Así como hay cineastas, como Wes Anderson, a los que con solo ver un fotograma de sus películas se acierta de inmediato su autoría, esta Amor sin barreras es un Steven Spielberg en estado puro.
La película arranca con todo, sin textos pero con música, con un travelling al ras del piso y sobrevolando las cuadras de un vecindario marginal, donde transcurrirán la historia de amor de María y Tony, y los enfrentamientos entre los Sharks y los Jets, las pandillas de puertorriqueños y “blancos”, que en verdad tienen más cosas en común que en las que podrían estar en desacuerdo.
Es el racismo, la opresión policial, es la falta de oportunidades de unos y otros en un microuniverso en el que la ciudad de Nueva York se expandía derrumbando viejos edificios y generando un nuevo sueño americano al que no todos podrían alcanzar. Es, siempre, una historia de rivalidades, de conflictos y desafíos.
Amor sin barreras es un drama musical de 1957, que Robert Wise llevó al cine en 1961, que no ha perdido vigencia. Por más que el espectador quiera quedar prendido del romance prohibido entre Maria y Tony, al estilo Romeo y Julieta en el que se basa el original, el contexto pesa más que como mero trasfondo.
La primera de Spielberg
Y está, claro, la manera en que el director de Jurassic Park, que nunca se había “atrevido”, según sus propias palabras, a un musical, se dispone a narrarlo. Y toda su imaginería visual estalla desde la fotografía, de Janusz Kaminski, no siempre de colores estridentes, sino también oscura, con sombras y que abre y amplía espacios y ambientes de una escenografía que no parece de decorados.
Spielberg no es fiel al filme -de hecho, siempre habló de actualizar la obra de teatro musical, y el guion de su amigo Tony Kushner (Munich, Lincoln) se basa en la obra-, que es el que todos recuerdan. No solo porque altera el orden de las canciones.
Sigue estando Anybodys (ahora interpretado por la actriz no binaria Iris Menas), y cambia el sexo de algún personaje, como Doc, que ahora es Valentina, interpretada aquí por Rita Moreno, que en el original era Anita, a quien Doc salvaba de que la violaran los Jets. Ahora es Valentina la que salva a Anita, una excepcional Ariana DeBose (Hamilton).
Y así como la escena que no llega a ser violación era más extensa y, si se quiere, morbosa para la época en la que se filmó, las peleas cuerpo a cuerpo, a navajazo limpio, resultan más violentas, rodadas con más vehemencia.
Bueno, Spielberg no es Wise.
Al margen de que llamó a Justin Peck para las coreografías del filme, y no son las mismas de Jerome Robbins. Lo cual no está mal ni está bien. Esta es la versión de Spielberg y sabe hacer lo que quiere al contar con el guiño, como lo obtuvo, de Stephen Sondheim, el letrista del musical original, único que estaba vivo cuando se realizó la película (el autor de Sweeney Todd falleció el viernes 26 de noviembre).
Al frente de todo, y entre las luchas, los movimientos frenéticos de cámara, la iluminación y la artificiosidad, están ellos, los intérpretes. Rachel Zegler, que nunca había filmado una película, es todo un descubrimiento de Spielberg. No solo canta muy bien, sino que actúa con una desenvoltura en la que parece haberse reflejado de Ariana DeBose, que interpreta a su cuñada, Anita.
Ansel Elgort, un Tony que le lleva más de una cabeza a María, tiene un ángel que hasta cuando canta -y no es cantante- atrae, seduce. Si la relación entre María y Tony encandila, ya se sabe que todo marchará sobre ruedas.
Quizá los más esquemáticos roles planteados a los líderes de Sharks y Jets, Bernardo y Riff hacen que David Alvarez y Mike Feist (de Dear Evan Hansen) pierdan verosimilitud. Pero bueno, estamos hablando de gente que se expresa bailando y cantando, y bien cierto es que esta Amor sin barreras es de lo mejor en el género que se ha visto este año en los cines.