El instinto que yace.
Se advierten en Amor de madres varias coincidencias con dos películas anteriores de Rodrigo García: Nueve vidas y Con sólo mirarte. La primera consistía en nueve planos secuencia, cada uno contando una vida distinta. La segunda presentaba una estructura coral, que por sus cruces narrativos la asemejaba a Ciudad de ángeles de Altman y a Magnolia de Anderson –y a tantas otras películas de la última década–. Los personajes principales en ambas eran femeninos, así como, en rasgos generales, los tópicos de las historias que protagonizaban.
Aquí el relato se centra en la vida de tres mujeres. Karen (Annette Bening) lleva una amarga y miserable vida de solterona con su anciana madre como única compañía. Treinta y seis años antes, siendo apenas una púber, debió dar en adopción a su beba, de quien no volvió a saber nada. Atormentada por ese recuerdo, conoce un día a Paco (Jimmy Smits) y gracias a este amor comienza a ser feliz. Eventualmente, él la convence de buscar a su hija. Esa hija es Elizabeth (Naomi Watts), una cínica y calculadora abogada cuyas relaciones, tanto a nivel personal como profesional, son absolutamente pasajeras. Su falta de escrúpulos para seducir hombres de familia y acostarse con ellos la lleva a tener un amorío con su jefe (Samuel L. Jackson) y quedar accidentalmente embarazada. Empeñada en recomponer su vida, Elizabeth sigue adelante con el problemático embarazo y comienza a buscar a su madre. La tercera mujer es Lucy (Kerry Washington), quien desea, más que nada en el mundo, tener un hijo. Imposibilitada de lograrlo por vía natural, decide adoptar, incluso luego de ser abandonada por su marido.
No pocos comentarios se refirieron a las marcas de González Iñárritu en la narración, y tal aseveración no carece de asidero. El mejicano es el productor de la película, cuyo guión, por cierto, es más rígido y forzado que el de Con sólo mirarte. Teniendo esto en cuenta, cabe suponer que Amor de madres bien podría haber terminado siendo un bochorno lacrimoso. El resultado final dista bastante de eso, principalmente debido a la impecable performance de las actrices protagónicas, algo de lo que García sabe sacar provecho en casi todo lo que dirige.
Para ser más específico: Anette Bening es lo mejor de la película. Cada gesto, cada mirada, cada movimiento: todo en su personaje es inexplicablemente hermoso y conmovedor. Todos los estados de ánimo abordados por el film se concentran en esta magnífica interpretación. Ante la realidad latente de un pasado doloroso e inexpugnable, la desvalida Karen entrega las dosis perfectas de soledad, frustración, inseguridad, esperanza y resignación, tanto por lo que exterioriza como por lo que reprime. A su vez, Naomi Watts hace el papel que mejor le sale. Su Elizabeth es fría, sofisticada y autosuficiente, aunque tan sólo se trate de una fachada autoimpuesta, producto del abandono de su madre. La premisa, en definitiva, es que para llegar a un final que emocione los personajes deben cambiar su carácter por completo. No hay nada de reprochable en esto. Lo más flojo, acaso, reside en las situaciones del destino que dichos personajes atraviesan para que el cambio se produzca y así, impulsadas por esa épica del instinto maternal, las benditas lágrimas broten de nuestros ojos. Por este exceso de intención, por esta falta de sutileza, Amor de madres no resulta ser todo lo buena que podría haber sido.