Durante la reciente cobertura de la 25ª edición de Mar del Plata escribí una líneas sobre esta película de Lucas Blanco en la que expresaba lo siguiente: "No entiendo por qué esta película está en Competencia Latinoamericana. Es más, no entiendo por qué está en el festival. No sólo no tiene nada novedoso, experimental, arriesgado que proponer sino que tampoco funciona como aplicación de las fórmulas más elementales de la comedia romántica coral". Más insólito e inexplicable resultó que, pocos días más tarde, este film compartió nada menos que el premio de esa sección con la peruana Octubre, una propuesta que se ubica en las antípodas estéticas, narrativas y temáticas.
Vista en el contexto del festival, Amor en tránsito me generó una reacción quizás excesivamente dura, al borde de la crispación (de hecho, ahora, ya más tranquilo, decidí subirle un punto, de 3 a 4, su calificación para esta crítica), pero sigo sosteniendo lo mismo que cuando la ví, con público (que aplaudió al final), en una función matinal en el complejo Cinema de Mar del Plata.
Escribí entonces: "Cuatro personajes, (des)encuentros, cruces, contradicciones, enredos... y poco más. La narración es chata y no fluye, las situaciones (que tienen que ver también con el tema del exilio) y los parlamentos son elementales, el guión es de manual, las actuaciones son muy flojas (con la excepción de la expresiva Verónica Pelaccini), los cuatro carilindos protagonistas son fotogénicos y poco más". Cierro esta revisión de aquella reseña sosteniendo que se trata de un film que no da para la indignación. Es un producto menor, hecho con profesionalismo y buenas intenciones. Pero el resultado final está muy lejos de ser lo eficaz que una apuesta así necesitaría para que el cine argentino necesita para conectarse y reconciliarse con una audiencia masiva.