Tal como ocurría en Gracias por fumar Jason Reitman vuelve a quedarse en el diagnóstico.
Observar, pero sin accionar
Un tipo complicado este Jason Reitman. ¿Qué es lo que quiere? ¿Qué es lo que busca? Su mirada es clínica, tiene una gran capacidad para describir ámbitos, discursos y posiciones, dejando hablar a sus personajes, permitiéndoles expresarse. Pero sólo con Juno (que, a diferencia de Gracias por fumar, no escribió) ha podido ir más allá de la mera descripción, para formular una respuesta posible a los problemas planteados.
La primera mitad del nuevo filme de Reitman es especialmente lograda. El humor rebalsa ingenio pero también oscuridad, al igual que en sus dos películas anteriores. Es como si el realizador, a través de los personajes y un guión aceitadísimo, utilizara la risa como herramienta para alertarnos sobre el estado del mundo, casi gritando de desesperación.
Pero no todo se sostiene en la lengua. Otros lenguajes de carácter estético intervienen. Up in the air es un filme de espacios vacíos, pero cargados de plenitud, de significado, incluso de significante. También de tiempos: momentos donde todo se congela, instantes de quiebre que pueden marcar a personas para siempre, porciones temporales que pueden significar para los protagonistas una posibilidad o la ilusión de transportarse a otra dimensión, de ilusionarse con otras sendas para sus vidas. Y finalmente, de cuerpos insertos en esos esquemas espacio-temporales, buscando su identidad, tomando conciencia de sus acciones y las consecuencias que provocan, definiéndose a partir de su contacto con los otros y las dinámicas laborales.
Sin embargo, en la segunda parte, cuando tiene que definir qué es lo que sucede con las dificultades que le surgen al protagonista (un gran George Clooney), el director y guionista tropieza claramente. Elige, por un lado, resignarse a las reglas que cimentan el universo que se encargó de mostrarnos de forma sutil pero despiadadamente crítica, a la vez que castiga al personaje por los pecados cometidos en el pasado, como si no hubiera chance de redención, condenándolo a una situación sin salida, aún después de la toma de conciencia. En el medio, se carga a unos cuantos secundarios, como el interés amoroso interpretado por Vera Farmiga. Reitman se revela completamente incoherente para con sus criaturas en la ficción: primero las va modelando con cuidado y cariño, dejándolas circular libremente, para luego, repentinamente, atarlas a un destino totalmente arbitrario e improductivo.
Había un diálogo notable en el filme Mejor imposible, donde Jack Nicholson le reprochaba a Greg Kinnear “¡yo me estoy ahogando y vos estás describiendo el agua! ”. Amor sin escalas (título en castellano falso y carente de gracia) termina operando de la misma manera, diagnosticando pero sin atreverse a tirarse a la pileta, quedándose en un punto de vista casi cínico. E incluso emparenta a Jason Reitman con el director argentino Juan José Campanella, quien también posee un gran oído para los diálogos y un innegable talento para la puesta en escena, pero cuya predilección de lo ideológico por sobre las conductas de los personajes lo hacen caer casi siempre en actitudes inmorales y poco éticas. Esperemos que los dos dejen de interesarse tanto por el “mensaje”. La mejor forma de ser político es seguir, en todo el relato, una línea de conducta.