Ingenio pedestre y ausencia de verosimilitud
No es extraño que el cáncer sea un tema habitual en el cine, sobre todo en la industria norteamericana, hábil manipuladora a la hora de trasladar a la ficción las palancas emotivas de la realidad. Una larga lista de obras incluye esta enfermedad dentro de sus tramas, con un nivel dramático tan relevante que hasta puede decirse que se trata de un personaje más dentro de sus argumentos. Las hay lacrimógenas y también de aquellas que, sin desaprovechar las posibilidades trágicas, insisten en tomarse las cosas de modo menos sentencioso y con algo de humor. También Amor por siempre, segunda película de Nicole Kassell –cuyo trabajo anterior es la mucho más rica El hombre del bosque–, intenta circular por ambos carriles.
Marley Corbett (Kate Hudson) es una chica trabajadora, graciosa, buena amiga, divertida, casi perfecta. Su única contra parece ser la repetida falta de interés para asumir compromisos sentimentales con los hombres, pecado que en el mundo conservador del statu quo hollywoodense es imperdonable. Un detalle no menor, ya que muchos guionistas y directores creen que no hay mejor recurso para redimir a sus personajes que castigarlos por defectos así. En este caso será un cáncer intestinal el que pondrá a Marley en vereda, para que pueda aprender al fin lo que es amar. Esta sería la parte triste del asunto, que tiene (o le encantaría tener) un contrapeso cómico. Porque como Marley es la más positiva de las almas, buscará soportar su enfermedad a través de la buena actitud. El problema no es ése, sino la abundancia de un ingenio demasiado pedestre, de la incorrección política mal utilizada, y una palpable ausencia de verosímil que pone en evidencia que tanta ligereza tiene como única función subrayar los trazos fatales del cuento. Todo agravado por personajes secundarios de molde y sin gracia, que cargan con una falta de sustancia propia de quienes han construido una vida rodeada de vacío. El retrato de un mundo en donde la gente es feliz sólo si, aun al filo de la muerte, tiene un millón de dólares para ir de compras. Y eso tampoco falta.
Dentro de su costado “festivo”, Amor por siempre también tiene una arista new age. En medio de un viaje astral provocado por la anestesia durante una colonoscopia, Marley tiene la suerte mayúscula de ser recibida por Dios, quien le concede tres deseos a la moribunda en cierne. En tren de ser buena onda, la película no sólo convierte a un hipotético dios occidental en un remedo del genio de la lámpara, sino que le calza la piel, la voz y los berretines simpáticos de Whoopi Goldberg (suponiendo que alguien crea que Whoopi Goldberg sigue siendo simpática y buena onda). Los deseos de Marley por supuesto son tan obvios como vacuos: aprender a volar y aquel millón de dólares. Ambos acabarán por cumplirse arbitrariamente. Al tercer deseo, predecible como los anteriores, ella lo irá descubriendo a medida que avance en su odisea. Bastará decir que el coprotagonista es el mexicano Gael García Bernal, atípico galán que interpreta al joven oncólogo que lleva adelante el tratamiento de Marley... Para qué decir más.