Todos eran mis hijos
Típico (y buen) filme francés sobre relaciones parentales, en búsqueda de libertad.
Una de las preguntas que podría disparar la trama bosquejada por el guionista y director Rémi Bezançon en Amor en familia sería ¿qué pasa cuando en un núcleo familiar, aparentemente normal, el síndrome del nido vacío tiene un twist , ya que son todos y cada uno de sus integrantes los que quieren escapar de la casa, en búsqueda de libertad? “La familia es una máquina de triturar sentimientos”, escribe Flor en su diario íntimo. Ya es grande, le ha pasado de todo, y se aflige porque uno de sus dos hermanos mayores, Al hace un año que no pasa por la casa.
La estructura es casi una suma de episodios o capítulos, cada uno transcurriendo en diferentes etapas de la familia, con fechas y títulos individuales, y sirven, a la vez, para retratar y enfocarse en cada uno de los miembros del clan de los Duval. La película comienza con una filmación casera y casi termina con otra. Como si el lienzo de una pantalla pudiera albergar aquello que se vivió, alegró y sufrió, a lo largo de los años.
Amor en familia tiene todos los elementos de un filme que pretenda analizar y criticar sin eufemismo una estructuración familiar. Insatisfacciones, padres que sobreestiman a sus hijos o no los alientan, deseos, tensiones, patologías varias, falta de experiencia y secretos revelados casi sin querer. La escena en la que la madre descubre y lee el diario íntimo de Flor quizá sea el mejor extracto o síntesis de lo que Bezancon anhela relatar.
Tal vez la caracterización de los personajes sea algo esquemática (padre rockero, fumador y taxista; madre que de grande retoma estudios y sueña con un affaire; hermanos mayores de caracteres contrapuestos; hija menor rebelde y ávida de nuevas experiencias; abuelo cascarriabas), pero lo cierto es que el relato funciona, y bien. Hay situaciones generalizadas y frases hechas del tipo “Ojalá todo fuera diferente -dice la madre- cuando tu papá me amaba y yo era todo para ustedes”, o la temible expresión “Tengo que decirte algo” que no suele anteceder nada bueno.
En este tipo de comedias dramáticas las interpretaciones son la clave, amén de un guión que sea ágil y la realización, que sabe dar saltos hacia atrás en el tiempo, aprovecha elipsis y jamás peca de perder el rumbo pese a hacer piruetas con los personajes. La belga Déborah François (Flor) es todo un hallazgo, lo mismo de sus hermanos en la ficción, Marc-André Grondin (Raphael) y Pio Marmaï (Albert), amén de papá y mamá (los más veteranos Jacques Gamblin y Zabou Breitman), todos realmente impecables.