En la actualidad, no son habituales las películas sobre cuentos de hadas. Esto es lo que parece ser Amor sin límites durante buena parte del film. Varios elementos contribuían a creerlo así: un hombre solitario y perdedor (Colin Farrel)), pescador en las costas de Irlanda, cuida a su hijita con serios problemas de salud, a quien deberán cambiarle un riñón. Una ex esposa alcohólica, y un pasado propio de alcohólico también, ahora recuperado para poder ayudar a su hija Annie.
Ante estos personajes en conflicto se presenta una bella y misteriosa joven surgida del agua -en verdad, él la recoge con su red entre unos pocos peces- que habla con un acento extraño, y se rehúsa a dar explicaciones sobre su llegada o a ver a nadie del pueblo, y se hace llamar Ondine (Alicja Bachleda). Mujer del agua, nunca se aleja de ella, es una experta nadadora y parece atraer con su canto a peces y langostas a las redes de su salvador. Todo lleva a que la inteligente Annie vea a la misteriosa visitante como un ser mitológico, y que surja el amor entre esos seres que parecen rescatarse mutuamente. Sin embargo, Ondine muestra tener un costado carnal muy evidente.
En suma, un film con un alto grado de romanticismo, que se ve con placer, y que trae una vez más el tópico del misterioso recién llegado que viene a alterar la vida de un grupo humano. Me reconcilié un poco con Colin Farrel, en esta actuación medida, entre duro y débil, del hombre que lucha por recuperar una dignidad que tal vez nunca había tenido.
Neil Jordan (El juego de las lágrimas, Entrevista con el vampiro) suele ocuparse -en películas de distinto género- de la articulación o interacción entre realidad concreta y fantasía, entre apariencia y verdad. Su film puede disfrutarse cuando se desarrolla en ese interregno cuasi fantástico, mientras se mantiene la magia. La sugestiva fotografía de Christopher Doyle -bien conocido fotógrafo de las películas de Wong Kar-wai- filma esas costas, esos mares, con un sabio uso del gris, del verde y el azul, de las penumbras, de la permanente ausencia del sol, acentuando una atmósfera bellamente misteriosa.
El problema sobreviene cuando Jordan decide no sostener más el misterio, y da un duro golpe de realismo anticlimático en un final torpe y apresurado, con lo cual el film cae de manera estrepitosa.