Hay dos películas claramente demarcadas en Amor bandido. La ópera prima de Daniel Werner se presenta como un relato de iniciación erótico en el que un chico escapa con su profesora de arte del colegio secundario a una solitaria casa en Córdoba para vivir un romance tan tórrido como prohibido: Joan (Renato Quattordio) tiene 16 años y Luciana (Romina Richi), 35.
Con las hormonas a flor de piel, el viaje asoma con momento de intimidad y altísimas dosis de sexo, escenas que Werner musicaliza con los inefables violines de fondo. Todo indica que Amor bandido será una película sobre el descubrimiento y la pasión irrefrenable, sobre una pérdida de inocencia voluntaria y anhelada por ese chico que no se lleva del todo bien con sus padres.
Pero, sobre la mitad del film, la aparición de un supuesto hermano de Luciana (Rafael Ferro) hace que Amor bandido pegue un viraje hacia el thriller. No conviene adentrarse en las motivaciones detrás de su llegada, pues allí anida una de las sorpresas del film. Lo cierto es que Werner suma más capas de perversión y muchísima maldad, con torturas psicológicas y físicas hacia ese chico desorientado. El resultado es un film irregular pero impredecible, un curioso relato hecho de cursilería y sequedad, amor adolescente y crudeza.