¿Qué nos sucede, vida?
Es un estudio sobre la convivencia de una pareja, pero la historia se diluye con la intromisión de otros personajes.
Las primeras épocas de un noviazgo suelen estar marcadas por el entusiasmo, el optimismo, el sexo; en fin, por todas las cualidades positivas que se asocian al enamoramiento correspondido. Son semanas o meses -¿años?- que con el paso del tiempo terminan casi inevitablemente idealizados, con los ex tortolitos preguntándose qué fabricó el témpano que enfrió la relación. Una de las respuestas más comunes a esa pregunta es: la convivencia. Y a ese presunto foco infeccioso apunta la opera prima de Gladys Lizarazu, que se anuncia como la primera entrega de una trilogía dedicada al amor
Es una búsqueda de temática y ambición parecidas a las de El amor (primera parte), aquel filme de 2004 de Alejandro Fadel, Martín Mauregui, Santiago Mitre y Juan Schnitman (que todavía no tuvo su segunda parte). Pero si en aquélla se contaba la relación desde antes que los protagonistas se conocieran, aquí todo empieza cuando Dib (Alberto Rojas Apel) y Lisa (María Canale) se mudan juntos al departamento que compró él. Rápidamente, las minucias de la vida cotidiana empiezan a socavar los cimientos de la pareja: una metafórica mancha de humedad que va agrandándose día a día, los ruidos que hacen los vecinos, gente que llama una y otra vez al teléfono fijo de la casa pidiendo por una tal María Eugenia. Todo ese gran “etc.” conspira contra el idilio.
El vínculo entre los dos protagonistas no termina de estar del todo bien construido: no se sabe bien sobre qué cimientos se apoya la relación. Quizás esto sea parte de la cuestión: en definitiva, el amor no tiene explicaciones. Pero la película se cae definitivamente cuando traiciona sus propia premisa, abre el círculo de la pareja y permite la intromisión de personajes secundarios vinculados a Lisa que quitan más de lo que aportan: la madre, una amiga, la hermana. El rumbo de la historia se pierde, las situaciones se tornan cada vez más artificiales, televisivas en el peor sentido de la palabra, y el conflicto termina diluyéndose hasta irse por la misma alcantarilla anodina que el romance entre Dib y Lisa.