Curioso trabajo el de Ryan Bighman (G. Clooney). Se ha pasado buena parte de su vida saltando de un avión a otro, recorriendo ciudades a lo largo y a lo ancho de los Estados Unidos, siempre con la pesada misión de despedir gente. Es el más consumado especialista en reducción de personal y las grandes compañías se lo disputan. En lo suyo, luce imbatible. Hábil profesional, no alberga el menor sentimiento de culpa al comunicarle a la gente que se ha quedado sin empleo. Para semejante labor, hay que estar blindado en materia de afectos. Apuesto y elegante, manejándose siempre con esa media sonrisa del que todo lo sabe, se niega a mantener relaciones duraderas, no tiene amigos íntimos ni pareja, ignora todo lo que tenga que ver con lazos familiares y su gran objetivo es superar un récord: llegar a los diez millones de millas aéreas, una marca que le permitirá ingresar a un club exclusivo al que sólo han conseguido acceder siete personas. A un tipo con metas tan mezquinas, puede llegar a cambiarle el libreto el encuentro con una pasajera con tantas horas de vuelo como él. Cuando por fin, contra todo lo previsto, se enamora, su jefe lo amenaza con trasladarlo a un puesto de oficina, lejos de aviones y aeropuertos. Hasta ese momento Ryan ha vivido sin raíces, moviéndose entre vuelos, hoteles y automóviles alquilados, mimado por todos los programas de viajero frecuente, cómodo en ese espacio sin vínculos ni compromisos. De repente todo empieza a resquebrajarse y el mundo le muestra su verdadera cara. George Clooney actúa, produce y a menudo dirige. En este caso, un personaje a su medida.