Jordan no encuentra el tono de la película y el relato se limitada a la historia de amor fantástico, sin demasiado amor ni demasiada fantasía.
Syracuse (Farrell) es un pescador hosco, que por algún motivo prefiere evitar el contacto con el resto de las personas. Su vida está marcada por un pasado complicado por el alcoholismo y una separación no exenta de violencia, y un presente económicamente difícil, lo que se suma a la enfermedad de su hija, a quien urge un trasplante hepático mientras se la somete regularmente a diálisis.
En una de sus cotidianas salidas de pesca, en la red habitualmente vacía, aparece Ondine (Bachleda), una mujer bella, misteriosa, inexplicable. Ella no quiere ser vista, ni merece ser abandonada. Es por ello que Syracuse la llevará a vivir a la casa abandonada de su madre, ya fallecida. Desde ese día, las cosas cambiarán. Para Annie, la frágil hija del pescador, la recién llegada es una sirena. Ciertas leyendas irlandesas, como Neil Jordan, el realizador de la película, refieren a las selkies como sirenas inmortales que son capaces de adoptar formas humanas, dejando escondido su ropaje original. La joven Annie decide que Ondine es una selkie que se ha enamorado de su padre y que vivirá con ellos para siempre, aun a costa de renunciar a su verdadera identidad y convertirse en mortal. La dura vida real comienza a iluminarse de fantasía.
Y eso es la película: una fantasía amorosa, un cuento de hadas cruzado por la enfermedad de la niña, el alcoholismo, la difícil situación social de cierto sector de la población de Irlanda y la violencia asociada al tráfico de personas. Combinación que Jordan ya había abordado. A diferencia de lo que ha hecho en algunas de sus mejores películas (En compañía de lobos, Mona Lisa, El juego de las lágrimas), en este caso evita cargar de oscuridad el relato, no atravesar la historia bonita con los dolores de la realidad, con la oscuridad de los pasados que necesariamente desmiente ese relato idílico. Y acá está el problema principal de Amor sin límites.
La deriva de la trama impone un final que empeora, por su rictus de realismo declarativo, la interesante dialéctica entre la historia fabulosa urdida por la niña sin esperanza, y la historia real de personas reales, que se enamoran a pesar de saber que todo es más complicado de lo que parece.
Jordan parece no encontrar el tono de la película en ningún momento, ya que no causa inquietud ni zozobra en el espectador, limitada a la historia de amor fantástico, sin demasiado amor ni demasiada fantasía. Una obra definitivamente olvidable en un director que, por su historia, aun cuenta con crédito suficiente.