Amor de Película: Un coqueteo visual de 30 minutos.
«Amor de Película» es como tu crush de la adolescencia, de pibe la viste como una diosa griega pero de adulto te desilusionaste al ver que cambió.
¿Recuerdan el gag de los dibujos animados donde salen corazoncitos alrededor del personaje enamorado sólo para estallar en mil pedazos cuando éste se topa con una decepción? Bueno, algo así sucede durante la primera media hora de esta cinta titulada Amor de Película (2019) dirigida por Sebastián Mega Díaz donde se empieza por una historia que está dentro de otra historia. La “macro-trama” debe ser la más emocionante por abarcar más duración, pero aquí fue al revés, como si el director hubiese disparado todas sus balas al principio para quedarse corto de munición después.
Este filme trata sobre Martín (Nicolás Furtado) y Vera (Natalie Pérez) que al principio nos son presentados como “chico” y “chica”, él es un tipo tímido aficionado a la escritura y ella una cantautora en una relación tóxica que se conocen gracias a un corte de luz en el café donde se encontraban. La química entre ambos surgió tanto dentro como fuera de la pantalla ¿por qué por fuera?, pues porque todo lo anterior se trata de un cortometraje grabado por Martín, allí fue donde conoció a Vera e iniciaron su noviazgo. Este cortometraje se muestra de manera tal que nos convence de ser la película en cuestión, no sólo por ser lo primero en mostrarse sino por toda la calidad que exhibe. Ahí hay un diálogo hilarante entre “chico”, “chica” y hombre disfrazado de panda que ambos confunden con su interlocutor. También ofrece, en una de las escenas, iluminación parcial con dos colores bien contrastados, el azul y el rosa, una parodia del estilo usado en muchos audiovisuales del último par de años, de igual forma, Furtado y Pérez dan sus mejores actuaciones en ese cortometraje.
Cuando Nicolás Furtado se pone en los zapatos de “chico” luce como un atolondrado, pero no de caricatura, sino uno de verdad, cómo se comportaría cualquier hombre inexperto en el amor cuando se le presenta la oportunidad de salir con alguien como la “chica”. Por su parte, Natalie Pérez se presenta adorable, coqueta sin caer en lo trillado de “guiñar el ojo” para demostrar interés, no, ella lo hace de forma sutil, elegante, valiéndose de miradas curiosas, indirectas y una torpeza fingida para atraer la atención de “chico”. Aquí los dos pasan por situaciones donde el tan esperado beso se acerca y se aleja como si fuera la bellota de la Era del Hielo, todos desean verlos besándose pero “chico” mete la pata una y otra vez mientras el público siente la verdadera impotencia que una película de romance o comedia romántica debería provocar en esos casos.
Lo bueno llega a su fin cuando se nos revela a Martín y a Vera viendo el corto en su televisor, de ahí en adelante toda la magia anterior se esfuma. Furtado y Pérez caen en una actuación repetitiva. Ambos viven un amor de ensueño hasta que él decide irse a México a dirigir algunos capítulos para una serie, lo trágico acá es su viaje colisionando con el estreno de una obra estelarizada por Vera. A partir de aquí, ella no hace más que llorar, él no hace más que llorar, los dos se meten en un ciclo de melancolía eterna sin que otra emoción vea la luz del sol. Por si fuera poco, el supuesto antagonista, el director de la obra de teatro interpretado por Guillermo Pfening, no se confronta con Martín en un clímax donde ambos tratarán de quedarse con la chica, más bien, se le trata como cero a la izquierda en este punto, revelando así que no hubo otro antagonista más que el sueño de Martín.
A todas estas, no se puede dejar de mencionar el bombardeo de clichés en las escenas finales, Martín bajándose del taxi de camino al aeropuerto con música inspiradora de fondo, Vera brillando en su actuación mientras el dramaturgo la sobrevuela cual buitre, el novio irrumpiendo en el teatro… en fin. Sólo se puede concluir que todo el empeño se puso en la “primera parte” del filme, lo demás se construyó muy a la ligera, como si ese primer esfuerzo los hubiese dejado tan exhaustos a todos que decidieron simplemente “salir del paso” en lo que quedó por grabar.