Las partidas
La historia de cualquier familia tiene un denominador común que afecta a cada uno de sus miembros pero que sirve para contar un proceso por donde pasa la existencia, sin previo aviso. Ese concepto que unifica a los grupos familiares, sea la época que sea, el estrato social al que pertenezcan, se resume en la idea de las partidas: tanto las materiales como las partidas de nacimiento y de defunción; y las otras no tangibles como aquellas de la separación o las partidas de los hijos del seno de los padres cuando el abandono del nido y la necesidad de autodeterminación golpean la puerta generando conflictos, odios, dolores, reproches y diferencias generacionales, muchas veces irreconciliables.
De esa trama compleja de afectos rotos y recompuestos; de deseos y deberes que llevan a la postergación de los sueños o metas se compone el guión de Amor de familia, del director Rémi Bezancon, nominado a varios premios César en el 2009, incluidos los rubros de dirección y actuación que sin dudas son los dos fuertes de la película.
La estructura narrativa también resulta desde el punto de vista cinematográfico dinámica y no sumaria como a veces ocurre en películas que giran en torno al microcosmos de una familia durante varios años. El relato avanza tomando como punto de partida viñetas o capítulos significativos que tienen como protagonista a alguno de los personajes, en lo que podría definirse como film coral, por quienes transcurrirán distintas etapas comprendidas entre 1988 y 2000, todas ellas determinantes en el rumbo de la familia Duvall. Historia familiar que, si bien toma los carriles del melodrama intimista, incorpora inteligentemente personajes secundarios y pequeñas dosis de humor sin notarse el artificio del cambio de registro.
Los conflictos que atraviesan a esta familia de clase media francesa con un padre taxista (Jacques Gamblin), su esposa (Zabou Breitman) y sus tres hijos jóvenes trascienden la geografía para volverse completamente identificables y universales. Esa línea argumental abre las puertas a las emociones más genuinas para el desarrollo de cada personaje, construido meticulosamente desde un guión sólido, también escrito por Rémi Bezancon.
Mención aparte merecen, por un lado, una excelente banda sonora que en cada segmento elige coronar la atmósfera con una selección de clásicos del rock -muy pertinente a la hora de marcar las brechas generacionales-, y por otro las ajustadas actuaciones de Jacques Gamblin como el padre y Zabou Breitman en el rol de madre, sin por ello dejar de mencionar a Déborah Francois, Marc-André Grondin, Pio Marmai en los respectivos papeles de hijos. Todos ellos transmiten la sensación de verosimilitud que los hace creíbles, gracias a la eficaz dirección de Bezancon.
Películas sobre familias hay tantas en el cine... pero pocas consiguen emocionar sin golpes bajos como la de los Duvall; por eso vale la pena conocerla.