Drogas en continuado Convertir un drama social en un narco-thriller que surca las calles de Santa Fe capital y los ríos de Rincón es un desafío del que, con maestría narrativa y personalidad técnica, ha sabido enfrentar el director santafesino Agustín Falco de una película, su ópera prima, producida íntegramente en la provincia con subsidios, equipos y elenco de la región. La decisión de filmar la historia a través de la técnica del plano-secuencia (esto es, cuando la cámara se mueve con la acción generando largas escenas sin cortes) y además hacerlo con continuos primeros planos del protagonista es, de entrada, un riesgo del que “Cauce” sale absolutamente airoso. Quizás sea por la muy interesante búsqueda de no circunscribir el relato a lo típicamente icónico, ofreciendo otros detalles desde la perspectiva de los personajes o desde la paleta de sonidos que los rodea. Un joven de clase media se queda sin trabajo, y sin decírselo a su familia, se enreda casi de casualidad, u obligado por las circunstancias, en la fallida entrega de un cargamento de drogas. Ariel es Juan Nemirowsky (el mismo del capítulo “Sueño de barrio” de “Lo que se dice un ídolo”, la película sobre cuentos de Fontanarrosa, y de la serie policial “Balas perdidas” sobre el caso Fendrich que fue este año por la Televisión Pública), a lo mejor también responsable de la intensa atención que demanda el filme gracias a su calidad interpretativa. No es fácil tener una cámara delante de sí toda la película e ir construyendo los climas sólo con el rostro en primer plano. Con todo, “Cauce” es un negro cuento sobre las nuevas formas de delincuencia en nuestra zona contada por gente de acá, con recursos santafesinos y con la provincia como set de filmación. Para imitar.
Una cuestión de tiempo La fantasía infantil de un día unirse a una liga justiciera para salvar al mundo de algún desquiciado que amenaza destruirlo sigue siendo el gancho de “Mini-espías”. Nada nuevo bajo el sol, excepto por la aparición de flamantes personajes apoyados por otros antiguos. Dos mellizos tienen una madrastra que, descubren luego, es una súper-espía retirada ahora obligada a volver a la acción para detener al Ladrón del Tiempo. Cuando las papas queman un perro-robot y Carmen y Juni Cortez, los mini-espías originales (más creciditos) ayudan a componer una historia llana con buenos y malos, acción y humor, efectos especiales y sentimentales, diversión y no tanto, y un Robert Rodríguez alimentado a violencia. La tres fue precursora en la tecnología 3D y la cuatro en 4D, pero en Rosario no hay salas con sillas que se mueven. Lástima.
Miedos de otras épocas Hammer Film Productions es una mítica factoría británica de películas y series de terror que hoy, resucitada, encara la remake de una cinta suya para TV estrenada en 1989 y basada en un libro de Susan Hill, al igual que la famosa obra de teatro. Un joven abogado es enviado a una gran mansión de un pequeño pueblo a ordenar el papeleo de un cliente fallecido. Allí observa que los lugareños, ante su paso, esconden a los niños. El secreto a voces habla del espíritu de una mujer que busca venganza por la muerte de su hijo y que habita la casona. Recreando el opresivo clima de los filmes de la Hammer, donde los objetos juegan un papel tétrico y los protagonistas nunca son tan buenos ni tan malos (aunque el halo potteriano siga sobre Radcliffe), el filme es un excelente tributo a aquellos miedos, que ya no son los de estos días.
Un pirata sorprendente En 1704, un pirata fue abandonado en la isla Juan Fernández, frente a Chile. Se las arregló para vivir solo y cuando fue rescatado sus vivencias fueron tomadas por el escritor inglés Daniel Defoe para contar una de sus más famosas historias. De allí el mote de "el verdadero Robinson Crusoe" que lleva el título de estos dibujos uruguayos. Realizado con la técnica del stop motion, es decir con fotografías de muñecos que van cambiando de posición, este largometraje es un ejemplo de la maestría de un artesano como el animador Walter Tournier. Con gran tino en su concepción argumental y una excepcional muestra de minuciosidad, la película entretiene y sorprende, mucho más cuando se reflexiona sobre el proceso de producción que llevó casi diez años. Para chicos, y grandes también.
Se trata del primer filme de gran producción de un documentalista y asistente de director de otros colegas y, como no se la iba a perder, el danés puso todo lo que tenía. Un hombre se sube a una cornisa en pleno Manhattan, amenaza con tirarse al vacío y el caso queda en manos de una psicóloga que descubre el ardid: distraer la atención de la policía, los medios y la gente para que dos secuaces roben un diamante. Construido en dos tiempos (con acciones ocurriendo a la vez), con vertiginosos movimientos de cámaras y entrometiéndose en la intrincada corrupción policial, el relato parece a veces forzado y otras de inocente resolución. Sin embargo, consigue atrapar gracias a un secreto que se devela de a poco. Sorprende la belleza latina de Génesis Rodríguez (hija del "Puma") y un Ed Harris genial en su rol de malo.
En la ficha de este comentario hay un error: los verdaderos intérpretes de este filme son la rana Kermit (René para los fanáticos de esta parte del planeta), Miss Piggy, Animal, Gonzo y todos los otros Muppets que, a esta altura y desde los años 70, han sabido desandar un camino original. Quien se crea que los protagonistas de este y otros filmes son muñecos está equivocado. Homenajeando al gran marionetista norteamericano Jim Henson, los Muppets deben salvar el estudio en el que grabaron sus mejores programas ante la amenaza de un ricacho dueño de pozos de petróleo. Dispersos, los bichos se juntan gracias a la buena voluntad de Walter, uno de ellos sin saberlo, que los pondrá a hacer un programa de TV para salvar su teatro. Inocente y genial.
Benjamin Mee es un periodista inglés que se compró un zoológico y que inspiró el rol protagónico de este filme en la piel de Matt Damon. Así aconteció hace cinco años en Devon, al suroeste de Inglaterra, y así sucede en California, hacia donde Hollywood trasladó este relato de comedia y aventura con profundísimos toques de racionalidad y sentimentalismo. Síntesis: un viudo joven quiere salir del lugar que compartía con su esposa y se muda a un ex zoo. Decide remozarlo y reabrirlo con la ayuda de sus dos hijos y los empleados del predio. No faltarán imprevistos, decisiones odiosas, ingenio ni risas para alcanzar el objetivo. Pero mientras tanto, el filme reflexiona sobre la posibilidad de rehacer una vida tras la muerte de un ser querido, y sobre la muerte misma. Lo interesante en realidad es la forma que toma esa mirada en relación a los chicos (los de la pantalla y los de la platea): natural y decidida a no darle tregua a la desesperación pese al dolor. Tampoco se puede desdeñar el mensaje racionalista, atado a la ecología claro, donde el hombre está obligado a controlar el ciclo de vida de los animales. Con actuaciones aceptables, una historia simpática contada con algunas elipsis (con más pinta de tijera que de guión), bichos de todas las layas, lágrimas de alegría y de las otras, y perlitas de fino humor, eso de tener un zoo puede ser increíble, pero absolutamente real.
De cómo redimirse de la muerte de un ser muy cercano trata este filme francés. Dividida en tres partes, la historia se centra en Ismael, un periodista que sale con Julie. Cuando ésta muere de repente, una serie de compensaciones amorosas se cuentan a través de las aventuras sexuales y desventuras emocionales del viudo. Montada como una comedia musical donde los personajes manifiestan sus sentimientos con canciones, la mirada sobre las relaciones en la juventud pone una enorme distancia con el modelo tradicional de pareja. Sobre todo porque al formar parte de la vida misma de los protagonistas, el sexo y sus más variadas composiciones quedan absolutamente naturalizadas. Al igual que la tristeza y la felicidad, tan difíciles de retratar sin hacer el ridículo.
No se trata de una gran reflexión sobre las diferencias de género, ni de los lugares que han conseguido hoy las mujeres, dentro y fuera del hogar. Tampoco hay lágrimas fáciles ni compungidas rupturas. Kate es una madre que trabaja en una financiera y debe atender un salto cualitativo en la empresa. Por su parte, su esposo ha perdido su puesto de arquitecto y asoma un nuevo proyecto. Las idas y venidas de Boston a Nueva York son el escenario en el que se desarrolla una historia tan simple, como olvidar ser feliz. Y todo lo resuelve una noche de boliche (no en una boite sino en un juego de bowling). Parker está cada vez más parecida a sí misma y los varones acompañan. Hay chascarrillos y humor, y cortes en el relato (con miradas a la cámara) que hacen acordar demasiado a Woody Allen. De todas maneras, da para pasar el rato.
En el futuro el tiempo es dinero. Debido a la superpoblación del planeta, el hombre ha sido genéticamente modificado y deja de crecer a los 25 años. Desde ese cumpleaños le queda un año de vida excepto que pueda comprar tiempo. De allí que los ricos vivan eternamente y los pobres no, claro. En ese contexto y tras la muerte de su madre, Will decide dar batalla e irá por todo. Secuestra a la hija de un banquero de tiempo y sale en busca del millón de años que guarda en un cofre. De esta manera se desata una persecución que va conformando una metáfora del presente. Hay gente que acapara y otra que debe vivir con las monedas que aquellos desechan. Timberlake no destila tanto glamour como dicen y su compañera hace exactamente de eso. Ciencia ficción para pensar en lo que viene.