La comedia romántica es un género con fórmulas determinadas a fuerza de reiteración: todos sabemos que, en el 99 por ciento de los casos, cuando una chica conoce a un chico (o al revés), terminarán juntos más allá de todos los imponderables previos. El problema con Amor de películano es la replicación de los tópicos habituales, sino el aire cansino con que los recorre.
La primera escena de la película de Sebastián Mega Díaz muestra el primer encuentro de Martín (Nicolás Furtado, en un registro radicalmente opuesto al de su Diosito en El marginal) y Vera (Natalie Pérez) en un bar. Mejor dicho, lo muestra y lo narra con una voz en off que explícita el uso de los códigos del género.
Siete años más tarde, Vera es una cantante y actriz exitosa, mientras Martín sigue siendo un director que persigue sus sueños de grandeza. Lo hace aun cuando implique descuidar su relación. Harta de los desplantes constantes, ella propone tomarse un tiempo para evaluar su situación sentimental, todo ante la presencia de un director de teatro (Guillermo Pfening) que intentará sacar su tajada de la separación.
Más allá de algunas secuencias humorísticas logradas, Amor de película no llega a construir un relato verosímil, así como tampoco una química entre una dupla protagónica que se mueve en registros actorales distintos. El resultado, entonces, es una película amena aunque fallida, disfrutable solo por momentos.