Hay temas graves, duros, ríspidos que, si se encaran desde un ángulo diferente al previsible pueden convertirse en digeribles, por lo menos para aquellos que no soportarán directamente sus consecuencias. Uno de estos asuntos es el de las enfermedades y en este caso se trata del cáncer, enemigo que parece haber incrementado sus ataques contra la especie humana. Una mujer autosuficiente, que se ufana de su despreocupación, recibe la terrible noticia de que padece la enfermedad y el futuro no le ofrece ninguna esperanza a la que aferrarse. Sin embargo, el mal pronóstico no aplaca su humor chispeante, aunque no deja de advertir que debe vivir con un reloj difernte al que utiliza el resto de sus congéneres, ya que el tiempo del que dispone cada vez es menor. La mujer también descubre que en su entorno, hay personas en cuyas vidas nunca había reparado. Enamorada del médico que la trata, la mujer se abandona a la pasión y la cruel verdad sale a flote y sólo falta que el golpe bajo se publicite en un cartel luminoso que diga “¡Qué pena que la mejor parte de mi vida aparece ahora que la estoy por perder!”. Un filme que hace llorar por donde se lo analice.