Rescatando al pasajero Ryan
George Clooney se luce, lejos de su sonrisita compradora, en un papel maduro y sensible.
Metáforicamente hablando, Ryan Bingham está aislado del mundo. Del mundo real, del mundo de los afectos. "¿Aislado? Estoy rodeado de gente", le dice y no miente a su hermana por el celular. Está en uno de los cientos de aeropuertos que pisa por año. Ryan se la pasa viajando en avión -el último año, los contó, viajó 322 días- y tiene un sueño: alcanzar las 15 millones de millas para tener un reconocimiento en su aerolínea preferida.
Y ése ha de ser el único aliciente, la única palmada en la espalda que podrá llegar a tener, porque Ryan trabaja de eficaz despachante de empleados. Integra una agencia que es contratada para decirle en la cara a los empleados que cualquier empresa piensa echar, que se quedaron en la calle. Ryan no es cínico, pone su mejor cara comprensiva ante los desahuciados, pero tampoco lo toma muy a pecho.
Hasta que una movida en la agencia lo puede dejar afuera a él.
Así como Juno, en La joven vida de Juno, la anterior realización de Jason Reitman, afrontaba su embarazo adolescente y trataba de adaptarse a la realidad, afrontando los riesgos, y tenía toda la vida por delante, Ryan es la contracara. Largo cuarentón, no quiere saber nada de relacionarse románticamente -conoce a una mujer (Vera Farmiga) que viaja casi tanto como él, y es sólo su amante-, casi no se habla con sus hermanas y escuchar la palabra niños lo asusta más que alguna turbulencia a bordo de un Boeing.
Hasta que...
Amor sin escalas -título que tendrá gancho para una comedia romántica, pero escasa relación con la trama de esta película- es un mazazo al espectador, cuando se aproxima el desenlace. Sin ser Los amantes -el protagonista, Joaquin Phoenix, optaba por quedarse con la mujer que lo amaba, cuando a la que él amaba lo dejaba-, los ojos de Ryan hablan de una soledad, un vacío que es mejor no experimentar.
Las ideas de un nuevo "talento" en la agencia (Anna Kendrick, de la saga Crepúsculo), que consiste en hacer los despidos vía teleconferencia, lo baja a tierra de una manera más que literal. Reitman, que ya había demostrado ser un gran dialoguista, acierta más aún en la pintura del protagonista. Ryan comienza a aflojar sus ataduras, bajar la coraza y a sentir, algo que aparentemente nunca había hecho en su vida de relación, con compromiso cero. Ver cómo lo trata su hermana menor, a punto de casarse, advertir que no es imprescindible para quienes lo rodean es para Ryan un aterrizaje forzoso.
El papel a George Clooney -bien a la James Stewart- le cae a la perfección. No hay tics en su actuación, ni siquiera su famosa caidita de ojos. Y allí está su mérito. Ni su sonrisa compradora le funciona. Todo el pavor (¿dolor?) que siente ante lo que no puede resolver, a Ryan se le adivina en la mirada.
Aunque el guión tenga momentos de calculada costura, sea moralista y hasta conservador, es devastador. Lástima que no esté traducida la canción en los créditos finales, que un desempleado dejó en el contestador telefónico a Reitman. Esparce algo de esperanza en una realidad socioeconómica despiadada que Amor sin escalas no deja de lado, y permite reflexionar, con una temblorosa sonrisa.