Una de exilio cuando no hay exilios
“Es un juego, y los sentimientos hacen que el juego tenga sentido”, dice una voz de escasos matices al comienzo de Amor en tránsito. Sin embargo, los cruces entre personajes que plantea la película quedan en una media agua que difícilmente genere placer (lo propio del juego) o algo siquiera lejanamente parecido al compromiso emocional. Escrita a cuatro manos por Roberto Montini y Lucas Blanco, coproducida entre ambos, que la ópera prima de Blanco empiece donde termina confirma la sensación de que esos cruces no se dirigían hacia ninguna parte. Como dice uno de los protagonistas: “Creo que entiendo lo que pasó... O no...”.
Considerada una de las dos mejores películas latinoamericanas presentadas en la última edición del Festival de Mar del Plata (a esa conclusión llegó un jurado tripartito), que el tema del exilio sea uno de los ejes de Amor en tránsito suena raro, en momentos en que ésa no parece ser una opción para la sociedad argentina. La explicación es sencilla: el guión de la película se escribió en 2002, cuando sí lo era, y por lo visto quedó así hasta ahora, en que ya no lo es. De hecho, la película empieza y termina en Ezeiza, donde los cuatro protagonistas se cruzan. Alguna va, otro viene y un par de ellos sigue sin decidirse todavía. Que en la escena inicial las dos chicas no se saluden se comprende, ya que todavía no se conocen. Pero cuando la misma situación se repite, ¿no se habían conocido antes? ¿Habrá que rever Terminator para entender Amor en tránsito? Tal vez bastaría con comprender lo que se dice al comienzo y tal vez explique todo: “Esto ya pasó, pero a la vez está ocurriendo, porque lo que está pasando es siempre lo que está por venir”. Eso: habría que comprender eso.
Más allá de ucronías y espejismos de hermetismos, lo que la película muestra es un juego de cruces aleatorios, de espejos tal vez. A Mercedes (Sabrina Garciarena) la espera un novio en Barcelona. Pero conoce a Ariel (Lucas Crespi) y duda. Juan (Damián Canduci) viene de Barcelona, en busca de una novia que dejó acá. Pero conoce a Micaela (Verónica Pelaccini) y duda. Entre dudas, poses y jueguitos de dominio (el TEG también parece jugar algún papel), la pareja de veintipico histeriquea tanto como la de treinta y pico. Más allá de una diferencia en la intensidad de los jadeos, daría la impresión de que en la cama ambas parejas funcionan igual. O así al menos se los muestra: con el mismo montaje de planos detalle, una total ausencia de erotismo y la misma cámara móvil que algún reglamento secreto parece imponer para todas las publicidades y algunas películas.
Una única escena tiene tensión dramática. Es una en la que una de las parejas tiene una cena romántica (seguramente en un restaurante de Palermo, donde da la sensación de transcurrir toda la película), llega un intruso, se sienta a la mesa y no se quiere ir. Tensa, pero pasajera: al final el tipo se va y aquí no ha pasado nada. Eso: aquí no ha pasado nada.