Los aeropuertos, los hoteles, los shoppings y las autopistas fueron en los años 80 íconos de esa modernidad líquida que abandonaba los grandes relatos colectivos y los reemplazaba por fragmentos individualizados. Las computadoras y el confort hicieron el resto. Si hasta simbolizaron el globalizador sueño americano (y europeo). Esto es, sea la parte del mundo que fuera, se trataba de una continua reproducción del modus vivendi de los ricos del Norte, un oculto y flamante proceso de colonización a manos de los negocios virtuales y el turismo.
Es lo que Bryan Bringhman, el personaje protagónico de "Amor sin escalas", llama "su casa", un hogar sin más integrantes que el más importante de ellos: él mismo. Sobre la soledad y el autoexilio versa la película más mentada de la última renovación de la cartelera local.
El Bringhman de George Clooney es un "despedidor", un experto en descerrajarle en la cara a la gente que será echada de su trabajo, un tipo feliz sobre rampas móviles, en accesos vip y con cientos de tarjetas de crédito y promoción. Sólo se conecta con una bella y de su misma calaña mujer, y con su colega, una principiante en eso de descartar trabajadores. Ambas relaciones pondrán en crisis la vida del ejecutivo.
El nuevo filme del director de "Gracias por fumar" y "Juno" llegó a las pantallas argentinas precedido de una gran campaña de marketing con miras a la temporada de premios y sobre todo al mayor de ellos, el Oscar. Así fue nominado en varios rubros y de hecho ganó varias estatuillas.