Una ¿comedia? cínica pero simpática
La tercera realización de Jason Reitman (“Gracias por fumar”, 2006, y “La joven vida de Juno”, 2007), llega a las salas de cine con la crítica a los pies de su protagonista, George Clooney, quien figura en todas las predicciones como uno de los candidatos a quedarse con el Oscar.
Antes de comentar ciertos aspectos de “Amor sin escalas” es necesario hacer una importante aclaración.
Vale la pena destacar que el título con que conocemos en la Argentina “Up in the air”, no tiene nada que ver con la historia que narra la producción.
Si hay algo que está claro es que “Amor sin escalas”, como se sugiere en el título, no es una comedia romántica sino, justamente, todo lo contrario.
Aclarado este detalle, digamos que el film está basado en la novela de Walter Kirn y resulta menos una comedia ligera y más una historia temas controvertidos: las consecuencias de la fuerte crisis económica que sufrió (sufre) los Estados Unidos.
Ryan Bingham (George Clooney) es un experto en facilitar el despido de miles de personas en las empresas dentro del territorio estadounidense. Mientras la economía norteamericana se derrumba, la empresa en la que Bingham trabaja florece
A cambio de su talento como cruel portavoz de despidos, recibe todo tipo de privilegios y la meta que se ha fijado es totalizar 16 millones de millas de viajero en las compañías aéreas, todo un récord.
Pero los problemas no tardan en surgirle con la aparición de dos mujeres, Alex Goran (Vera Farmiga), otra ejecutiva colega en la actividad, y Natalie Keener (Anna Kendrick).
De esta manera podemos reseñar la historia de esta producción.
Digamos, pues es necesario hacerlo, que la temática que aborda Jason Reitman es muy actual, ya que afecta dramáticamente a miles (¿millones?) de desocupados, víctimas de la crisis planetaria, y ofrece una amarga, feroz y pesimista visión sobre la realidad socioeconómica de su país a través de un personaje (o un actor) con un enorme carisma, como es el que compone eficazmente George Clooney.
Jason Reitman (32 años) ha concretado como realizador, con sólo tres largometrajes, a partir del 2006, constituirse en un cineasta sumamente interesante, tanto por las temáticas e historias que encara, como por un estilo personal transitando el difícil camino del humor ácido, bien dosificado, poco frecuentado, mediante productos de buena calidad que llegan a los espectadores dejando en su paladar artístico un añotado sabor agridulce. Ha demostrado ser un realizador (y guionista) inteligente, y sólido narrador, en el actual panorama fílmico estadounidense que adolece de directores que sepan plantear con efectividad la sátira, la farsa, cuanto menos la comedia.