Jason Reitman suele enfocarse en protagonistas que generan bastante incomodidad. En su primera película, Gracias por fumar, el protagonista es un simpático defensor de las compañías tabacaleras. Su segunda, Juno, está protagonizada por una adolescente embarazada que ansía desprenderse de su futuro hijo. En esta, su tercera película, quien incomoda al espectador es un ejecutivo que se encarga de viajar por distintas ciudades para ocuparse de despedir personal de distintas empresas. Reitman, que ya había logrado posicionarse con su anterior film, logra subir varios peldaños en la industria con Up in the air (no muchos directores logran nominaciones al Oscar a Mejor Película, Mejor Director y Mejor Actor, entre otras, con su tercera película), sin renunciar al oxígeno indie que respira su corta filmografía.
Si algo caracteriza a los protagonistas de sus películas es un encanto particular, que contrasta fuertemente con aquellos rasgos que incomodan. En ese sentido, Ryan, el personaje interpretado por George Clooney en Up in the air, tiene mucho del encanto de los protagonistas anteriores, y un estilo de vida que genera asperezas. Ryan es un hombre solitario, que disfruta vivir en el aire, y no tiene reparos en enfrentarse a cualquier empleado y oficiar de vocero del gerente correspondiente para anunciarle su despido. A Clooney le sobra carisma y actitud para comprarnos con un personaje no tan fácil de digerir, de la misma forma que Aaron Eackhart en Gracias por fumar. Ambos personajes muestran que los representantes de la escoria de la humanidad, no tienen por qué ser parte de esa misma escoria, aunque presten su rostro y su voz para difundir su discurso.
A Clooney también le sobra talento para mostrarnos la otra cara de Ryan, la del hombre que se da cuenta de su soledad y de su oficio ruin, y pretende revertir su realidad. Ahí, en la introspección del personaje, en el acto de enfrentarse a sus zonas oscuras, se encuentra el elemento distintivo de la película, pero a su vez su mayor debilidad. Reitman no suele juzgar a sus personajes, pero aquí lo hace, aquí Reitman está convencido (y nosotros también), que su estilo de vida lo ha condenado a la infelicidad. A fin de cuentas, todos sabemos que los espejitos de colores del capitalismo no son un pasaporte a la felicidad de nadie, y si el sueño de Ryan es conseguir una credencial exclusivísima por las millas acumuladas, sabemos que, tarde o temprano, entenderá que la felicidad no está allí y que debe salir a buscarla. No es que el acto de juzgar al personaje y su conducta sea algo reprobable en sí mismo, sí lo es el colocar elementos adrede para que el juicio aparezca de la manera más básica posible. El momento en el que Reitman se atreve a hacernos creer que estamos ante una comedia romántica, cuando juega con el cliché del hombre corriendo en busca de la mujer, es una de las secuencias más tramposas de la película. En primer lugar, porque nada más lejos de este personaje que ir corriendo en busca de una mujer, en segundo lugar, porque la resolución drástica y sorpresiva de este acto romántico es un cachetazo al personaje y a los espectadores, el momento en el que la película sentencia definitivamente a su protagonista.
Si bien Reitman no comete el pecado de endulzarnos con finales felices innecesarios y facilistas, la necesidad de instalar situaciones que habiliten el juicio al personaje y sus ansias de redención, hacen que este film, el más importante de Reitman a la fecha, no posea toda la frescura y la honestidad de su anterior película. Afortunadamente, Clooney nos hace digerir su soledad con total naturalidad y con el encanto de sus habituales papeles, permitiendo que los actos más desubicados del personaje no nos suenen del todo incoherentes, y que la película no pierda la calidez característica de los films de Jason Reitman, un director que afortunadamente continuará ascendiendo, y aún tiene mucho por decir, muchos personajes ásperos sobre los cuales colocar su ojo crítico, mientras no vuelva a caer en el juicio fácil.