LO ROMÁNTICO COMO ALGO ADMINISTRATIVO
Podemos convenir que Amor de medianoche –remake hollywoodense de un film japonés del 2006- está lejos de la indignación que genera una película Todo, todo, que no solo exhibía una pobreza narrativa y estética apabullante, sino que también tenía un par de decisiones hacia el final que eran el colmo de la manipulación. Sin embargo, también está lejos de ser un film mínimamente decente, básicamente porque nunca termina de creer en lo que está contando.
Es cierto que la premisa que narra el film pone a prueba la credibilidad, pero también que sus componentes trágicos poseen aristas potencialmente atractivas: está Katie (la bonita pero algo inexpresiva Bella Thorne), una chica que sufre una rara condición médica que impide estar al sol, que comienza un romance con Charlie (Patrick Schwarzenegger, hijo del gran Arnold, tan de madera terciada que da ternura), un típico muchacho popular, deportista y bien parecido, pero también sensible y con algo de tristeza por ciertas cuestiones que no han salido del todo bien en su vida. Alrededor de esta pareja también orbitan Jack (Rob Riggle, que hace lo que puede y se le agradece), el padre de Katie, que hace todo lo que puede por su hija y hasta algo más; Morgan (Quinn Shepard, lo mejor del film), la amiga de toda la vida; y las canciones que compone y toca Katie, que según la película son buenísimas, aunque suenen igual a muchos temas trillados que se han escuchado una multitud de veces.
Todo es muy rutinario en Amor de medianoche y no se sale en lo más mínimo de lo que podía esperarse a priori: la bondad de la protagonista, el cariño incondicional de sus seres queridos, su timidez innata cuando inicia el vínculo con su amado, el enamoramiento súbito del joven, la inexplicable necesidad de ella de no contarle nada de su enfermedad, el giro fatal de la última media hora y el final donde todo está todo mal pero en el fondo sabemos que todo va a estar bien. Y eso en un punto guarda algo de lógica, porque así se construyen buena parte de estas historias románticas donde el amor dura poco pero se recuerda para toda la vida. El problema es que el relato nunca parece preocuparse por ir a fondo y con pasión con su propuesta para que todo lo que se ve sea medianamente creíble. Solo pareciera ocuparse de construir con algo de coherencia la trama, hacerle jugar a cada uno de los personajes su papel en la historia, aplicar las vueltas de tuerca requeridas y redondear un producto inofensivo.
Toda la puesta en escena de Scott Speer, más administrativa que cinematográfica, está destinada a un público que ya debería estar conmovido de antemano, listo para llorar y con el dinero para comprar la banda sonora, y eso se nota hasta en la duración del film, que cumple con los noventa minutos casi reglamentariamente. La película tiene un par de golpes bajos, pero como se ven venir a la distancia y son aplicados rápidamente, ni siquiera ofenden, lo cual puede ser una ventaja aunque va de la mano de la intrascendencia. Amor de medianoche amaga con querer ser una gran historia de amor, pero luego decide eludir todos los riesgos posibles, ser el producto teen de la semana y delinearse como un exponente más de un género que últimamente viene bastante maltratado.