The kids are all right
Curiosidades: en la Argentina, a Un conte de Noël, de Arnaud Desplechin, le pusieron El primer día del resto de nuestras vidas; mientras que a esta Le premier jour du reste de ta vie, de Rémi Bezançon, que evidentemente debería haber sido traducida como la otra le pusieron Amor de familia. Ambos films son de 2008 y hay más similitudes, se trata de sagas familiares contadas por capítulos, donde se destaca una búsqueda por el lado del humor más extravagante y el melodrama más profundo, todo mezclado y “empastichado”. La diferencia entre el film de Desplechin y el de Bezançon es que mientras el primero construye un relato de 150 minutos, desbordado y exagerado, el segundo arriesga un poco pero siempre sobre cierto terreno de seguridad. Amor de familia no está mal, pero algunos instantes un poco calculados en esa fusión de humor y tragedia hacen ver cierto grado de control que impide el exceso que debería ser norma.
No obstante la saga de la familia Duval (sí, con una L menos) tiene lo suyo, ya que Bezançon construye el relato a partir de cinco días especiales en la vida de este matrimonio y sus tres hijos, y donde cada jornada representa un hecho especial para cada integrante: el abandono de la casa familiar, el debut sexual, la posibilidad de un engaño, la muerte. En esta decisión formal, que le da cierto aspecto cool con sus capítulos distinguidos a partir de un título, el director demuestra además su capacidad para contar lo justo y necesario, sin excederse, con un notable uso de las elipsis y siendo muy concreto respecto de qué es importante para cada personaje. Hay escenas formidables como aquella en la que la madre descubre el diario íntimo de su hija y, leyéndolo, se sorprende con aspectos que desconocía, desde los más tiernos hasta aquellos más pesados y desgarradores. Ahí, otra vez, sobresale lo elíptico, cómo contar una vida con mínimos elementos.
Hay en Amor de familia un aire liviano, ligero, más allá de las intensidades de aquellos momentos señalados. Y eso es saludable toda vez que el relato cae en algunos tópicos ya contados una y mil veces: el padre que no respeta a su hijo, el conflictivo vínculo madre-hija, el profesional que culpa a todos de vagos pero desprecia su propia vida, la adolescente rebelde. Así como también los personajes están construidos en base a múltiples lugares comunes. Sin embargo no se podría culpar a Bezançon de ingenuo: el director sabe esto y por eso le da más importancia a la coyuntura que a los instantes. Es más importante cómo opera cada individualidad en el contexto de esta familia, cómo viven los demás los conflictos de cada uno, que lo que les pasa en sí.
Es interesante observar un detalle: el film comienza con una serie de fotos y videos familiares que nos muestran lo que está por venir, pero no nos dice mucho. Al final, las mismas imágenes son vistas por los protagonistas y eso nos emociona. Y esto es así porque ante nuestros ojos, durante casi dos horas, surgió el milagro de la vida. Conectamos con esos personajes y por eso cuando los vemos, nos emocionamos. Porque dejan de ser una foto, una imagen, y pasan a convertirse en realidad. Podremos decir que el uso de la música es un tanto excesiva (de David Bowie a Lou Reed) y que escenas como aquellas en la que el médico bromea con el apellido Duval para luego ponerse serio y hablar de una enfermedad muestran un poco los límites de esta película. Sin embargo, en esa falta de lucro con las emociones, en esa sencillez para reflejar los conflictos familiares y la honestidad con la que los hechos son mostrados, está parte del encanto de este film, algo ambicioso, en el que Bezançon muestra las peripecias que atraviesa un matrimonio para constituir eso que se llama familia.