El Infierno está encantador
Ryan Bingham (George Clooney) es un experto en downsizing que viaja por todo el país despidiendo cada día a centenares de empleados; es decir, haciendo el trabajo sucio que los gerentes de las empresas no se animan a concretar. Ryan es cínico pero simpático, cool pero eficaz para convencer a sus “víctimas” de que están ante una nueva oportunidad en sus vidas, cuando en realidad están a punto de perder su estabilidad y sus beneficios sociales.
Mientras la economía norteamericana se derrumba, la empresa en la que Bingham trabaja florece (en el último año ha viajado 322 días). A cambio de su talento como terminator de puestos de trabajo, este verdadero antihéroe recibe todo tipo de privilegios (estadías en hoteles cinco estrellas, jugosos viáticos, autos de lujo en alquiler) y -amante como es de los viajes en primera, de los aeropuertos, de la soledad y de los encuentros sexuales casuales y efímeros- tiene como meta alcanzar un objetivo reservado para muy pocos: 10 millones de millas de viajero frecuente (de paso, hay un chivo tras otro de la compañía American Airlines).
Pero los problemas para Bingham no tardan en surgir con la aparición de dos mujeres (dos notables personajes femeninos): Alex Goran (Vera Farmiga), otra ejecutiva y frequent flyer que generará en él una hasta entonces inédita necesidad de compromiso; y Natalie Keener (Anna Kendrick), una joven y ambiciosa colega que amenaza su privilegiada situación cuando le presenta al jefe de ambos (Jason Bateman) un sistema de despidos a distancia vía teleconferencia.
Hasta aquí el planteo básico del film. Ahora empieza el (inevitable) debate:
1- ¿Estamos ante la obra maestra (y gran candidata a los premios Oscar) que muchos sostienen que es o ante una película calculada y oportunista como afirman unos pocos detractores?
2- Quienes leyeron el libro publicado en 2001 por Walter Kirn coinciden en que la novela es mucho más ligera que la película y que Reitman propone un mensaje moral, ciertas “lecciones de vida” mucho más contundentes y, quizás, subrayadas.
3- ¿Es la película demasiado cool, ingeniosa y canchera (con su festival de punzantes one-liners) como para abordar el drama de miles, millones de nuevos desocupados? Reitman se anima, incluso, a mezclar testimonios de actores conocidos (desde J.K. Simmons hasta Zach Galifianakis) que interpretan a trabajadores despedidos con otros de personas reales que han perdido sus empleos en los últimos tiempos.
4- ¿Reitman hace bien en coquetear con los arquetipos de la comedia romántica más tradicional para ofrecer luego ofrecer una amarga, despiadada y pesimista mirada sobre la realidad socioeconómica de su país (aunque con un trasfondo humanista y ciertas concesiones conservadoras sobre el “refugio” que significa la familia)?
5- ¿Es Clooney con su mejor vertiente de sonrisa compradora a-lo-Cary Grant el actor ideal para interpretar a este monstruo con cara de ángel?
En principio, hay que admitir que el joven realizador de Gracias por fumar y La joven vida de Juno (la mayor esperanza surgida de Hollywood en los últimos años) es un talentoso guionista/escritor de diálogos y un sólido narrador (aquí combina un estilo preciso e implacable cuando se sumerge en el pulcro universo del protagonista con otro más desprolijo y ligado a la home-movie cuando se acerca al casamiento de la hermana de Bingham), así como un gran director de actores.
La película y sus protagonistas resultan irresisibles (divertidos, corrosivos, desafiantes), pero al mismo tiempo hay algo de cálculo y de regodeo en el ingenio que hacen que algunos pasajes resulten un poco forzados y el espectador no pueda conectarse del todo desde lo emocional con las miserias y contradicciones de estas criaturas.
No pocos desdeñarán cierta “marca oscarizable” que tiene la película (pienso desde Belleza americana hasta Jerry Maguire, amor y desafío), esa idea de que se pueden decir cosas importantes apelando a los esquemas más clásicos del cine de género (en este caso, la comedia romántica).
Pero uno de los mayores méritos del film (y de Clooney) es que no se trata de un film condescendiente ni demagógico. Uno podrá consustanciarse y hasta identificarse (no sin cierta incomodidad) con un personaje tan carismático como el de Bingham y “tranquilizarse” cuando Reitman nos ofrezca su moraleja humanista, pero Amor sin escalas no deja de ser una película mordaz, impiadosa y muy bien construida.
Lo que a todas luces resulta imperdonable es el título que los “genios” del marketing le han puesto en la reguión: no sólo porque es feo sino porque no tiene nada que ver con la esencia de la historia. Si hay algo que está claro es que Amor sin escalas no es una comedia romántica ligera sino, precisamente, todo lo contrario.