen del paso a fuerza de oficio propio, más que por mérito de una dirección de actores ausente.
Pudo haber sido una comedia de enredos leve pero entretenida y sin embargo a los pocos minutos “Amor a mares” emprende un viaje sin retorno.
Todo por la borda
Sin pretender disimularlo, estamos ante un producto donde lo único que se luce es el barco, con sus comodidades y servicios muy bien promocionados. La factura técnica es correcta y prolija pero convencional, plano tras plano no sale de los parámetros de una estética publicitaria. En realidad, todo apunta a un lucimiento del crucero y los puertos pero los conflictos, los diálogos y las actuaciones caen en un subsuelo artístico que parecía superado en el cine argentino. Todo es esquemático, previsible y anticuado, sin lugar para la sorpresa, plagado de frases hechas como las muletillas que repite el escritor, donde abusa de adjetivos fosilizados y frases al estilo de: “Esto estaba matemática y cósmicamente premeditado”, por no hablar de los chistes homofóbicos, decadentes y anticuados.
Si el director quiso aportar al cine nacional una comedia de intención popular, lo hace por el peor de los caminos, el de una mirada cinematográfica perimida que utiliza una banda sonora que no deja un solo segundo sin musicalizar, con melodías que sobrecargan el sentido de las escenas y llega a ser tan molesta como una música funcional. Igualmente, los gags reiterativos y estereotipados, chistes que no causan gracia y situaciones que se estiran más de lo debido. Ni siquiera funciona el costado romántico, porque pocas veces se encuentra tan poca química como en la pareja de Castro y Morales. Si el objetivo era mostrar las bondades y servicios del barco el objetivo está cumplido, pero la película hace agua por los cuatro costados, engrosando la penosa lista que caracterizó otras épocas del cine argentino carentes de exigencia y talento.