El motivador desmotivado
Una tibia sensibilidad social empieza a surgir en el Hollywood post-crisis económica, aunque dada la gravedad del asunto recibe una mirada absolutamente trivial que no hace otra cosa que negar la realidad. Ese es el caso de Amor sin escalas, del realizador Jason Reitman, que cuenta con la actuación protagónica de George Clooney junto a Vera Farmiga; film que llegó a la entrega de los Globos de Oro con varias nominaciones y debió contentarse con apenas un premio al mejor guión.
La historia se concentra en la rutinaria vida laboral de Ryan (Clooney), quien se dedica a la ingrata tarea de despedir gente en las diferentes empresas que buscan maximizar rendimientos y utilizan intermediarios que se supone son ávidos conocedores de la psicología humana y eficaces mensajeros del capitalismo salvaje. Motivo de tan ajetreada actividad, el protagonista se la pasa viajando de una punta a otra del país y toma contacto, cada vez que baja de su paraíso aéreo, con diferentes realidades sin involucrarse emocionalmente, pues eso influiría negativamente sobre el éxito de su misión. Sin embargo, se sorprenderá al recibir un encargo de reclutamiento de una joven que aspira a ganarse la medalla de la mejor empleada tras haber inventado un sistema por el cual se puede despedir a distancia desde una computadora, y así ahorrarle a la empresa miles de dólares. Pero Ryan parece tener algo de humanismo al cuestionar semejante atropello para la dignidad humana, que de a poco lo llevará a reflexionar sobre su propia existencia y su escasa esfera social, pese a haber encontrado en uno de sus tantos desembarcos en aeropuertos a una mujer (Vera Farmiga), por quien siente gran atracción y con la que mantiene una serie de encuentros entre viaje y viaje.
Hasta acá podría pensarse que el guión busca explorar los embates de la crisis económica y su impacto en el mercado laboral bajo el pretexto de una historia de amor. Pero a no alarmarse, porque lo que el film de Reitman cuestiona es el medio y no el fin, y con una sensibilidad primaria como la de quien viera un spot publicitario de Unicef, donara 15 dólares con su tarjeta de crédito y luego llamara al delivery de sushi para calmar su angustia.
Así, esa pátina de conciencia social paulatinamente se irá cubriendo de todos los clichés y lugares comunes que el cine industrial nos tiene acostumbrados al irrumpir, además, una forzada historia de amor con el habitual mecanismo de las segundas oportunidades para que todos los corazones queden contentos y el sexy George despliegue su arsenal de tics y muestre su rostro de perrito faldero.
Con Amor sin escalas el cine mainstream -aunque a veces se quiera camuflar de independiente- prueba una vez más que sigue a rajatabla los mandamientos de disciplinar al público, ocultándole aquellas cosas que por más que no se quieran ver hieden como esos cadáveres del golfo que la televisión se negó a mostrar para no bajar la moral de un pueblo ganador.