Rodrigo García ha intentado, con éxito diverso, incorporar la mirada, el deseo y la sensibilidad particular de las mujeres en sus películas. Sin embargo, y esto puede comprobarse en su última película, por momentos lo que construye es una mirada masculina sobre las mujeres.
En Amor de madres, muy lejos de su auspicioso debut en el cine, se confunde y confunde. A partir de un discurso masculino disfrazado de femenino, construye una historia de mujeres de distintas edades y condiciones, todas ellas tomando decisiones claves a partir de su relación con la maternidad. La que no puede ser, la que no quiere ser, la que fue cuando no era conveniente, la madre que sojuzga, la madre que contiene, la madre que rechaza. Todas ellas se encuentran, se cruzan, se conocen.
Cabe aclarar que, aun cuando la película parece proponer miradas diversas sobre la cuestión, lo que sostiene el conjunto de ideas de la película, no es sino una concepción lineal y remanida de la maternidad. La historia de estas mujeres y su lugar como madres, que parece sostenerse en opciones personales diferentes, solo se dirige a una naturalización del rol. Lejos de las concepciones actuales sobre el particular, que entienden la maternidad como un concepto cultural, histórico y socialmente determinado, Amor de madres presenta a la maternidad, como una configuración natural – e inevitable – de las mujeres.
Las historias de cada una de las ellas, y el modo en que son madres y son hijas, se entrelazan en un argumento por demás melodramático, con un final narrativamente tan forzado y efectista, que empeora más la simplificación que presentada en todo el desarrollo.
Podría escribirse un capítulo sobre el lugar de los hombres. No solo canallas o limitados o egoístas o egocéntricos, los hombres en Amor de madres son tan elementales, y sus reacciones incomprensibles en la lógica interna de la película y del desarrollo de la trama. Esta simplificación aporta a la naturalización de los roles socialmente construidos (lo que parece ignorar García). La idea que sostiene con el efecto dramático final, donde el rol redentor de la muerte, en una de las más rebuscadas formas de expresar el sentido sacrificial de toda madre, es francamente antediluviano.
Si la sensibilidad parecía ser una virtud del director en sus anteriores películas, en esta todo ese encanto queda en tono de falsete, impostado. Las actuaciones quedan condicionadas por la confusión de ideas que expresa la película y de ese modo son puramente exteriores y en muchos casos fuera de tono.
Películas como Amor de madres podrían dejar pasarse sin ningún esfuerzo, pero sin embargo, para este servidor, no parece apropiado obviar la trascendencia que las múltiples simplificaciones y naturalizaciones respecto del rol de la mujer han tenido en una de las más ominosas formas de dominación: el machismo. Rodrigo García, creyendo que construye un relato propio del universo femenino y con una voz honestamente propia de la diversidad de las mujeres, hace una película que reniega claramente de lo aprendido en los últimos 50 años de luchas de género.