Lejos del sol
Hace ya 12 años que el realizador japonés Kenji Bando presentaba en los cines Taiyō no Uta (2006), conocida mundialmente con el título en inglés de "Midnight Sun", una lacrimógena historia de una joven con una extraña enfermedad llamada XP (Xeroderma Pigmentoso) que le imposibilitaba exponerse a la luz solar. Tomando ese punto de partida, y participando el propio Bando en la adaptación, es que ahora llega Amor de medianoche (Midnight Sun, 2018) lacrimógena y manipuladora propuesta, heredera de todas las adaptaciones de Nicholas Sparks, que busca repetir el suceso de la película nipona aggiornandola a los tiempos que corren y al escenario americano.
Katie (Bella Thorne) vive de día encerrada en su casa, por la enfermedad que padece, una vivienda preparada especialmente para que la luz del sol no penetre en ella, mientras que de noche intenta recuperar algún aire de vida normal, tocando la guitarra, su pasión, en una vieja estación de tren. Ese paliativo no le hace detener las ganas de poder correr, soñar, jugar, y vivir una rutina como la de cualquier chica de su edad, y hasta enamorarse y poder tener una relación estable. Cuando finalmente conoce a Charlie (Patrick Schwarzenegger), uno de los “populares” del instituto al que acude “virtualmente”, y de quien está perdidamente enamorada hace años con sólo contemplarlo unos minutos por la ventana de su habitación, su vida dará un giro inesperado, ocultando su problema y evitándo de día a su amado, tratará de hacer vida de pareja.
Pero Amor de medianoche es una histora que repite fórmulas ya probadas por blockbusters dramáticos para adolescentes como Todo, todo (Everything, Everything, 2017) o Bajo la misma estrella (The Fault in our stars, 2014), que respetan el combo enfermedad, amor, conflicto y resolución, para narrar desde lugares comunes, estereotipos y diálogos almibarados, la épica de una pareja que deberá sortear obstáculos para poder estar juntos y que en algún punto saben que es imposible. En esta oportunidad, a la repetición de formato, trazos gruesos y situaciones ya vistas se le agregará el aditamento musical como eje narrativo, constituyendo un doble camino para potenciar el plot y desde allí generar la sensibilización necesaria para avanzar en la propuesta.
Al intentar a toda costa manipular al espectador para que se emocione, apelando al soporte con planos abiertos, paneos, exploración musical para generar climas y atmósferas, la sobre exigencia de atención, en este sentido, juega en contra de la puesta. El carisma de Bella Thorne (Luna de miel en familia, Amityville: El despertar) no alcanza para recuperar aquello que su compañero, Patrick Schwarzenegger no transmite en cada una de sus intervenciones, además de lidiar con diálogos básicos, y que más allá del almíbar necesario, podrían haber explorado otros aspectos de la historia.
El director Scott Speer, demuestra su ineficacia para sostener el ritmo y la tensión necesaria para que el relato avance, y sólo en algunos pocos momentos puede transmitir genuinamente el drama de esta joven, el de su entorno familiar y el de la pareja que se acaba de formar, pero esa fugacidad son sólo instantes en medio de la inmensidad de la propuesta. Su experiencia previa en televisión, dirigiendo episodios de productos para adolescentes, o su paso previo en el cine, dirigiendo Step Up 4: La revolución, no bastan para construir un producto sólido y potente que resista todo el metraje y que apasione a quienes se acerquen al cine a conocer la historia de Katie, su amor y enfermedad.