Madre (no) hay una sola
Como ya había demostrado en el film Con sólo mirarte (Things You Can Tell Just by Looking at Her, 2000), el colombiano Rodrigo García tiene una particular predilección por las historias femeninas. Amor de madres (Mother and child, 2009) consigue momentos de genuina emotividad, pero con el correr del metraje el relato se vuelve demasiado calculado, resintiendo el resultado final.
Madre hay una sola, dice el dicho popular. Pero si un vínculo en la modernidad ha mutado merced a las nuevas tecnologías del cuerpo y los cambios sociales, es el de madre e hijo. Abortos, fecundaciones in vitro, tratamientos varios, sumados al auge de familias no tradicionales. A tono con esta realidad, Amor de madres es una historia de redención, encuentros y desencuentros. Garcia hace foco en mujeres con carácter, profesionales y de clase media. Karen (Annette Benning) lleva una adultez poco satisfactoria. Su madre está por morir y pesa sobre su conciencia aquella hija que tuvo a los catorce años y debió dar en adopción. Elizabeth (Naomi Watts) es una mujer en apariencias fuerte, abogada ambiciosa que inicia un affair con su jefe (Samuel L. Jackson) y cuya fragilidad comienza a manifestarse tras quedar inesperadamente embarazada. Por último, Lucy (Kerry Washington) es una mujer negra (dato no menor, ya verán por qué) que planea junto a su esposo una adopción, aunque las cosas no resulten como esperaban.
El primer mérito del film es el compromiso asumido por el elenco. Las protagonistas aciertan en cada gesto, cada línea de diálogo, dándole a la historia una emotividad a flor de piel. Cuesta no generar una empatía con cada una de ellas, más aún cuando el conflicto con la maternidad repercute en las relaciones de pareja. Tanto Bening (que cierra un año excepcional, coronado con el reciente Globo de Oro por Mi familia) como Watts reconfirman que pueden ser convincentes tanto en el mainstream como en proyectos más independientes. La menos conocida Washington es la revelación del film y convendrá seguirle los pasos. Otro aspecto a destacar es la puesta en escena, transparente y concentrada en la gestualidad de los personajes. Con la habilidad de un maestro de orquesta, Garcia sabe tirar las cuerdas e hilvanar las tres sub-tramas con oficio. Colabora –mucho- la delicada banda sonora de Ed Shearmur, emotiva pero no maniquea.
¿Por qué Amor de madres no es, entonces, una gran película? Producida por Alejandro González Iñárritu, no cuesta imaginar que el mayor defecto del film esté relacionado con la filmografía del productor. Mientras que en Con sólo mirarte las historias no tenían una vinculación tan directa, aquí desde el comienzo sabemos que más tarde o más temprano el relato las unirá. Y esa unión se resuelve de una manera forzada, con moralina y una cuota de arbitrariedad que por fortuna –a diferencia de engendros como Babel (2006)- no aparece durante la mayor parte del film. Es de celebrar que teniendo tamaño culebrón entre manos, Garcia opte por un tono discreto, en donde las tensiones sociales aparecen de forma espontánea. Allí están los sutiles apuntes al ascenso social, las estructuras familiares (que de alguna manera pesa en las tres mujeres), en definitiva lo laboral y lo íntimo forjando el destino de los personajes. El final opta, en cambio, por eludir todo trazo fino y desmembrar esas esferas en pos de un cierre rosa y banal, “a la González Iñárritu”.
El resultado es, pese a los desniveles, más positivo que negativo. Esperamos que Rodrigo García profundice su vinculación artística con historias femeninas, la próxima vez siendo más fiel a la lógica y coherencia que plantean los conflictos sobre los que su filmografía parece interesarse.