La naturaleza del escorpión A primera vista, Ámbar (Antonella Costa) parece una prostituta más, sin embargo pronto el espectador ve que ese viejo que la vigila y la domina en realidad no quiere que se prostituya. Más bien todo lo contrario: si bien en un principio la relación entre ambos no se explícita, es claro que él la considera suya, y ese es parte del calvario de la muchacha. En su vida aparece Víctor (Gonzalo Valenzuela), predicador de una extraña iglesia espiritista y asesino serial, que busca salvarla de las oscuras fuerzas que él cree que la abruman. El director Aldo Paparella plantea una historia oscura, que transcurre en ambientes sórdidos, lugares donde prima el abandono, la decadencia, la suciedad, generando una atmósfera claustrofóbica y opresiva. Es destacable como primer valor de la película el minucioso trabajo sobre las locaciones acompañado por la excelente fotografía de Ariel Vilches, que maneja todos los ambientes en escalas casi monocromáticas, destacando ciertos objetos de colores más fuertes, sobre todo el rojo. El planteo estético resulta así de estilo pictórico, una belleza peculiar que enmarca el relato. Sin embargo la historia, a pesar de proponer una exploración interesante sobre la delgada línea que para los personajes existe entre el sexo y la muerte, carece de bases sólidas. El trabajo de Víctor como salvador resulta en un peregrinaje en el cual lleva a Ámbar a visitar extraños personajes, con capacidades sobrenaturales, que la someten a diferentes rituales en los que en general se ve involucrada su sexualidad. Este derrotero se hace algo tedioso ya que no aporta demasiado a la historia, y sólo sirve para poner de manifiesto el uso expiatorio que Ámbar hace de su cuerpo. Tampoco tiene demasiada solidez el trabajo del detective Amaya (César Bertrán) perdido entre los cadáveres envueltos como crisálidas que va dejando en su camino Víctor. Lo que más se destaca es el trabajo sobre los dos personajes principales, correctamente interpretados por Costa y Valenzuela: el asesino serial místico que encuentra la gran contradicción de su vida en esta muchacha a quien sí quiere salvar, incluso de sí mismo; y Ámbar, una chica frágil, sensual aunque le pese, en busca de algún tipo de redención por culpas que ni siquiera son suyas. Poblado de imágenes oníricas, el filme resulta en una propuesta interesante desde el lado estético, pero con una historia a la que le falta profundidad para generar una mayor atracción y evitar caer en la repetición, en el tedio.
Héroe accidental Furno (interpretado por Luis Machín, siempre impecable) es chofer de micros de larga distancia, un trabajo que comenzó como temporario pero al que terminó dedicándole toda su vida. En uno de los paradores de su ruta habitual conoce a Clarita, una de las mozas del lugar, y entablan una amistad. Pero cuando ella desaparece sin aviso ni explicaciones, él se propone ir a su pueblo a buscarla, sin tener idea de lo que puede llegar a encontrar allí. Uno de los logros de este filme es la inteligente evolución del personaje central. Furno comienza siendo ese hombre tranquilo, esquemático, de los que siempre cumplen las reglas, para terminar devenido en el héroe menos pensado. De a poco la necesidad de reaccionar frente a una situación que involucra a todo un pueblo, y un recuerdo de su pasado que lo atormenta, darán lugar a un personaje más osado, lúcido. Juan Dickinson dirige muy bien esta película, que comienza en apariencia como un filme costumbrista más, para tomar vuelo y desarrollar con ritmo interesante la trama del suspenso. Hay pocos personajes, pero bien actuados, especialmente el de Machín, que sabe estar a la altura de los sutiles cambios en su rol, central para la historia en todo momento. Una propuesta interesante, en esta película de suspenso sin grandes despliegues de acción, pero con momentos de tensión muy acertados, y un mensaje no proselitista sobre la importancia de involucrarse, de no quedarse estanco, de salir de la abulia.
Juguemos en el bosque El tema de la venganza es bastante habitual en el cine. Heridas que intentar reparar, deudas del pasado, las variantes son muchas, pero la fórmula es similar: un personaje busca a otro para ejecutar ese castigo que cree que el otro se merece. Y esa es la base de la historia de esta película también. Emil Kovac (John Travolta) es un sobreviviente de la guerra de los Balcanes. Un sobreviviente peculiar, ya que no sólo superó las batallas, sino también un fusilamiento ejecutado por el ejército de la OTAN. Y conoce el rostro de su fallido verdugo. Casi veinte años después logra saber el nombre de ese soldado, se trata del retirado Benjamin Ford (Robert De Niro, desperdiciando su talento una vez más). De alguna manera que no se explicita en el filme, Kovac logra ubicar a Ford en su remota reclusión: una cabaña en medio del bosque donde vive solo y alejado de su familia desde que volvió de aquella guerra. Y allí va a buscarlo. Para vengarse, claro. La película tiene momentos de suspenso bien logrados, pero avanza a los tumbos, con muchos altibajos, debido a la pobreza del conflicto que sustenta la historia. En un principio se plantea como una propuesta casi de asesino psicópata, sin embargo ese desconocido que pretende pasar por amigo ante Ford da a conocer sus verdaderas intenciones muy de golpe, rompiendo de manera brusca el ritmo que hasta entonces llevaba el filme, y allí comienza la persecución, la cacería. El director Mark Steven Johnson aprovecha la cruel intimidad del encuentro cara a cara, de la persecución a pie, y esos son los momentos en los que el filme alcanza cierta tensión, pero se desvanece en cuanto aparecen los largos e inconsistentes diálogos entre el desvariado Kovac y su aterrada presa. Hay mucho recurso sangriento también, después de todo la ventaja de ser un exsoldado es que se llega a esa mezcla de Mc Gyver y Rambo: gente capaz de resolver situaciones de emergencia con mínimos elementos. Con personajes que no aportan solidez, y una historia algo forzada, "Tiempo de Caza" parte de un buen intento como película de suspenso, pero se desdibuja en el camino, y no logra cumplir ese objetivo.
Renacer en el infinito La historia es simple, muy simple realmente: un equipo de astronautas debe reparar un artefacto de observación espacial, pero quedan varados tras el ataque de una suerte de tormenta de restos de un satélite que los rusos hicieron destruir, y cuyo impacto generó una reacción en cadena que arrastró, a velocidad de proyectiles, los escombros de más satélites aún. La cuestión será sobrevivir y volver a la Tierra. Con un excelente despliegue de efectos visuales, que muestran al espacio como un lugar inmenso, bellísimo, pero restringido y opresivo, a la vez, Alfonso Cuarón logra desarrollar un filme que atrapa por su despliegue estético, pero también por su excelente manejo de los ritmos, y, sobre todo, del suspenso. La economía de recursos afianza el poder de atracción, casi como si funcionara como centro de gravedad, de la trama. Sin gran elenco, sin variedad de escenarios, Cuarón logra atrapar a su espectador y mantener imperturbable su atención durante todo el tiempo que dura el filme. Lo que sorprende y fascina a la vez de "Gravedad" es el planteo de los contrastes. Una gran película con una historia mínima y apenas un par de actores. La enormidad del espacio contrapuesta a la pequeñez y fragilidad del ser humano. En algunas partes se escucha una banda de sonido que es un efecto más, pero en otras, el silencio absoluto. Sandra Bullock y George Clooney, los protagonistas, se calzan los personajes con gran facilidad. Bullock se destaca, en una actuación que logra transmitir emociones y tensión. Escondida en este escenario más habitual para la fantasía y la ciencia ficción, hay una historia muy humana, muy básica incluso, de supervivencia y superación. Un personaje central que debe sobreponerse a los obstáculos que el infinito le presenta por un lado, y que su propia historia le plantea por otro. Atrapante, fascinante, tecnológica, pero poética al mismo tiempo, esta propuesta muy bien realizada y dirigida por el director mexicano es más que un filme llamativo. Es una clase de suspenso y humanidad, una combinación tal vez extraña, pero que funciona de maravillas si se sabe plantear, como en este caso.
No está muerta, duerme La mediatización del caso de Eluana -una mujer pasó diecisiete años en coma y cuya familia pide al gobierno el permiso para desconectarla de los aparatos que la mantienen en estado vegetativo-, es el disparador de este filme del director italiano Marco Bellocchio, quien se atreve a encarar temas como la vida, la muerte, y la libertad de elección que el ser humano tiene ante ellas. El guión propone varias historias, cuyo único punto en común, además de la temática es que todos los personajes están pendientes, por razones varias, del caso de Eluana. Así tenemos a un senador (Tony Servillo), que debe votar en el caso nombrado, y que a su vez tiene una tirante relación con su hija, María (Alba Rohrwacher), por las diferentes opiniones de ambos. Por otro lado, se presenta una ex actriz exitosa (la impecable Isabelle Huppert), obsesionada también con la historia, ya que su hija se encuentra en una situación similar, y finalmente un médico obstinado (Pier Giorgio Bellocchio), empecinado en salvar a una mujer también empecinada, pero en suicidarse. Cada uno de los personajes se moverá en esa delgada línea entre la vida y la muerte, y optará por una o por otra. Incluso cuando la “muerte” no implique el paso trascendental, sino el hecho de sacrificar la propia vida. Y es que el punto es que no hace falta estar en coma para estar muerto en vida, las elecciones sobre el propio destino son lo que señala si realmente se está vivo, o si se eligió morir. La mirada de Bellocchio sobre sus personajes es imparcial: no juzga ni se posiciona en ningún lugar como si ese fuera el de la verdad absoluta: todos tienen sus razones para pensar y actuar como lo hacen. Esa postura le permitirá al espectador sondear en ellas sin ser inducido a opinar nada en particular, pensar desde un lugar propio. Con diálogos brillantes acerca de la sociedad, la política, los medios, la fragilísima condición del ser humano, Bellocchio ofrece una pieza que no se limita a lo discursivo, sino que además plantea una propuesta estética interesante y bellísima. Con un cuidado casi obsesivo en la ambientación de la historia de cada una de sus tres “Bellas durmientes” (Eluana, la hija de la actriz, y la suicida), el director despliega una belleza casi pictórica, sobre todo remarcada en el uso de una iluminación rembrandtiana, con un manejo sublime de las luces y las sombras, que ofrecen casi un lenguaje en sí mismas. Ningún escenario es caprichoso, todo responde a una lógica, y a la afirmación del mensaje que se quiere plantear. Una película movilizante por su temática, pero bellísima en sus aspectos estéticos, excelentemente actuada, con líneas sin desperdicio, y una profunda reflexión acerca de lo más básico de la condición humana: vivir, morir, quedarse a medias.
Pensar para no dejar de ser humano Una intelectual alemana judía, víctima del nazismo, sobreviviente de un campo de concentración y exiliada en los Estados Unidos, decide cubrir el juicio a uno de los criminales nazis para una revista estadounidense. Sin embargo lo que ella ve, su interpretación del proceso, no será lo que todos esperan que escriba. Se trata de Hannah Arendt, la autora de “El origen del totalitarismo”, y su cobertura del juicio a Eichmann, que se realizó en Jerusalem en 1961, aunque la película abarca hasta 1964, luego de que se publicaran sus artículos en The New Yorker, y ella debiera enfrentar la polémica que generaron. El filme de la directora alemana Margarethe Von Trotta es interesante, cautivante. Si bien el comienzo es algo lento, y abundan las discusiones intelectuales, esto no hace más que resultar más atractivo, ya que la realizadora le va dando a cada reflexión su espacio, logrando plantear un desafío al pensamiento del espectador. Por otro lado, más allá de la postura filosófica de la autora, Von Trotta muestra los efectos de su teoría en quienes la rodeaban, y cómo eso la afectó personalmente. Una elección acertadísima es no utilizar un actor para interpretar a Eichmann. Si bien la escena del juicio está teatralizada para poder presentar a Sukowa como Arendt allí, las imágenes del juicio son de archivo. Las expresiones, las palabras de Eichmann, son las originales, no hay interpretación, a lo sumo una selección de ciertos momentos puntuales. También son de archivo algunos de los testimonios de testigos, devastadores a pesar de su mínima presencia en el global de la película. Esta postura de la directora logra entonces situar al espectador observando lo mismo que observó Arendt en su momento. Y si bien las lecturas, considerando el tiempo transcurrido entre otros factores, serán muy personales, serán directas, al menos mucho más que si se observara a un actor. La actuación de Barbara Sukowa como Arendt es sublime, y acompaña esta visión de Von Trotta sobre ella, mostrando la absoluta humanidad de una mujer acusada de arrogante e insensible por sus detractores. El resto del elenco acompaña muy bien, al igual que la impecable reconstrucción de época, en un filme más que cuidado desde su producción. Una película que apela a la vez a la inteligencia y a la sensibilidad de quien la mira. Por el manejo del ritmo, las elecciones estéticas, la combinación de palabras y silencios, este filme sobre una mujer tan intelectual, segura de sí misma y combativa como fue Arendt inquieta, remueve, deja preguntas y cuestionamientos. Se puede acordar o disentir, pero es innegable que se trata de un filme que se involucra en el tema que trata. Un efecto fascinante y poco habitual en el cine.
Ladrón que roba a ladrón que roba a ladrón Bobby Trench (Denzel Washington) y “Stig” Stigman (Mark Wahlberg) se asocian para cometer un delito por encargo: deben robar un banco para un traficante de drogas, pero cuando el botín resulta mucho más cuantioso que lo que creían, empiezan a sospechar. De ellos mismos y de todos. Así descubren que ninguno de ellos es en realidad un delincuente, sino que en realidad son un agente de la DEA y un oficial de la Marina respectivamente. El dinero proviene de manos bastante sucias, algo que los fuerza a unirse para escapar de los muchos bandos que los persiguen, a ellos y al dinero. El filme cumple a pie juntillas con lo que se espera de un buen ejemplar del género: tiene mucha acción, persecuciones, disparos en cantidad, y mucho humor. La combinación funciona, condimentada especialmente por todas las facciones, de orígenes legales y no tanto, que quieren hacerse de la nada despreciable fortuna, que, para colmo de males, Bobby y Stig ya no tienen consigo. El guión maneja un ritmo vertiginoso, muy bien dirigido por el islandés Kormákur, y, si bien llega al destino esperado para este tipo de películas, lo hace a través de ciertos giros no tan tradicionales que tornan interesante la propuesta. El elenco es destacable: Washington y Wahlberg se calzan sus personajes sin ninguna dificultad, Bill Paxton y Edward James Olmos aportan buenas actuaciones, y hasta el galán James Marsden sale de su rol habitual de “cara bonita”. Se los ve a todos muy cómodos en sus roles, unidimensionales, sí, pero la profundidad no es lo que se busca en esta película. Ágil, entretenida, dinámica; en fin, una buena película de acción.
Crónicas de un nazi en el sur argentino En la década del ´60, una familia se dirige a Bariloche para recuperar un antiguo hotel familiar. En el camino se cruzan con un alemán que les solicita ayuda, y lo guían para los siga a través de las rutas patagónicas hasta llegar a destino. Pocos días después, el hombre volverá y les pedirá hospedarse en su hotel. Se presentará como médico, y les ofrecerá ayuda con el caso de su hija. Sin embargo, lo que ellos no sospechan es que ese médico tan afable es uno de los criminales nazis más buscados, Josef Mengele. Esta ficción histórica transcurre en el terreno de la conjetura, ese espacio temporal en el que ningún historiador logra establecer dónde estuvo Mengele realmente. Se sabe que vivió en Buenos Aires, y años después reaparece en Paraguay. Lucía Puenzo sitúa su historia, que anteriormente llevó a la novela, en esos años intermedios, de los que sólo hay suposiciones, pero ningún dato comprobable. El riesgo de moverse en ese espacio de la ficción pura, armando una historia atando los cabos de las leyendas, rumores y mitos, es en lo que termina resultando el filme: una anécdota vacía, intrascendente casi, en la que el tema del Holocausto y los monstruosos experimentos que Mengele realizaba con seres humanos, apenas si son mencionados como telón de fondo. La historia del funesto personaje ni se explica, y el espectador no muy familiarizado con el tema (tal vez se quiera suponer que no existen, pero es algo que no se puede dar por sentado) apenas si verá a un médico dedicado a investigaciones con ganado, que se solidariza con el caso de una niña un poco bajita. Sí, se solidariza. Porque así se muestra en la película, aunque después se quiera hacer hincapié en que en realidad era todo un experimento. La película apunta a denunciar la complicidad de una comunidad que encubre a criminales de guerra en fuga, pero tampoco logra ese objetivo, ya que el centro de la historia es la relación del hombre con la pequeña Lilith, y el silencio colectivo también queda en un plano desdibujado. Por otra parte, a pesar de contar con sólidas actuaciones como las de Axel Brendemühl como Mengele, y Diego Peretti, la historia está narrada con un ritmo muy lento, pausado, y no logra generar demasiado interés en el espectador, debido a lo anecdótico de su planteo. Ni siquiera las escenas de Elena Roger, que interpreta a una espía infiltrada para encontrar a los criminales de guerra, logran el pico de tensión que deberían, considerando los riesgos a los que se expone su personaje. Un villano bonachón, una familia que mira para otro lado, una niña un poco bajita entrando en la adolescencia, son los elementos que conforman este filme, muy bien producido y con excelentes locaciones, pero que requiere mayor compromiso con la temática que pretende plantear, demasiado seria para quedar en la mera anécdota.
Exclusivo para parejas (en discordia) El tradicional género de la comedia parece estar desarrollando un subgénero nuevo: la comedia turística. Se trata de comedias de enredos, pero situadas en ambientes donde los personajes se concentran con la excusa de pasar unos días libres, y eso genera las confusiones, idas y venidas, y las esperadas situaciones graciosas. En general, los productores aprovechan para promocionar algún lugar o emprendimiento del rubro del turismo, y la historia que se cuenta queda por ende absolutamente desvirtuada. Algo así sucede en “Sólo para Dos”. Gonzalo (Santi Millán) y Valentina (Martina Gusmán) son el matrimonio a cargo del resort de ese nombre, exclusivo para parejas en la isla Margarita, en Venezuela. Se encuentran en pleno conflicto conyugal, pero ella decide soportar una semana más, ya que llega el nuevo grupo de huéspedes. Entre los recién llegados se encuentran otras parejas, y lo extraordinario: un hombre solo, Miguel (Nicolás Cabré) abandonado por su flamante esposa. La historia gira entonces alrededor de los conflictos de cada personaje y su relación personal, buscando vericuetos donde las mentiras y los enojos generen la risa que se supone que la película debe tener. Sin embargo, la falta de empatía de los personajes, y la repetición de las situaciones logran lo contrario: terminan por cansar al espectador, que si en un principio esbozó una risa, a medida que avanza el filme reirá cada vez menos. Martina Gusmán ha probado ser buena actriz en otros filmes, pero no se haya en el tono de la comedia. Su personaje se torna muy melodramático, quejoso, y en ella se percibe una rigidez que resulta muy negativa para el registro de este género. Todo lo contrario sucede con Cabré, que se mueve como pez en el agua en estas cosas, interpretando a un chanta mujeriego penando, aunque no del todo afligido, por el abandono de su mujer. Otro actor que soporta bien el tono de comedia es Antonio Garrido, en el papel de Jairo, un exitoso cantante que lleva vida de playboy y asiste al lugar con su nueva pareja. Muchas vueltas sobre lo mismo, pocas situaciones de risa, y una historia con bases tan firmes como la arena de la playa en la que se desarrollan. Una comedia prescindible más.
Familia ensamblada David (Jason Sudeikis) no tiene alternativa: debe realizar un trabajo de contrabando de drogas desde México hacia Estados Unidos para su jefe, o éste lo matará por haber perdido su dinero. Ante lo inevitable, se le ocurre que el mejor disfraz para pasar la frontera sin llamar la atención es convertirse en parte de una típica familia americana, con casa rodante y todo. Para ello necesitará compañeros, y así es como Rose, la stripper (Jennifer Aniston); Casey, la chica sin hogar (Emma Roberts); Kevin, el chico inocentón del edificio (Will Poulter), y él acaban convirtiéndose en “los Miller”. El resto de la película cuenta las peripecias de estos improvisados inexpertos en el tráfico de drogas internacional, y cómo se las arreglan para volver a casa y cerrar el trato. Es una comedia llena de altibajos, en la que el final parece haber llegado antes de la primera hora, momento en el que el guión da una vuelta de tuerca que le permite estirarse otra hora más, como si fuera obligatorio complicar la trama para llegar a esa longitud. Y es que, si bien tiene momentos risibles, la gran falla es el manejo de los tiempos, del ritmo propio de la comedia. La extensión le quita efectividad, convirtiéndola en un ir y venir de situaciones y personajes. Las actuaciones son ajustadas, nada extraordinario ya que el guión tampoco lo requiere. Aniston se permite un par de escenas sensuales, aunque en realidad sólo deje en claro que tan mal no está para su edad, y que el baile sexy no es lo suyo. Sudeikis es el más cómodo en el género, y a Poulter le basta y sobra con su portación de rostro. Lo que genera la gracia está puesto permanente y exclusivamente en lo obvio: las falsas identidades, y el juego con los estereotipos. Los gags son poco graciosos en general, previsibles, y en el medio se cuela la nostalgia de cada uno de los personajes por esa familia que ninguno en su vida diaria tiene. Al fin y al cabo, hasta el más recio sueña con tener su pequeña familia americana.