JoJo Rabbit: Un humor semi negro. Jojo Rabbit es una comedia gris sobre un niño nazi donde nadie quiere ligarse a Scarlett Johansson. ¿Qué se podría decir de una película cómica que además es bélica cuyo protagonista es un niño nazi de diez años que tiene a Scarlett Johansson como madre y a Adolf Hitler como amigo imaginario? Probablemente vendría a nuestra mente que el próximo nombre en ese cast sería el de Will Ferrell y que la cinta moriría en la tele siendo transmitida una vez a la cuaresma a las 3 AM cuando sólo los alcohólicos, los desempleados y los solitarios están despiertos. Afortunadamente, este no es el caso de Jojo Rabbit (2019), la última película de Taika Waititi a quien ya hemos visto como director en Thor: Ragnarok y Avengers: Endgame. Basada en el libro Caging Skies de Christine Leunens, Jojo Rabbit es una comedia pero también una coming-of-age —más adelante veremos por qué— sobre Jojo «Rabbit» Betzler (Roman Griffin Davis), un niño miembro de las Juventudes Hitlerianas que, tras volver de campamento, descubre a Elsa (Thomasin McKenzie), una adolescente judía que se esconde en su casa, cuya presencia hará que Jojo reflexione sobre su forma de ver el mundo. Este es el trabajo más dedicado de Waititi desde «Hunt for the Wilderpeople» (2016), gracias a que no sólo dirige sino que además, produjo, escribió y encarnó el papel de Hitler en esta comedia no tan negra que es Jojo Rabbit. Desde el punto de vista cómico, la cinta no es del todo una comedia negra, es más bien una gris, pues mezcla elementos cómicos del humor negro con otros más cercanos al estilo de Los Tres Chiflados o a los diálogos llenos de ironía y sarcasmo propios de la comedia de situación. A esto se le añade su talento propio para explotar la esencia primigenia del chiste: la incongruencia inesperada, por ejemplo (no es un spoiler): “— Che ¿dónde vivís? — ¿viste las casas chetas de allá con pileta y autos copados? —Sí—, bueno, al lado—”. La gracia del chiste anterior (si es que la tuvo) recae en el factor sorpresa donde nadie espera que el interlocutor diga “al lado”, bueno, en Jojo Rabbit, Waititi hace algo así con un diálogo que incluye pastores alemanes cuyo final es tan obvio que todos lo pasarán por alto hasta que el mismo Waititi los sorprenda. ¿Qué podría ser mejor que una mujer disparando una ametralladora MG-42?, pues la actuación de Sam Rockwell como el Capitán Klenzendorf, el bufón de corazón noble y uniforme de la Wehrmacht que hizo de estrella en los momentos cómicos haciéndonos sentir lástima y empatía por aquel militar nazi. Dio uso a la sobreactuación y la actuación sin caer en la morisqueta, talento que equivale a esculpir con chatarra, un solo error y todo se verá mal pero este no fue su caso. Roman Griffin Davis, el niño fanático del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, definió con su actuación a este filme como algo más que una comedia. Gracias a él, se sabrá que estamos ante una coming of age donde el pequeño muestra cambios sutiles que lo vuelven más maduro y menos inocente conforme pasan los fotogramas. Su trabajo de actuación fue tan minucioso que puede compararse con una flor abriendo sus pétalos luego del alba, no vemos qué ocurre hasta que ocurre. Ahora hablemos de lo que todos estamos esperando, el rol de Scarlett Johansson, encargada de dar vida a Rosie Betzler, la mamá de Jojo, en un papel más que inspirado en Guido Orefice, personaje interpretado por Roberto Benigni en su película La Vida es Bella. Scarlett Johansson hace de madre abnegada con un método de crianza que implicar mezclar el juego con la realidad en un intento por romper el la barrera ideológica que separa al Jojo nazi del dulce niño que una vez fue, Scarlett fue capaz de mostrarse como una mujer llena de vida pero con un profundo dolor que se manifiesta entre líneas antes de que lo veamos en sus ojos vidriosos. Como ya se sabe, lo anterior deja un gusto amargo en la comedia que debe ser esta película, lo cual es otro mérito para el director, pues Waititi logró convertir lo cómico en algo tan maleable como si fuera una amalgama de oro, que une a lo bélico con lo coming-of-age y la tragedia que acarrean los dos géneros anteriores, todo eso como si se tratase de un filme armado usando el kintsugi. Le bastó un plano para mostrar sin caer en el morbo el suceso más crudo de toda la película, recreó la guerra sin grandes escenas de batalla y además lanzó una burla al mostrar a su Hitler imaginario ofreciéndole cigarrillos a Jojo, el verdadero Hitler detestaba el tabaco y es aquí donde nos da algo para reflexionar: Hitler le ofrece cigarrillos a Jojo, él los rechaza, cada vez con más ímpetu, el Hitler imaginario aparentemente fumaba, Jojo por ningún motivo lo haría, el Hitler de verdad tampoco, lo que hace ver que Jojo era más Hitler que el Hitler imaginario, puede ser eso o simplemente un niño de diez años consciente de no estar en edad para fumar. Jojo Rabbit (2019) funge como muestra del sello autoral de su director, alguien que ya dio las mostró su estilo con películas de Marvel pero que probablemente se consagró esta cinta que si bien no fue hecha para el consumo masivo, no deja de ser una excelente inversión a la hora de pagar una entrada al cine. Sin duda alguna, Jojo Rabbit es una película que sacará a tu fascista interior para darle un golpe en la cabeza.
[REVIEW] Bacurau. Lo único más inesperado que el final de esta película es su trama. Bacurau (2019) es una película brasileña dirigida por Juliano Dornelles y Kleber Mendonça Filho que presenta la historia sobre un pueblo al norte de Brasil llamado Bacurau, cuyos problemas con el suministro del agua potable están vinculados al alcalde, quien no dudará en usar métodos poco ortodoxos para deshacerse de sus opositores. Esta película recuerda mucho a la trama de Freaks, pues no tiene un personaje principal como tal, sino un grupo de personas que durante la mayoría del tiempo se verán realizando sus rutinas cotidianas inherentes a la vida de un pueblo pequeño latinoamericano. Claro, recordemos que en Freaks, la cosa se puso buena al final y eso mismo pasa con Bacurau, sus directores nos engañan haciéndonos creer que es otra cinta de crítica social que dura mil años y aburre como un partido de ajedrez por radio pero no, cerca de sus últimos minutos, la trama da un giro abrupto de una forma tan sutil que no lo vemos venir. Como si fuera de la noche a la mañana, lo que creíamos eran unos pueblerinos inocentes, se transforman en combatientes ante un grupo de mercenarios que vienen a liquidarlos. Aunque parezca extraño, era algo que se nos anunciaba desde el principio con tantas «pistas» sobre el pasado de Bacurau y su disposición a alzarse en armas ante un enemigo nacional o extranjero. Está demás decir que como toda película latinoamericana está llena de escenas de sexo como para mantener la atención de los espectadores, pero éstas no opacan a las escenas con carga política, siendo una de este estilo la mejor de toda la película. Durante un diálogo entre mercenarios, se toca el tema del racismo, no desde la perspectiva victimista sino una más incisiva donde deja ver las excepciones y las causas, lo que retrata al racismo como algo más cercano a las jerarquías sociales —o mundiales— que al color de la piel. El más grande acierto en Bacurau, fue la extrema dedicación en lograr los efectos de disparos y de sangre como algo verosímil, cosa que superó a cientos de películas hechas en Hollywood con un apego muy grande hacia el uso de la computadora. Si bien quedó un poco larga, Bacurau (2019) es una buena opción a la hora de buscar algo que haga reflexionar y entretener al mismo tiempo.
El Aro: Capítulo Final (gracias a Dios). Si descargaras esta película ilegalmente por Internet, el FBI tendría lástima de arrestarte. No, no es una película para pasar el rato, ni siquiera una para calentar adolescentes, El Aro: Capítulo Final (2019), es más una de esas decepciones que se llevaría alguien en el 2010 cuando le pide el favor de comprar «unas pelis» truchas a un mayor de 40 años. La nueva entrega de la saga oriental de El Aro fue dirigida por Hideo Nakata, el mismo director que nos trajo la película original en 1998 en cuyos fotogramas se basó la versión —y saga— estadounidense. Nakata presenta una historia adaptada a tiempos modernos, donde Mayu, una joven médico, se topa con una niña víctima de un incendio cuyo apartamento arruinado por las llamas es explorado por Kazuma, hermano de Mayu y aspirante a estrella de Internet que termina topándose con un espíritu maligno llamado: Sadako. Desde el inicio la decepción es clara, la poca inmersión que se podría tener en la película durante sus primeros minutos es truncada por unas llamas digitalmente animadas para parecer un gif de Instagram. El espíritu que aparece detrás de uno de los personajes parecer que fuera a decir: «¡dulce o truco!» y así sin más se sabe que el filme representará un pérdida de tiempo, ni siquiera puede esperarse la diversión de una película pochoclera, porque desde el principio queda claro que las escenas «aterradoras», lo más esperado en una peli de terror, serán decepcionantes, no todo lo hecho en Japón es bueno y esta película lo demuestra. La película tiene una duración de 99 minutos, pero desde los asientos se sienten como si fueran tres horas, el aburrimiento es constante, la sobreactuación del reparto provoca un poco de pena ajena en quienes los ven. Quizás la que dio su mejor esfuerzo fue Elaiza Ikeda (Dra. Mayu Akikawa), cuya interpretación se limita sólo a asustarse y abrir los ojos tanto como si tratase de no verse asiática; sin embargo, da un poco de ternura cuando deja en claro que se está tomando su papel en serio. Por otro lado, Renn Kiriyama (Kazuma, hermano de Mayu) fue víctima de un guion que pretendía satirizar a los youtubers pero terminó por hacer sólo una caricatura de ellos, una que fue encarnada por Renn, el actor que en este caso demostró no tenerle miedo al ridículo. A lo anterior se le suma situaciones donde las cosas suceden o se solucionan con una conveniencia divina absoluta, ¿la entrada de la cueva está bloqueada?, ¡miren, ahí está el único palo de la playa que se puede usar como palanca! Con todo estos inconvenientes se pensaría que se usará «la vieja confiable» del cine de terror, es decir, el screamer, pues no, ni eso. Por desgracia no hay nada que se pueda rescatar de esta película, ni siquiera una risa producto de la actuación tipo animé de cierta paciente del hospital donde trabaja Mayu, tampoco una banda sonora competente —está pareció sacada de un playlist de Youtube titulado: «Música para asustar«—. Sólo nos queda ver los decorados, las actuaciones y pensar: «Esto es una parodia porno bien producida«.
La Sabiduría: El terror acecha en el campo. La Sabiduría (2019) es un largometraje donde se mezcla una road movie con el survival horror del slasher. El cine nacional tendrá en su cartelera una historia que hará homenaje a los slashers ochenteros tan simbólicos para los amantes del cine de terror. La Sabiduría (2019) es una película de Eduardo Pinto que mezcla una Road Movie con el peor (en el buen sentido) de los terrores: el que provocan los seres humanos. Tres amigas deciden dejar la ciudad de Buenos Aires para irse de viaje al campo durante un fin de semana: Mara (Sofía Gala Castiglione) agobiada de su trabajo, Tini (Paloma Contreras) deseosa de entrar en contacto con sus raíces aborígenes y Luz (Analía Couceyro), quien quiere divertirse antes de casarse. Estos motivos pronto se transformarán en uno solo: sobrevivir, ya que los capataces de la hacienda La Sabiduría querrán usarlas como ganado (en el mejor de los casos). Acá destacó la transformación de los personajes, un par de mujeres convertidas de presas en cazadoras como si dicha transformación fuera tan natural como el amanecer. El cambio sucedió de forma tan gradual que es difícil para el ojo captar el momento preciso en que ocurrió, dicho logro tiene, entre tantas otras bases, la justificación mediante el diálogo. Con un solo parlamento de Mara como: «Mi padrastro me llevaba a cazar, yo sé disparar«, la película se libra de ese tumor llamado: Deus ex Machina, que hace ocurrir cosas porque sí y ya. Ese momento fue clave para diferenciar este filme de algún otro más amateur, en el que un personaje simplemente tomaría el arma que le cae del cielo y la manejase como un profesional aun cuando nos dan a entender que es su primera vez usándola. El filme copia los elementos clave de los slashers, como el viaje inocente a un lugar remoto, la promiscuidad y unos outsiders de aura perturbadora, sin embargo, deja por fuera la falla típica de estos filmes, el conocido: «me encerraré en el baño para huir del asesino«. Se podría decir entonces que se queda con todo lo bueno y desecha lo malo. La película también integra guiños a la historia argentina, como un ganadero semita que remite directamente a la figura del gaucho judío o los uniformes usados durante la escena de la cacería humana que, a la par de la figura del terrateniente, hacen recordar la época de Julio Argentino Roca. Ni hablar de los colores usados en las imágenes, esa desaturación fue vital para imprimir el aire terrorífico del filme. Sombreros en mano y rodillas en tierra cuando se hable de las actuaciones, no hubo un solo actor que no diera lo mejor de sí en pantalla, todos por igual exonerados de la morisqueta, ninguno fue presa de la sobreactuación. Mención honorífica para Analía Couceyro, cuyo personaje sufrió una violación a manos de Faustino (Diego Cremonesi), en dicha escena, los movimientos fueron sacados de una escena del crimen, las expresiones tomadas de un violador convicto y una víctima auténtica, el manejo de la verosimilitud fue tal que conservaron el equilibrio sobre ese hilo que separa al terror del ridículo. Sin nada más que acotar, en La Sabiduría, al igual que en su predecesora espiritual estadounidense, Deliverance, se demostró que lo verdaderamente aterrador no son los fantasmas o los muertos vivientes, sino las personas.
[REVIEW] Last Christmas: Otra oportunidad para amar. Last Christmas: Otra Oportunidad para Amar es una película «pochoclera» que vale la pena por el talento que lleva dentro. Diciembre no sólo es el mes con la tasa de suicidios más alta del año, también es la época donde salen un puñado de películas navideñas que dan asco por hacerse a las carreras con tal de obtener ventas rápidas gracias a la euforia festiva, algo así como los juegos basados en películas, abundantes en la era de la Playstation 2. Afortunadamente, este no fue el caso de Last Christmas: Otra Oportunidad para Amar (2019), que si bien es una cinta «pochoclera» – tipo gaseosa que la tomas y luego la descartas para no volver a pensar en ella -, tiene un centro con ponche artístico (es época navideña Marge, sólo podemos disfrutarlo en estos días, luego el gobierno nos lo quita). Es imposible dejar lo mejor para el final, el primer regalo dado a nosotros por Universal Studios y fabricado por el director Paul Feig pero especialmente por las guionistas: Bryony Kimmings y Emma Thompson. Las metidas de pata de la protagonista Kate (Emilia Clarke) para con la gente que la ayuda son hilarantes, no caen en lo predecible de las comedias románticas como lo son las situaciones sociales donde alguien «mete la pata», no, más bien rozan el terreno de lo absurdo donde todo lo malo que pueda pasar pasa así de insólito como lo dicta la ley de Murphy pero dentro de todo, plausible. Los diálogos fueron escritos en otro nivel astral, la ocurrencia de las escritoras es tan fresca que tras una escena de conversación/coqueteo algo incómoda con líneas incoherentes gracias al nerviosismo de los tórtolos hacen que Kate diga: «Siento que acabo de ver un cortometraje Checoslovaco» y por Dios… Ojalá Friends hubiese tenido guionistas así. Hablando de escenas, las actuaciones dieron la impresión de ejecutarse a todo dar, sin embargo, los personajes sí fueron algo «planos» al estar encasillados prácticamente en un único estado de ánimo, pero bueno, es una comedia, se entiende. Otra maravilla fue el diseño de producción, se tomaron las cámaras para grabar la navidad londinense tal en la calle, pero hubo un patrón en el aquel caos, donde los colores caían cada uno en su sitio: el rojo, el verde y el dorado, dominando toda la cinta con ese aire navideño pero sin el desorden de la realidad ni tampoco la perfección de las películas, lo que viene siendo el más perfecto de los trabajos ¿por qué?, porque no se nota que está allí. Al final sí hay una especie de giro de tuerca un tanto «de más» que le da un aire agridulce y/o fantasmagórico al asunto que dependiendo con el cristal que se le mire; puede ser un acierto o una gracia que pasó a ser morisqueta; sin embargo no es decidir cuál de los dos puntos de vista es el más acertado no es algo que quite el sueño.
Golem – La leyenda: Una apuesta arriesgada y perdida. El monstruo defensor de los judíos llega a la pantalla grande en una historia decepcionante. Basta un poco de imaginación para darnos cuenta de que llevar una pieza folklórica a la pantalla grande como película comercial es una tarea titánica. Cientos de guionistas que asumieron esta carga en el pasado tropezaron con un público que sencillamente no podía digerir algo tan «de antaño» convertido – quizás no de la mejor manera – en producto para la cultura pop (Furia de Titanes por ejemplo) . Bien, esto fue lo que pasó en The Golem (2018) dirigida por los hermanos Doron y Yoav Paz y escrita por Ariel Cohen. En The Golem, la protagonista es una mujer llamada Hanna (Hani Furstenberg) que está afectada por la muerte de su primogénito y se obsesiona con el estudio de las escrituras sagradas hebreas. Su aldea es invadida y hostigada por un grupo de locales que amenazan con quemarla hasta los cimientos, ante esta situación, Hanna decide usar sus conocimientos para darle vida a un Golem, una criatura nacida de la tierra con una fuerza sobrenatural. Ella empleará al Golem para defender a su pueblo de sus enemigos pero este ser tiene una sed de sangre insaciable. La película sorprende al inicio con una bestia de más de dos metros de altura oculta en la penumbra de una Sinagoga ante una carnicería de fieles masacrados. Dicha escena crea un falso apetito en el espectador quien deseará ver al monstruo en el clímax y el desenlace de la película, pero sufrirá una decepción al enterarse que dicha criatura es, en este caso, un niño pequeño con poderes sobrenaturales. Aquí la trama no tiene agujeros que valga le pena criticar pero sí tiene el defecto de ser tediosa, como si tratasen de rellenar los 95 minutos de duración con charlas y planos de personas deambulando. Lo que más decepciona acá, es la falta del placer del miedo, la película no asusta, ni siquiera se sirve del tan trillado método del screamer, sólo hace un uso exagerado del gore que en algunos casos termina siendo jocoso, como si se tratase de una mala imitación del estilo de Sam Raimi. En cuanto a las actuaciones, se nota que ningún actor del elenco estaba relacionado con el cine de terror, pues cayeron en ese miedo fingido que provoca risa. Mención especial para el rabino del principio, cuya morisqueta y ademanes exagerados sacaron sonrisas en lugar de arrugar caras. El villano no se queda atrás, es imposible no relacionarlo con Tommy Wiseau diciendo: «Hi Mark» y la risa que provoca en la escena donde se quita la máscara es similar a la que causó Kylo Ren (Adam Driver) en Star Wars: Episode VII – The Force Awakens. Ni hablar de la música, ese anzuelo que todo espectador de la sala morderá para terminar como presa del aburrimiento, alcanza topes dramáticos donde algo tiene que pasar pero sólo se nos muestra más y más aburrimiento fotograma por fotograma. Quizás lo único a favor que tiene la cinta es estar ambientada a la perfección, el intento de volver comercial un mito judío y tener mejores efectos de fuego y disparos que los de Terminator: Destino Oculto. En fin, no importa lo que digan los primeros resultados de la búsqueda en Google, si llegaron a leer estas líneas tengan por seguro que van a desperdiciar dinero y/o tiempo viendo esta película de producción israelí. Por cierto, antes de terminar, una última cosa que resultó hilarante: el golem es un niño de siete años aproximadamente, él siente lo mismo que Hanna, desde un pinchazo hasta un disparo, bueno, hay una escena de Hanna teniendo sexo con su marido, ahí se los dejamos.
[REVIEW] Reflejos Siniestros (2019). Reflejos Siniestros (Pikovaya dama. Zazerkalye, 2019) es la segunda película sobre La Reina de Espadas y esta vez salió de Rusia para llegar a Argentina. Aleksandr Domogarov dirigió este filme de terror titulado Queen of Spades: The looking glass, Reflejos Siniestros, o su original ruso Pikovaya dama. Zazerkalye, la continuación de esta saga de terror inspirada en el relato de Alexander Pushkin que causó furor en Rusia y ahora llega a Argentina. En esta ocasión, la historia nos trae a Olya (Angelina Strechina) y Artyum (Daniil Muravyev-Izotov), dos medio hermanos que pierden a su madre en un accidente y son enviados a un costoso internado donde un espíritu llamado «La Reina de Espadas» tratará de llevar a Artyum al mundo de los muertos para reemplazar al hijo que una vez perdió en vida. La cinta se rige por la tendencia que arropa a la mayoría de las películas de terror recientes: los screamers, usados como único recurso para asustar. Sin embargo, algo que refresca el estereotipo que un simple mortal podría tener sobre el cine ruso, es la puesta en escena de adolescentes acostumbrados a los excesos. Un alegre detalle para cualquiera que piense en (inserte himno de la URSS.mp3) martillos y hoces cuando se hable de cine ruso. El punto más débil recayó en la dirección o más bien el guion, pues la manera de llevar la historia empezó de manera muy prolija y luego se aceleró para resolver muchos conflictos en poco tiempo. Esto aplica para los deseos con consecuencias trágicas que concede la Reina de Espadas: un par de éstos se dan poco a poco, empiezan a manifestarse de formas perturbadoras hasta que alcanzan el clímax con una tragedia nefasta, otros llegan directo a la tragedia en una o dos escenas y un deseo en particular no se vio como tal sino como una alucinación. En este orden, uno de los personajes, Igor (Valeriy Pankov), el maestro que se codeó con los alumnos involucrados con la Reina de Espadas, sufrió un giro de tuerca tremendo al mostrarse escéptico para luego ser un creyente, experto en lo paranormal y caza fantasmas de la noche a la mañana. Que esto no incluya a la calidad de las actuaciones, todas fueron excelentes con especial énfasis en los dos protagonistas. Angelina Strechina supo versar entre una adolescente amargada e indiferente y una hermana mayor abnegada. Al principio la vemos menospreciando a su hermano con una crueldad típica de las hermanas mayores, luego la vemos rebelarse ante su «condena» dentro del internado y finalmente se arma con todo para salvar a Artyum. Ella fue capaz de evolucionar sin sobreactuar, un error que no cometió sino hasta el final de la cinta donde encartona su desesperación. Por otra parte, Daniil Muravyev-Izotov, mantuvo un equilibrio entre la inocencia y la maldad cuando interpretó a Artyum. No obstante, su rol en esta cinta estuvo predestinado a copiar al «niño de El Resplandor», como un niño demasiado tranquilo para todo lo que está viviendo (en lo que respecta a su vida luego de la muerte de su madre). A pesar de todo, Reflejos Siniestros (2019) resulta ser una propuesta interesante al crearse con base en un relato ruso de terror, con el que ya se hicieron dos películas (contando la presente) sobre La Reina de Espadas. Al ver este film también se ve el esfuerzo de un cineasta y una nación por hacer un cine diversificado, tomando como batuta el ofrecer historias para todos los gustos y no sólo algunas hechas para intelectualoides. Sin duda, es una cinta entretenida para pasar el rato, como dirían los de Chernobyl: «Not great not terrible».
Amor de Película: Un coqueteo visual de 30 minutos. «Amor de Película» es como tu crush de la adolescencia, de pibe la viste como una diosa griega pero de adulto te desilusionaste al ver que cambió. ¿Recuerdan el gag de los dibujos animados donde salen corazoncitos alrededor del personaje enamorado sólo para estallar en mil pedazos cuando éste se topa con una decepción? Bueno, algo así sucede durante la primera media hora de esta cinta titulada Amor de Película (2019) dirigida por Sebastián Mega Díaz donde se empieza por una historia que está dentro de otra historia. La “macro-trama” debe ser la más emocionante por abarcar más duración, pero aquí fue al revés, como si el director hubiese disparado todas sus balas al principio para quedarse corto de munición después. Este filme trata sobre Martín (Nicolás Furtado) y Vera (Natalie Pérez) que al principio nos son presentados como “chico” y “chica”, él es un tipo tímido aficionado a la escritura y ella una cantautora en una relación tóxica que se conocen gracias a un corte de luz en el café donde se encontraban. La química entre ambos surgió tanto dentro como fuera de la pantalla ¿por qué por fuera?, pues porque todo lo anterior se trata de un cortometraje grabado por Martín, allí fue donde conoció a Vera e iniciaron su noviazgo. Este cortometraje se muestra de manera tal que nos convence de ser la película en cuestión, no sólo por ser lo primero en mostrarse sino por toda la calidad que exhibe. Ahí hay un diálogo hilarante entre “chico”, “chica” y hombre disfrazado de panda que ambos confunden con su interlocutor. También ofrece, en una de las escenas, iluminación parcial con dos colores bien contrastados, el azul y el rosa, una parodia del estilo usado en muchos audiovisuales del último par de años, de igual forma, Furtado y Pérez dan sus mejores actuaciones en ese cortometraje. Cuando Nicolás Furtado se pone en los zapatos de “chico” luce como un atolondrado, pero no de caricatura, sino uno de verdad, cómo se comportaría cualquier hombre inexperto en el amor cuando se le presenta la oportunidad de salir con alguien como la “chica”. Por su parte, Natalie Pérez se presenta adorable, coqueta sin caer en lo trillado de “guiñar el ojo” para demostrar interés, no, ella lo hace de forma sutil, elegante, valiéndose de miradas curiosas, indirectas y una torpeza fingida para atraer la atención de “chico”. Aquí los dos pasan por situaciones donde el tan esperado beso se acerca y se aleja como si fuera la bellota de la Era del Hielo, todos desean verlos besándose pero “chico” mete la pata una y otra vez mientras el público siente la verdadera impotencia que una película de romance o comedia romántica debería provocar en esos casos. Lo bueno llega a su fin cuando se nos revela a Martín y a Vera viendo el corto en su televisor, de ahí en adelante toda la magia anterior se esfuma. Furtado y Pérez caen en una actuación repetitiva. Ambos viven un amor de ensueño hasta que él decide irse a México a dirigir algunos capítulos para una serie, lo trágico acá es su viaje colisionando con el estreno de una obra estelarizada por Vera. A partir de aquí, ella no hace más que llorar, él no hace más que llorar, los dos se meten en un ciclo de melancolía eterna sin que otra emoción vea la luz del sol. Por si fuera poco, el supuesto antagonista, el director de la obra de teatro interpretado por Guillermo Pfening, no se confronta con Martín en un clímax donde ambos tratarán de quedarse con la chica, más bien, se le trata como cero a la izquierda en este punto, revelando así que no hubo otro antagonista más que el sueño de Martín. A todas estas, no se puede dejar de mencionar el bombardeo de clichés en las escenas finales, Martín bajándose del taxi de camino al aeropuerto con música inspiradora de fondo, Vera brillando en su actuación mientras el dramaturgo la sobrevuela cual buitre, el novio irrumpiendo en el teatro… en fin. Sólo se puede concluir que todo el empeño se puso en la “primera parte” del filme, lo demás se construyó muy a la ligera, como si ese primer esfuerzo los hubiese dejado tan exhaustos a todos que decidieron simplemente “salir del paso” en lo que quedó por grabar.
Midsommar: Ni el terror ni la risa esperan la noche. Del director de Hereditary (2018), llega un film de terror, comedia, ¿romance? y gore que te hará replantearte tus próximas vacaciones con amigos. Midsommar (2019) es la segunda película dirigida por Ari Aster tras El Legado del Diablo (Hereditary, 2018). En su nuevo proyecto, Aster narra un viaje de universitarios hacia Suiza donde los involucrados presenciarán un festival pagano aparentemente inofensivo que poco a poco irá tomando tintes cada vez más siniestros. En esta nueva cinta se mezcló lo cómico con lo aterrador, el suspenso con el gore y el melodrama romántico en un largometraje no muy memorable para el futuro pero sí interesante para el presente. De buenas a primeras hay que mencionar los cortometrajes del director como es el caso de BEAU (2011), donde toca una trama de suspenso con un clímax un tanto cómico entre el protagonista y el perpetrador de su casa. Aquí ambos se miran sin moverse y no paran de gritar durante varios segundos luego de que el malhechor perdiera un dedo, esta clase de humor retorcido es un sello particular del director que se repite en Midsommar, dado que la risa surge muchas veces, algunas de manera intencional, otras como reacción a la incomodidad. En el primer caso destaca Mark (Will Poulter), quien aporta la comedia al caldo de terror y gore que terminará siendo este filme al momento de los créditos. El personaje de Poulter tiene múltiples momentos de gracia, desde unos diálogos sobre su asco a las garrapatas que son de lo más hilarantes hasta una metida de pata con cierto lugar sagrado que recordará a alguna comedia irreverente como Family Guy o South Park. Las escenas cómicas redactadas en el guion de Aster y capitaneadas ante la cámara por Will Poulter, son las únicas que dejan ver al miembro más prometedor del elenco, debido a que Poulter ejecuta su papel cómico sin recurrir a la morisqueta o a la sobreactuación. Su desempeño es tan carismático que contrasta con las actitudes tipo saga de Twilight que tienen los demás actores en sus interpretaciones donde abunda una actitud de “soy todo serio porque soy cool, miren mi boca entreabierta mientras bebo mi café de Starbucks”. Siguiendo este hilo del humor provocado intencionalmente por el director, los planos juegan un papel tremendo para lograr este propósito. Algo tan trágico como un suicidio — o más bien eutanasia cultural de acuerdo a los nórdicos de la secta— puede ser motivo de risa cuando se filma en un plano muy abierto a la suficiente distancia de las personas como para hacerlos ver diminutos al igual que los muñecos de pastel. Aquel suicida luce ante los ojos del espectador como un monigote microscópico haciendo de kamikaze, en una escena sin música aterradora ni nada por el estilo que además culmina con las manos de los miembros de la comunidad —secta— moviéndose como la de unos nenes de colegio preescolar que bailan El Puente de Londres se va a Caer. Esta incongruencia de factores causa la risa en múltiples momentos del film que a pesar de todo resulta tedioso de mirar al cabo de una hora. Por otra parte, existen momentos de risa accidental como la escena del coito donde algunas de las “observadoras” no tienen mucho criterio sobre el espacio personal, lo que produce una incomodidad que algunos podrían manifestar con la risa hasta que el director le recuerde a la audiencia que se trata de un filme de terror. Uno de los factores que siempre recuerda el género esencial de esta película es el personaje de Pelle (Vilhelm Blomgren), un sujeto con facha de hippie que luce tan tranquilo que perturba, cuya voz angelical explica los rituales de sacrificios humanos perpetrados por su comunidad de una forma tan dulce que te eriza piel, para ponerlo simple, si Pelle saliera en Los Simpson, sería miembro de «Los Movimentarios». La relación de Pelle con Dani (Florence Pugh), nuestra querida protagonista, es de una tensión sexual pecaminosa puesto que Dani es la novia de Christian (Jack Reynor). Este triángulo amoroso no quedó del todo bien dibujado, sólo se puede inferir “algo” al ver a Pelle portando una corona de helechos y a Dani nombrada “Reina del Trabajo”, en lo que corresponde a un agujero en la trama de esta película cuya premisa inicial se presenta con demasiada importancia para no ser retomada nunca más, salvo por una pesadilla de Dani que tampoco guarda influencia alguna con el resto de la película. Es decir, el incidente que abrió el telón de esta historia sólo sirve como argumento para que Dani viaje a Suiza junto a su novio, algo que bien podía resumirse en “un pelo de co… tira más que una yunta de bueyes”. Si algo hay que aplaudir de Midsommar, es el manejo de la paleta de colores y la iluminación dentro del filme, Henrik Svensson (diseño de producción) y Pawel Pogorzelski (director de fotografía) impregnaron de azul oscuro y dorado las primeras escenas junto con un uso de las sombras que no interfirió con la apreciación de los rostros de los actores. Esta penumbra marca el género de terror desde el inicio y éste se mantiene cuando llegan las escenas en exteriores campestres, donde si bien la luz del sol y los colores claros dominan el encuadre, lo hacen lucir tan bello que, junto con las actuaciones de los extras, nos queda claro que algo malo va a pasar. A esto le sigue el manejo de los planos, Ari Aster demostró tener talento para comunicar algo al principio del filme que es de vital importancia para entender un suceso perturbador. Se valió de un travelling para mostrar ciertas sábanas con ciertos dibujos que quedan grabados en la mente del espectador, quien más adelante los retoma por puro instinto al ver el plano detalle de un objeto muy peculiar, ambas piezas unidas develan un suceso ocurrido fuera de cámara con tanta claridad que el público gritará con repugnancia al deducirlo. Aster se ahorró un par de escenas con esta maniobra y empleó únicamente la parte visual para construir semejante cosa en la cabeza de los miembros de la audiencia, un acierto que en esta ocasión apareció en el amanecer de la carrera de este director. En este orden, su manejo de las elipsis traen unas bastante interesantes, todas poseen el añadido de inspirar a alguien más a imitarlas, por lo que no sería sorpresa que un par de años en el futuro se conviertan en un recurso recurrente en películas, series y/o comerciales. Una cámara que sigue a la protagonista al baño y que tras un giro la muestra en el tocador de un avión, una ventana de la aeronave que tiembla y pasa a ser la de un auto o un giro de 360 grados que acorta un viaje en carretera… en fin, lo más creativo visto en saltos de tiempo desde Birdman. Son de destacar los temas que el director toca en este filme, como la dependencia entre las parejas o la forma de lidiar con las rupturas, si bien Aster estaba en proceso de divorcio al momento de escribir esta película, usó estos tópicos de una forma tan fundamental para la historia que podrían convertirse en materias recurrentes. No es para menos, al inicio mostró una “apertura de telón” al estilo de Wes Anderson y durante el resto del filme exhibió su peculiar sentido del humor, aspectos que podrían convertirse en la firma de un futuro autor cinematográfico. En conclusión, Midsommar (2019) es una obra primigenia de lo que podría ser una carrera brillante, pero no por ello deja de estar atrapada dentro de la categoría de “películas Coca Cola”, te la tomas, la disfrutas y la expulsas para no volver a pensar en el contenido de la lata. Es una buena opción para degustar con amigos o pareja en casa pero no para pagar una entrada de cine en tu único día libre, como diría uno de nuestros amigos de Chernobyl: Not great, not terrible.
Crímenes Imposibles: La historia con un final más imposible. Una monja poseída por un ente diabólico y un policía que trata de resolver este misterio en forma de puzzle. Esto es «Crímenes Imposibles (2019)». El director Hernán Findling y la guionista Nora Leticia Sarti nos demostraron con este filme que el cine nacional es un mercado con capacidad de ofrecer películas de terror cuyo impacto no tiene nada que envidiarle a Hollywood. Decir que Crímenes Imposibles (2019) es sólo una película de terror sería quedarse corto pues mezcla el noir, el thriller psicológico, el suspenso y el horror en 90 minutos de duración. Para no lanzar ningún spoiler antes de lo debido, nos limitaremos a decir que Lorenzo Brandoni (Federico Bal) es un detective de la Policía Federal Argentina que se cruza con una monja de nombre Caterina (Sofía del Tuffo) que dice matar a personas mientras duerme por medio de poderes sobrenaturales. No obstante, antes de caer en esta parte de la historia, la pantalla nos bombardea con una tragedia tras otra, vitales para comprender al personaje de Lorenzo y cuyos elementos cobran sentido absoluto al final del largometraje. Esta forma de armar piezas en el último momento de la cinta, junto a una historia que cobra vida dentro de otra —más adelante se dirá por qué— , hace que la película sea tanto un cubo rubick como un juego de mamushkas que además reproducen screamers. Y es aquí donde descansa el método empleado en el filme para inducir terror: los screamers. No son escenas explícitas, ni tampoco maquillajes extra verosímiles, sino planos “tranquilos” de algo (como una fotografía) acompañados de un movimiento con sonido estridente que, si bien no es un grito en el rigor de la palabra, produce el mismo efecto. Dichos momentos terroríficos suceden de manera intercalada pero no dejan de lado el aire policial del asunto, ya que la investigación deductiva, la figura del detective y una estética muy vintage, donde el mismo Lorenzo usa teléfonos de rueda y una máquina de escribir, hacen que no se olvide ni por un segundo que se trata de una investigación donde el bien busca cazar al mal y no un simple demonio abusivo atormentando inocentes. Sí, la que funge como instrumento del mal es la monja: Sofía del Tuffo lo hace de manera tal que nos creemos por completo el relato de ser una buena persona en manos del maligno. Junto a ella, la actuación de Federico Bal resulta más predecible al saltar de un hombre un tanto distraído a policía excesivamente rudo y luego a un tipo duro que es capaz de llorar. Por otra parte, la música de Gustavo Pomeranec es el estandarte máximo de esta película, la melodía además de pegajosa acompaña a los actores en los momentos más emotivos creando una sincronía perfecta entre actuaciones y contextos. Además, las piezas están tan bien montadas que se pasa de la cortina musical de misterio a la de melodrama sin dar saltos abruptos, cuidado si se trata de la misma partitura, dado que resultó imposible separar las piezas musicales en un solo visionado. ¡Alerta de Spoilers! Ahora bien, el giro de tuerca del final es algo digno de M. Night Shyamalan, pues en este punto se nos demuestra que nada pasó en realidad, el protagonista vivió la trama de la novela que estaba escribiendo luego del coma en el que estaba tras sufrir un accidente de tránsito. Esto tiene dos formas de verse: la primera es el deguste de dos historias presentadas como muñecas rusas y la otra es el mal sabor de boca que deja el hecho de saber que no había ninguna maldición, demonio o cosas por el estilo. Lo anterior vendría siendo la razón de por qué no se escogió el final alternativo de Breaking Bad para cerrar dicha serie, ya que decepciona que todo lo emocionante fuese ficticio en lo que respecta a la “realidad” que constituye el film como tal.