El revés de la trama americana Matt Scudder (Liam Neeson), un ex alcohólico retirado de la policía, se mueve en los oscuros rincones de Nueva York donde habitan personajes que no responden al arquetipo del americano medio. “Caminando entre tumbas”, de Scott Frank, recurre a algunos tópicos clásicos de la novela negra -un género que acercó a grandes franjas de público a la buena literatura- siguiendo los pasos de un detective solitario que asume un contrato de trabajo arrastrado por las circunstancias. La historia gira en torno a una serie de secuestros de mujeres cuyos familiares integran el mundo de la droga. La propuesta es interesante pero la película excede el tiempo necesario para lograr un ritmo acompasado con los sucesos que intenta narrar. Lo mejor del filme es su retrato de un sórdido costado de la realidad que generalmente se oculta, aunque le falta muchísimo para acercarse a los valores exhibidos por Raymond Chandler o Dashiell Hammett, dos escritores aludidos en la película, que marcaron rumbos en el género. Liam Neeson, hierático e inexpresivo, supera la parquedad que requiere su personaje y se convierte en una máscara inmutable que no logra transmitir emociones.
Un hombre mayor recibe una publicidad engañosa que le avisa que se hizo acreedor de un millón de dólares. Sin advertir la “letra chica” del aviso, y sin abrigar ninguna duda sobre su legítimo derecho, el viejo pretende cobrar su premio. El anciano sufre episodios de ausencia y es alcohólico, y ya entró de lleno en la etapa en la que los adultos abandonan cualquier tipo de freno y se expresan con absoluta crudeza. Integrante de uno de los estratos más bajos de la clase media norteamericana, el hombre convive con su mujer, una anciana que lo abruma con reproches y le recrimina su empecinamiento por viajar a una ciudad lejana para obtener el premio que cree haber ganado. El gastado núcleo familiar se completa con dos hijos adultos. Uno de ellos transita por un plano ascendente en su carrera como periodista televisivo. El otro se encuentra inmerso en el frustrante proceso de separación de su pareja y sobrevive con un empleo como vendedor de electrodomésticos. Alexander Paynelogra mostrar con crudeza uno de los costados menos frecuentados de “la familia americana” y toma la etapa final de la vida de una pareja de padres como plataforma para analizar las consecuencias de un sistema de vida que muestra demasiadas fisuras como para ser tomado como ejemplo. Cuando el hijo menor comprueba que su padre está llegando al final del camino, decide tomar el toro por las astas y darle el gusto de realizar el viaje para que cumpla con su último sueño y, además, para intentar compartir algo más que el apellido con su padre. Ambos inician un viaje que incluirá una parada en el pueblo natal del anciano, donde el reencuentro familiar desnudará, de distintas maneras, el desapego que caracteriza a los grupos familiares. En esa etapa, en la que el viejo se ufana de haber ganado un millón de dólares, surgen los intereses de sus viejos conocidos y de sus parientes: todos quieren ganar algo con su suerte. Filmada en blanco y negro, —recurso que le otorga a historia una pátina nostálgica conveniente para el carácter de “vuelta al pasado” que el director le imprime al filme, con recuerdos de romances, rencillas familiares y otras circunstancias que afloran en la visita del anciano a su pueblo natal—, la película es un fresco de una novedosa situación que afronta la sociedad occidental en la que cada vez hay más ancianos y las familias enfrentan el dilema de cuidar personalemnte a sus padres o internarlos en un geriátrico. También patentiza el abismo cultural que se abre entre aquellos que mantienen tradiciones y se apegan a normas sociales que hoy resultan absolutamente anacrónicas para las nuevas generaciones. Con un buen balance entre la comedia y el drama, Payne consigue redondear una buena película, con la descollante actuación de su protagonista y el efectivo abordaje de uno de los nuevos problemas a los que deben hacer frente de las sociedades occidentales.
Dos historias de vida se entrecruzan cuando un periodista desocupado se entera de la historia de una mujer que debió dar en adopción a su hijo cinco décadas atrás y sueña con encontrarlo. Stephen Frears acompaña con su cámara la búsqueda que inician el escritor y la madre por Irlanda primero, y por los Estados Unidos después. Van tras los pasos de un fantasma que acosa a la mujer desde su adolescencia, cuando quedó embarazada tras un fugaz romance y debió entregar a su hijo en adopción a través de las monjas de un convento donde trabajaba como lavandera. El periodista, que se encuentra atravesando una crisis personal de la madurez acentuada por su falta de trabajo, asume a regañadientes la tarea de investigar, junto a la mujer, un pasado que encierra demasiadas incógnitas. El resultado de la experiencia fílmica es altamente positivo. La película le permite a la veterana Judi Dench dar cátedra de actuación, apoyada en un libro excepcional adaptado por el también actor Steve Coogan, que asume el rol del periodista que contó la historia. El valor más alto del filme se revela a través de los dramas que atraviesan a los personajes centrales y una ausencia que gravita sobre ellos como elemento aglutinante. Tanto la mujer que busca a su hijo, como el periodista que rastrea una historia, desnudadan sus carencias a lo largo de un viaje que deben realizar juntos para conjurar los dolores del pasado y tratar de encontrar la verdad que puede aportar un bálsamo a sus vidas. “Philomena” es una de esas películas que quedarán en el recuerdo porque refleja fielmente algunas de las curiosas formas que adoptan el dolor y la esperanza para convertirse en motores de las vidas de las personas.
Cada casa es un mundo..., reza la sentencia de épocas en las que los refranes eran faros que guiaban a quien buscara filosofía de entre casa. “Agosto”, la película por la que Meryl Streep seguramente ganará otro Oscar por su extraordinaria interpretación de una madre que navega por los mares de la vejez, perdida por las drogas disfrazadas de medicamentos, narra una historia dura, terrible, pero peligrosamente parecida a las realidades de los universos encerrados en cualquier casa de familia occidental. El relato comienza cuando tres hermanas se reencuentran en su casa natal para asistir al funeral del padre. En el antiguo hogar se reúnen con su madre y con sus tíos, y el mundo comienza a temblar con las revelaciones que se producen mientras cumplen con la ceremonia de la comida del funeral. Con un elenco de primera línea donde brilla Meryl Streep y cumplen correctamente con sus roles Julia Roberts, Ewan McGregor y Juliette Lewis, la película se convierte en una sucesión de golpes propinados en dosis exactas que otorgan credibilidad al argumento. El filme, que sorprende por su dureza, pone al descubierto los problemas que en una familia suelen ocultarse a la espera de que el tiempo acomode cosas que sólo pueden poner en su lugar los protagonistas de la historia.
Ulrich Seidlr produjo una trilogía dedicada a los paraísos (el del amor, el de la religión y el de la esperanza), con sendas películas protagonizadas por integrantes de una misma familia. En “Paraíso: amor”, hizo foco en los contrastes. La historia de una madura mujer austríaca que viaja a Kenya para hacer turismo sexual pone las cosas, literalmente, en negro sobre blanco. El filme, que se distingue por una fotografía por momentos cercana a la pintura, se centra en las ausencias que suele poner en evidencia el poder económico y la falta de resolución de los conflictos afectivos de una sociedad que prioriza el poder adquisitivo por sobre cualquier otro valor. La protagonista es una mujer de vida rutinaria y con baja autoestima, que viaja a un país postergado, donde los varones jóvenes venden su cuerpo a gruesas matronas que no disimulan su racismo y se mueven en una geografía tan pródiga en encantos naturales como miserable en su sociedad, sumida en la pobreza. El contraste entre la riqueza de los visitantes y las carencias de los anfitriones resulta brutal. Y, en ese contexto dominado por la disonancia, el sexo que busca con avidez el turismo femenino se reduce a un trámite meramente comercial. Los desnudos — completos y frontales— a los que el director apela a poco de iniciar su relato no corren el riesgo de aparecer como atrevimientos y, neutralizados por el marco miserable que los rodea, se sitúan en las antípodas del erotismo. El resultado de la experiencia artística de Ulrich Seidlr muestra una buena película que, con un lenguaje cinematográfico que se acerca al documental, desnuda la soledad que aguarda al final del camino que tiene como única, aunque sólida base, a la frialdad del consumismo voraz. Una historia reveladora de la patética cara que muestra un mundo que proclama el infinito poder del dinero, cuando aparecen las “cosas” que no se pueden comprar.
En la película “Ladrona de libros” la muerte fue elegida por Brian Percivale, su director, como cicerone de una visita guiada por los días del ascenso al poder del nazismo en Alemania, y por los primeros años de la vida de una niña que asistió al advenimiento de la Segunda Guerra Mundial. Tras perder a un hermano y ser dejada por su madre —perseguida por los nazis— en manos de una familia adoptiva, una nena descubre la soledad, primero, y la reconstrucción de su vida, después, rodeada por un entorno social que se va oscureciendo con el avance de los horrores de la guerra. Con muy buenas actuaciones de Geoffrey Rush y Emily Watson en los roles de dos padres sustitutos, la película resulta un ejemplo de puntillosidad en la fotografía y de la efectividad que puede lograrse en el cine cuando se dispone de una buena historia. La crueldad que nace de la intolerancia y los temores que genera la división de una sociedad gobernada por el miedo, se muestran con mayor ferocidad al contrastar con el inocente mundo de los chicos que asoman a la vida y la descubren en uno de sus más desgraciados pasajes.
Con una impactante recreación de época, David O. Rusell concretó una gran película con la ayuda de un excelente conjunto de actores. La trama abordada en “Escándalo americano”, excesivamente compleja en sus detalles, resulta simple en su proposición: se trata de una cadena de trampas urdidas por tramposos profesionales. El comienzo de la historia muestra a una pareja integrada por quienes aparentan ser los animadores centrales de la película. Pero al promediar el relato se agregan personajes que suman riqueza al filme y que se convierten en excelentes muestras de composición e interpretación actoral (Jennifer Lawrence, Bradley Cooper). Un estafador que se enamora de una bailarina y deja a su mujer, son los primeros nudos de un complejo tejido de charadas que terminará involucrando al FBI, políticos y a la mafia. Más allá de la historia, quizá lo más impactante del filme se centre en un puñado de escenas que revelan la acertada mano del director en su factura y la calidad profesional de los actores que resaltan un oportuno casting, rubricado por las excelentes performances de Christian Bale y Amy Adams. Con un tono dramático moteado por situaciones propias de la comedia ligera, la película es un fresco de los años 70 pintado con los colores que la cinematografía americana utiliza para criticar un sistema que, cuarenta años después, sigue defendiendo con uñas y dientes.
“Una familia peligrosa” es el título de la comedia negra co-protagonizada por Robert De Niro y Michelle Pfeiffer y dirigida por Luc Besson, que relata en tono jocoso las aventuras de un mafioso que se convierte en delator y es perseguido por sus antiguos cómplices. Escudado en una identidad falsa y protegido por un agente especial (Tommy Lee Jones) el hombre, su mujer y sus hijos adolescentes se refugian en el norte de Francia. Pero el afán de venganza de la mafia los acosa, día tras día. Martin Scorsese, el cineasta que vivisecciona a la sociedad norteamericana cosechando igual cantidad de críticas que de elogios, asumió la producción del filme, con lo que hizo presuponer que la historia no ahorraría crudeza. Y, si bien es cierto que la violencia no se esconde aunque la historia transite por el camino de la comedia farsesca, también lo es que no resulta un producto congruente. Robert De Niro hizo tantas veces de mafioso “serio” que resulta difícil verlo en el mismo rol con pretensiones de arrancar risas. Un filme que no rompe la barrera de lo previsible y sólo resulta un liviano entretenimiento, aunque la prolija mano del director intente producir un crescendo de suspenso, todo queda en aguas de borrajas y las sorpresas se pierden en la oscuridad.
Aventura emparchada Si el director Paul Feig se hubiera propuesto armar una película con clichés, “Chicas armadas y peligrosas” habría cumplido holgadamente con ese objetivo ya que eso y no otra cosa resulta esta pretendida comedia de acción que quiere arrancar risas con la reiteración de lugares comunes. La historia, como otros cientos iguales, reúne a una agente del FBI con una mujer policía de Boston en una misión muy peligrosa. La bostoniana no quiere a la policía federal y ésta intenta quitarle entidad a la local. Esa diferencia se zanja porque el peligro que las acecha a ambas es mayor que sus diferencias y se unen en una lucha que no evita mostrar escenas que todos ya conocemos de memoria, como la disponibilidad de un arsenal en un domicilio privado; el modoso comportamiento de la agente federal ante la poca diplomacia de la policía provinciana, etc, etc. Con una densidad que atenta contra el ritmo que debería respetar una película que no escatima escenas de violencia —que la médula de la pobre historia justifica—, algunos golpes de efecto que propone el guión hacen pegar un respingo al aburrido espectador. Pero aún en estos espaciados episodios en los que la película logra captar la atención, también se cometen graves errores ya que los gags y retruécanos —casi todos en boca del personaje que encarna Melissa MacCarthy— quedan neutralizados por el alto contenido de prejuicios que esconden, como las constantes chanzas que la mujer le prodiga a un agente de la DEA albino, al que tortura verbalmente por esa condición. Un largo bostezo subraya esta producción en la que Sandra Bullock nunca cambia de cara y que tiene, como único mérito, la buena actuación de Melissa McCarthy.
Caos de pura acción Una aventura para jovencitos —hijos de quienes acepten como edificante una fantasía bélica—, que aborda una historia en la que los malos son muy malos y los buenos, viceversa. El argumento gira en torno al grupo comando que debe enfrentar a Cobra, la organización maléfica que se infiltra en la Casa Blanca y secuestra al presidente para, desde allí, dominar al mundo (bueno sería contar con el asesoramiento de un analista de la política internacional que aclare qué puede ser peor para el resto del mundo). En el filme, la misión del grupo comando G.I. Joe será la de neutralizar esta acción, para lo que deberá luchar contra los impostores y contra la opinión pública que no está al tanto de la suplantación de roles de la que fue víctima el gobierno. La participación de Bruce Willis sugiere un refuerzo proveniente de otras desaforadas sagas fílmicas (como las interminables “Duro de matar”) pero no convence y el resultado es una película que se basa en un planteo absolutamente simplista para abordar un tema complejo; con actuaciones rígidas y un sedimento de discutible validez ideológica. Escenas de acción pura que borra los límites entre los videojuegos, las verdaderas batallas que se libran en distintos rincones del planeta y un regodeo por lo bélico que alimenta peligrosas fantasías.