Chico conoce chica y se enamoran en una tarde de lluvia. Es el plot de la película que une a una pareja, él director ella actriz, pero que a ella, cuando terminan de verla, le provoca una crisis de llanto. Amor de película empieza bien, como un juego entre la ficción, la vocación y la vida real de una pareja. Pero todo su sentido del humor y su promesa lúdica parece agotarse ahí. Como una introducción simpática para un derrotero de comedia de manual, demasiado parecida a eso de lo que parece reírse, en el principio, con inteligencia. Hay una separación, un tercero en discordia, secundarios irrelevantes, interiores de sitcom, y un ritmo de telenovela. Situaciones que suceden sin que se transmita o quede claro por qué, mientras se suceden las escenas tan anodinas como previsibles. Con dos protagonistas galanes, fotogénicos y populares (el uruguayo Nicolás Furtado y Natalie Pérez, sin demasiada química), que seguramente convocarán a sus públicos. Amor de película es agradable, amable. Pero la sensación de piloto apurado, de película resuelta sin pensar demasiado (ni qué contar, ni cómo), se la lleva puesta.