tienen ruido
“Para mí, los besos son besos porque tienen ruido”, le dice Lisa (María Canale) a su novio Dib (Alberto Rojas Apel) en una de las primeras escenas de Amor, etc. Acaban de mudarse juntos a un departamento y, como toda pareja joven iniciando otra etapa en sus vidas, están acomodándose a los inevitables cambios. La ópera prima de Gladys Lizarazu los muestra algunos minutos después en plan confesional, acurrucados en su nuevo living, los sueños metafóricos y reales desnudando deseos y miedos. En ese diálogo íntimo y en una instancia previa, en la cual una gotera en el techo se presenta como símbolo del futuro inminente de esa relación, el film revela algunas de las limitaciones que lo acompañarán hasta el desenlace: un registro aparentemente naturalista que se resbala constantemente en el melodrama involuntario y la construcción de personajes que dejan de lado sutilezas y ambigüedades para terminar girando alrededor de dos o tres ideas motrices, inmovilizados en un único carril emocional.Dib está sin trabajo pero le queda algo de dinero de una indemnización y Lisa es locutora en un programa de radio zonal, únicos rastros del mundo laboral en una película que construye algunos de esos etcéteras del título como toques de color. En plan Bergman para dummies, los cada vez más frecuentes ataques de asma del primero y la obsesión de la chica con la ex dueña de su línea telefónica parecen ser síntomas del descascaramiento de la relación, reforzadas por la cólera creciente de Dib ante sus ruidosos vecinos. La difícil relación entre Lisa y su madre, asimismo, es confirmada en un par de encuentros que culminan en un quiebre narrativo telenovelesco, sin una pizca de ironía. A partir de ese momento, Amor, etc. abandona por completo su ligera capa de humor y se sumerge a fondo en las aguas del patetismo, del cual nunca regresará, apilando elecciones personales presentadas como excesos (al menos, varias de ellas) y dejando de lado cualquier tono apastelado para optar por los colores más chillones de la paleta.Poco puede hacer el reparto para sortear esas dificultades. María Canale, que ha demostrado en más de una ocasión presencia y talento, queda eclipsada por un guión que la obliga a portar una máscara sin delicadezas en el esbozo de los rasgos. Peor incluso la pasa Rojas Apel, rápidamente transformado en macchietta de joven iracundo que, incluso, debe superar una escena que parece remedar a la de aquel Tanguito creado por Piñeyro. Así las cosas, cualquier atisbo de frescura o reflexión sincera sobre el amor y aledaños en los tiempos de la juventud queda opacado por el feroz embate de la cursilería.