Azarosa coincidencia: la semana pasada se estrenaba Yo antes de ti, un cuento de hadas aristocrático llegado del país separatista europeo del momento en el que se defendía con una disimulada opulencia el derecho a quitarse la vida. Siete días después llega otra apología de la eutanasia, ya no como cuento sino como una presunta comedia romántica. La prodigalidad es la misma, no así la perspicacia para hacer digerible la irrealidad que une a aquel filme con Amor por sorpresa. En ocasiones, las disparatadas fantasías de los pudientes alcanzan la cúspide de una irremediable estolidez cercana a la idiotez.
El insólito argumento: después de que la millonaria madre de Jacob pasa a otro mundo, al único heredero no le bastará para justificar su propia existencia el hecho de habitar en una mansión monárquica de parques y jardines inmensos y de contar con cientos de sirvientes a su disposición. Tras un par de humorísticos intentos de quitarse la vida, remedos de gags, la nostalgia lo llevará a un recinto de su infancia que solía visitar con su padre para contemplar el mar.
En ese momento, descubrirá por accidente que existe una empresa dedicada a ayudar a los desesperados a viajar (en primera clase) hacia el otro mundo. Así, en el día en que firmará un contrato irrevocable para acabar con su vida, en el piso tres de la compañía, Jacob conocerá a Anne, la mujer de su vida, otra cliente que ha tomado la misma decisión. Lógicamente se enamorarán, y el problema mutuo consistirá en anular ese pacto, el cual en principio no puede deshacerse. De allí en más, habrá enredos, persecuciones y sorpresas. No todo es lo que parece.
Quien recuerde Carácter, la precedente película del realizador holandés Mike van Diem, no encontrará la solemnidad de aquel filme ni su supuesta profundidad psicológica. El tono de autoayuda es lo que aquí predomina, más decisivo que la voluntad humorística que se le quiere impartir a algunas escenas. Hay que decir que el único plano agraciado, una panorámica del océano, depende más de la locación y el buen tino de filmar durante un día nublado, que de alguna idea concreta de puesta en escena. A veces, a los personajes se les da por bailar. Lo bueno es que para eso suena Oblivion de Piazzolla. Debe ser lo mejor de toda la película.