Pasión de preembarque
Una mujer con cáncer terminal se enamora de su médico.
La cartelera veraniega vuelve a traernos romanticismo oncológico. Como en 50/50 , en Amor por siempre un tumor maligno irrumpe en alguien joven y vital que -en medio de un sismo íntimo- se enamora de su terapeuta. Ambas películas son tragicomedias (por lo tanto, irreverentes): la protagonizada por el inescrutable Joseph Gordon-Levitt tiene progresión lógica y una ácida impronta a lo Judd Apatow; la protagonizada por una expansiva Kate Hudson parece una combinación de Sex and the City con Antes de partir , filme en el que el cáncer era apenas el trampolín hacia ampulosas lecciones de vida.
En Amor..., Hudson interpreta -con convicción, aunque el personaje bordee el absurdo- a Marley: una publicista simpáticamente avasallante, libérrima, que no quiere catorce de febrero ni cumpleaños feliz. Vive en Nueva Orleans, con saludable liviandad, hasta que, ay, un virulento cáncer de colon le cambia las coordenadas. No al punto de hacerle perder su estilo filoso, pero sí de rever sus vínculos (padre distante, madre sobreprotectora -Kathy Bates- amiga embarazada, etc) y, maravillas de Hollywood, de enamorarse de su médico (Gael García Bernal: anodino, más allá de que el personaje lo obligue a funcionar como contraste conservador de Marley).
Irrealismo mágico: basta comentar que, en algo así como una nube, Marley tiene encuentros con algo así como un hada madrina (Whoopi Goldberg, otra vez en un personaje que procura mitigar la tragedia, como aquella médium de Ghost...).
En Amor...casi todo falla: la pareja no tiene química -ella parece llevárselo, siempre, a él por delante-, el cinismo superficial alterna con la emotividad manipuladora -sin provocar mayor efecto, en ambos casos- y se respira un tufillo moralista. Veamos: una mujer desprejuiciada recibe castigo divino, procura -sin saberlo- redimirse a través del amor del que renegaba y se enfila hacia un paraíso... estilo new age, claro.