Un crucero que hace agua
Javier Fink (Luciano Castro), nombre artístico de Jacinto Finkiarelli, es un promisorio escritor sumido en la depresión y el alcohol tras el abandono de su novia. Andrés (Miguel Ángel Rodríguez) es su agente, quien lo obliga a embarcarse en un crucero para escribir una novela que los saque de la malaria económica en la que el último fracaso de Fink los sumió. Si lo hubiera subido al Expreso de Oriente, o a un barco por el Nilo tal vez el resultado habría sido más satisfactorio. Pero no, elige en cambio un buque de una reconocida naviera italiana, donde lo más interesante que hay es un triángulo amoroso. Con la idea de recolectar material para su novela se hace pasar por psicólogo, y comienza a hablar con los protagonistas, hasta terminar involucrándose en la situación más allá de lo planeado.
El más grave de los problemas de este intento de comedia son los inverosímiles (empezando por el físico de Castro, a quien cuesta ver como alguien que se encierra a escribir), y las situaciones forzadas. El tipo de humor utilizado busca emular recursos de comicidad añejos, pero que hoy resultan fallidos, como el gay “mariposón”, el volcado de bandejas con comida para huir, y otras que no vale la pena citar. Hay un par de momentos simpáticos, pero ni uno que genere risas.
Falla el guión, falla la química entre los protagonistas, falla la banda de sonido que atosiga al espectador, no dejando ni un minuto de silencio, o de sonido ambiente. En lugar de oir el ruido de las olas al golpear contra la nave, se utiliza una suerte de música funcional cual ascensor, que para colmo de males pretende señalar los estados anímicos que tendrían que acompañar cada escena.
La película apenas se salva por los escenarios (el viaje termina en Venecia), y la pericia de los pocos que saben manejar el género (o que al menos tienen personajes que se lo permiten) y hacen lo que pueden desde sus roles, como Rodríguez y el Puma Goity. En cuanto al resto, Castro se ve rígido cual principiante, y no puede omitirse el desperdicio de actores como Pompeyo Audivert en un papel que parecía prometer desde su descripción inicial, pero que termina siendo poco más que una caricatura.
Sin pretender disimularlo, "Amor a Mares" es un producto meramente publicitario, en el que lo único que se luce es el barco.