Boulevard of Broken Dreams
A sus 74 años, Steven Spielberg estrena su primer musical, una de las grandes películas del año.
¿De qué va? El enamoramiento entre Tony y María trae un rayo de esperanza dentro del tumultuoso West Side, en donde la guerra entre los Jets y los Sharks no tiene fin.
Bajo los escombros del San Juan Hill, un complejo olvidado que descansa bajo los cimientos del nuevo Lincoln Center, que cambia poco a poco el paradigma del West Side de antaño, los Jets se presentan con una danza simpática, casi inocente. Del otro lado, esperando el impacto de un baile provocativo, están los Sharks, los puertorriqueños que no tienen miedo a aquellas abusivas palabras. Sus ojos trigueños denotan haber peleado varias batallas, y están preparados para la próxima.
Entre miradas de odio y juramentos de venganza, ambos bandos se amenazan por el control de un territorio que no los quiere, que avanza con una modernidad que los desplaza hacia las sombras. Sin hacer caso a las autoridades, Riff (Mike Faist), el segundo capitán de los Jets, propone un último y decisivo enfrentamiento: una pelea campal por el control total del territorio. Pero para esto va a necesitar de la ayuda de su viejo confidente, el otro fundador de esta banda que trae más problemas que soluciones; Tony (Ansel Elgort).
Como si de un favor se tratara, Tony, que trata de escapar de ese pasado truculento que un día lo puso en la cárcel, asiste al baile en el que se llevará a cabo el acuerdo, pero sin esperar conocer allí a María (Rachel Zegler), hermana de Bernardo (David Alvarez), capitán de los Sharks. En la oscuridad, tras las luces de un baile confrontativo, ambos adolescentes se enamoran, sin presentaciones ni tapujos, sin prejuicios ni barreras, generando así la única oportunidad para que ambas bandas comprendan que esta pelea es tan inútil como innecesaria.
Basada directamente en el musical del ’57, aunque sin olvidarse de su anterior adaptación cinematográfica, Steven Spielberg toma este proyecto para no solo adentrarse en su primer musical a los 74 años, sino para darnos un ejemplo magistral de apropiación de la obra. Ya lo vimos con Scorsese y sus Cape Fear y The Departed, con Tarantino y sus diversas referencias al cine oriental y de Leone, ahora le toca al maestro que llegó para darle fin a un cine de autor que se impuso allá por los ’70 y abrió las puertas de una industria que revolucionaba al séptimo arte.
Alejándose de las problemáticas de las tumultuosas calles de Nueva York, Steven nos zambulló en aventuras fantásticas, rodeadas de tiburones malévolos, extraterrestres que buscan volver a casa y arqueólogos intrépidos. Un cine que ponía fin a una exploración profunda de personajes conflictuados para ofrecernos shows espectaculares que trascendían desde la galaxia más lejana.
Hacer un repaso por toda su obra, y sobre explicar que su cine va más allá de un mero show de fuegos artificiales, es robar palabras en este texto, pero es una obligación por mí parte remarcar la importancia de este cine que estableció la vara que mide, al día de hoy, el paradigma de lo que comprendemos como cine de industria. A pesar de que estemos rodeados de un sin fin de producciones que no dejan de repetirse hasta el hartazgo, es una alegría que directores de la talla de Steven sigan haciendo ruido para demostrarnos que este cine no vino para destruir lo anteriormente establecido, sino que llegó para darle otra impronta, en la que la espectacularidad es parte de un entorno que subyace problemáticas de igual o más trasfondo que cualquier film de autor. Es, hoy, uno de los directores que pueden manejar millones bajo su brazo sin perder de vista que esta parafernalia no es más que la excusa para contar una historia que necesita ser contada, no importa la cantidad de veces que haya sido expuesta.
Es así que esta reversión, basada en la obra de Shakespeare, escrita y ambientada en los ’50 y reinterpretada en 2021, es un claro ejemplo de que la industria no solo es una fuente inagotable de reboots y secuelas espirituales, sino que es la posibilidad de contar aquella historia, que necesita de un apartado increíble, para trascender en un show tan espectacular como sutil.
De esta forma, West Side Story no solo se transforma en una de las experiencias más ricas del año, sino que es ejemplo de que dentro de este cine tan pastiche hay lugar para que una remake haga tanto ruido como lo hizo su versión anterior, dejando así su propia huella y creando una voz propia.
Entrando en términos de puesta, el film se apoya en coreografías que te hacen querer salir de la sala bailando sin vergüenza ni limitaciones. Con una planificación que te hace replantear de cómo un mortal puede filmar tan bien, el apartado visual, lleno de contrastes y colores que denotan el espíritu carnavalero de ambos bandos, es tan poderoso como la voz de nuestros protagonistas, que desprenden en sus notas el dolor de ese amor prohibido.
Con el poder actoral de Elgort, Zegler, Alvarez y Ariana DeBose, que da vida a Anita y al mejor personaje de toda la película, esta nueva reversión logra una voz tan fuerte y extraordinaria que coloca en un punto álgido este género que poco se ve hoy en día, pero que, al estar atravesando estos tiempos pandémicos llenos de nuevos inicios y realidades, necesita ser revisado para traer esa luz de esperanza y divertimento que tanto necesitamos para atravesar el día a día. Porque, en definitiva, el motivo de este cine es entretenernos y West Side Story es el ejemplo de que lo espectacular no solo es necesario, sino de que puede estar bien hecho, explotando en nuestro cuerpo esas luces de colores que nos hacen sonreír desde lo más profundo de nuestro interior.