Esta notable película del director de La boca del lobo (La bocca del lupo) y Bella y perdida (Bella e perduta) llega finalmente a los cines de Argentina luego de su estreno mundial en la Competencia Oficial de la Mostra de Venecia 2019 (donde Luca Marinelli obtuvo la Copa Volpi al Mejor Actor) y de ganar la competencia Platform en Toronto, entre varias otras distinciones. Basada en la novela más autobiográfica de Jack London, Martin Eden es una película enorme, amplia, abarcativa, que presenta la sociedad europea de todo un siglo, atravesando épocas sin especificar. Gran personaje literario y cinematográfico, el protagonista es un marinero de Nápoles que, por circunstancias casuales, es aceptado por una familia de la alta burguesía. Inmediatamente él y Elena, la hija de la casa, se enamoran y él queda fascinado por ese mundo privilegiado que le da acceso a la literatura. Ya tiene todo decidido: será un escritor, y así podrá casarse con ella y ser aceptado en ese medio. El camino de Martin no es fácil, teniendo en cuenta que es proletario e iletrado, y la sociedad no lo ayuda. Un inconformista, el hombre arremete contra toda forma institucional, partidos políticos, grupos literarios, ganándose sólo enemigos. Marcello (La boca del lobo / La bocca del lupo, Bella y perdida /Bella e perduta y las posteriores Per Lucio y Futura) trabaja un fluir temporal sin indicaciones, sin datos temporales, con una imagen y color intencionalmente antiguos: varias veces se habla de una guerra, sin especificar a cuál se refiere; la familia Orsini, aristocrática, parece fijada en el siglo XIX, salida de un film de Luchino Visconti, con su estética aristocrática, mientras la de Martin podría estar en uno del Roberto Rossellini neorrealista. Por otro lado, la enorme riqueza de recursos también remite a distintos momentos temporales: músicas de diversas épocas, registros en blanco y negro de una Italia destruida, como la de Paisà o Europa 51, barcos carabela del siglo XIX y bombarderos de la Segunda Guerra Mundial, esas imágenes desconciertan al tiempo que abren las posibilidades interpretativas. Marcello ya había utilizado material de archivo también en Bocca di lupo para evocar una época de la historia de Italia. Personaje contradictorio, como tantos artistas de fuste, Martin esgrime su rebelión y su individualismo como una bandera, que lo llevará –tras una transformación tanto intelectual como física (gran composición de Luca Marinelli)- a la postura extrema propia de los vencedores, cínica y desdeñosa. Una película que abre la reflexión –y nunca la cierra- sobre el poder de la cultura, de las clases sociales, la esencia del socialismo, del individualismo y tantos temas de nuestra época.
Karin, la directora, descubre cierto día que ha recibido su nombre porque evoca a la hija de compañeros de militancia de sus padres. Entonces, inicia una búsqueda de ese origen. Utilizando una profusión de registros del pasado, y tomas actuales, realiza un viaje que no sólo es histórico, a las épocas en que sus padres eran jóvenes y se trasladaban de un sitio a otro en busca de un buen trabajo y bienestar, sino -y por ese motivo- también geográfico, que la lleva al extremo norte de Chile, Antofagasta, hasta el sur, en Chiloé. “El interior de un auto es un lugar seguro”, dice la omnipresente voz en off de la realizadora narrando su documental y, desde la ventanilla de un coche, vemos pasar las distintas geografías chilenas: el desierto de Atacama, junto al mar, los paisajes lluviosos del sur. Esta abundancia de imágenes desordenadas -como lo son los recuerdos-, si bien alcanza a mostrar algunos efectos de la dictadura, provocan que el film pierda su objetivo inicial: conocer la historia de ese nombre. La Erin original, que fue apresada y torturada, es dejada súbitamente de lado y se nos niega esa historia.
Esta película seleccionada para la apertura oficial del Festival de Valdivia 2019 fue producida entre otros por Dominga Sotomayorl, filmada en los alrededores de esa ciudad del sur de Chile, e interpretada por algunos actores locales y otros no profesionales, entre los que se destacan Samuel González y Marcela Salinas. Se trata de una historia de amor entre dos hombres, poco frecuente hasta hace muy poco en el cine chileno y latinoamericano. Un joven arquitecto llega a la zona de Valdivia a visitar a su hermana, antes de viajar a Canadá con una beca. Huye del rechazo de sus padres a su condición sexual. En el sur chileno conoce a un hombre de la región, pescador, e inmediatamente nace entre ambos un amor pasional. La espectacular, imponente geografía de la Región de los Ríos, con sus bosques, ríos y mar es el marco ideal para esta historia de gran ternura entre hombres fuertes, de diferente formación y cultura. La sexualidad está vivida y retratada –en escenas eróticas bastante explícitas- como la celebración de los cuerpos. Si bien la narración se reitera en ciertos aspectos, quitándole algo de tensión dramática, es un valioso aporte en una misión que busca el reconocimiento y la visibilidad de la condición gay.
Las películas del subgénero carcelario cumplen con ciertos tópicos, que El Príncipe desarrolla: ambiente cerrado, claustrofóbico, sordidez extrema en una prisión del subdesarrollo, con guardas abusivos, sexo brutal y no tanto entre los convictos, y otros. El ubicuo Alfredo Castro, actor todoterreno del cine chileno, es el líder de la celda donde va a parar un joven que en 1970 ha matado brutalmente a su mejor amigo, en un ataque pasional de celos. Se establece entre ambos una relación que no es sólo sexual sino de padrinazgo, protección y cierta clase de amor. Película de iniciaciones para un hombre joven que poco conoce de la vida y nunca ha salido de su espejo. Breves flashbacks arbitrariamente colocados a lo largo del relato dan cuenta de su pasado y de por qué ha acabado en esa celda. Unos cuantos episodios hacen la narración interesante, dentro de parámetros clásicos, y el duelo entre el capanga y el argentino recién llegado (Gastón Pauls en su mejor papel con un personaje que parece ridiculizarse a sí mismo) es lo más valioso del film. El final es previsible, pero así y todo la película no pierde su interés.
El mayor mérito musical de Peter Grudzien había sido su disco The Unicorn, de 1974, considerado el primer LP de música country abiertamente gay, algo inusitado en el mundo heterosexual del country. Después de haber sido conocido por ello, Grudzien pasó a ser un outsider. La francesa Isabelle Dupuis y y el estadounidense Tim Geraghty acompañaron al músico durante tres años en su retiro en Queens, Nueva York, donde vive, en casa de su padre casi centenario, con él y su hermana Terry. Y sólo sale para concurrir a marchas de orgullo gay o para tocar en ignotos clubs donde nadie parece reparar en él. Indudablemente, Grudzien sale de los cánones: suerte de ermitaño en esa vivienda deteriorada donde se acumula toda clase de objetos: equipos electrónicos, instrumentos musicales, discos, videos, banderas -la de la Confederación sureña en sitio preferencial- y memorabilia. Allí evoca su vida, sus problemas mentales, económicos y familiares, generando una enorme melancolía. Las figuras bizarras del protagonista y de su padre, y la de su hermana paciente psiquiátrica, con su máscara facial y sus memorias de tratamientos de shock, las pelucas, el hablar balbuceante, el ambiente decrépito y saturado, sus peleas, la paranoia, la locura de los tres personajes, hasta el leitmotiv del gato, todo remite sin escalas al célebre documental Grey Gardens (1975), de los hermanos Albert y David Maysles, Ellen Hovde y Muffie Meyer, sobre madre e hija Bouvier Beale, otros dos personajes border que hicieron de su vida un arte. Un arte povera, sí, pero poco convencional, con mucho de locura, y más cercano a la performance. Dupuis y Geraghty muestran el delirio y el pesar sin filtros, sin atenuantes.
Islandia constituye hoy una suerte de reserva natural, un país que vive de su naturaleza brava, inhóspita. Halla (Halldóra Geirharôsdóttir) está decidida a salvaguardar el carácter natural de la isla, defendiéndola de las corporaciones industriales y energéticas que llegan a la isla y amenazan cambiar el ecosistema. Esa mujer independiente vive sola, es directora de un coro y ha emprendido una serie de vandalismos ecológicos contra los proyectos del gobierno, que le han dado el apodo de “mujer de la montaña”. Algo viene a interrumpir su misión: ella no contaba con que su solicitud para adoptar un vástago sería respondida cuatro años más tarde, y una niña huérfana y víctima de guerra está esperándola en Ucrania Apoyada por su hermana gemela (interpretada por la misma Geirharosdóttir) y un presunto primo granjero, Halla sigue adelante con sus proyectos. Pero todo se le pone difícil: por un lado, las nuevas tecnologías establecen un cerco que va limitando su acción de sabotaje. Es la naturaleza, con las irregularidades del terreno, sus grietas, sus ovejas, sus aguas termales, la que la protege de adelantos como los drones, las pruebas de ADN, los helicópteros que la sobrevuelan. Y, por otro lado, se establece el conflicto entre su maternidad y su misión con la Madre Tierra. Benedikt Erlingsson ya nos había sorprendido gratamente con su película anterior Historias de caballos y de hombres(2013), en la que también la naturaleza cobraba un valor predominante. En esta oportunidad, a la naturaleza montaraz que defiende Halla agrega un toque surreal, o si queremos, de realismo mágico: hay permanentes testigos para todo lo que ocurre: una banda de tres músicos –tuba, acordeón o teclados y percusión-, y un trío de cantantes ucranianas, músicos que nadie más que Halla ve, pero que la acompañan desde el fondo del plano, casi como un coro griego, aportando la música diegética en brillante acto creativo; y un turista latinoamericano que es quien siempre paga por estar cerca del lugar de los sabotajes, y por ser sudaca: esta peor amenaza para la policía islandesa es la amarga nota cómica del film. El talentoso Erlingsson no se ciñe a un género particular: circula entre el thriller, el drama familiar y la comedia. Narrado desde el punto de vista de Halla, no hay cuestionamientos a su accionar, sólo algunos comentarios de sus vecinos, que ven sus libertades restringidas por la búsqueda de la “mujer de la montaña”. La fotografía de Bergsteinn Björgúlfsson desarrolla un espléndido panorama de los escabrosos terrenos y los límpidos cielos de Islandia, en dramático contraste con el futuro que está llegando a esa tierra.
Siguiendo con sus películas de mensaje moralizante, el guionista y realizador José Celestino Campusano sale del conurbano y se interna en la Pampa húmeda para abordar el tema de los curas pedófilos. Muy a tono con estos tiempos, uno de sus protagonistas es un religioso que abusa de cuanto niño llega al comedor comunitario de su parroquia. El otro personaje principal es Ariel, un muchacho del cual el cura ha abusado y hoy rechaza. El chico, desesperado al principio, no tarda en asumir su condición sexual, se introduce en el mundo gay del pueblo y seduce a los peones de su padre. Película con varios giros, áspera como todo el cine de Campusano, Hombres de piel dura vuelve a mostrar una galería de actores no profesionales que funciona mejor que otras veces. Pero la historia resulta cruda y obvia, sin sutilezas -el cura es en todo miserable, la hermana en todo fiel- y sin ahorrar detalles en las relaciones sexuales y en su desmitificación del peón argentino machote.
Las altas torres de los silos graneros dominan todas las acciones que se desarrollan en un pueblo de la pampa agropecuaria. Allí, una joven llamada Magda (Rita Pauls) vive sus últimos días de soltería ocupada en las tareas habituales antes de la boda, cuando sufre una epifanía negativa: se da cuenta de que el mundo no es el lugar idílico que creía conocer, ni su novio lindo y todopoderoso la persona que ella suponía. Una tragedia, culpas negadas o sofocadas bajo un manto de silencio, consecuencias violentas, y sobre todo las verdades no dichas se presentan ante Magda aunque a su alrededor nadie quiera ver ni aceptar la realidad. Luis María Mercado ha realizado una ópera prima muy deudora de los mundos de Lucrecia Martel, de su manera de presentar la idiosincrasia de la clase media y el patriarcado, y de abordar el tema de eso no se habla, de subsumir todo en el consabido son cosas que pasan. Magda atraviesa un verdadero proceso iniciático al asumir lo que será vivir en la negación y la mentira. A manera de coro griego, la mujeres de su entorno (María Fiorentino, Eva Bianco) sostienen el status quo en una fuga hacia el pensamiento mágico.
Carlos Echeverría es el mayor referente del cine de la Patagonia con sus registros sobre su historia, su geografía y, sobre todo, los estados de injusticia que se viven en ella. Su último documental constituye una denuncia sobre los abusos que se han practicado con la distribución de inmensos territorios, amparados por el Estado. El punto de partida es la figura del doctor Juan Carlos Espina, médico ferroviario entregado a la acción solidaria en El Maitén, provincia de Chubut, quien -tras ser electo diputado por la UCRI en 1960- se alejara de ella y fundara un pequeño partido, Libertad y Tierra, impulsor de la reforma agraria. Por ese motivo fue echado de todos sus cargos públicos. El documental toma el punto de vista de una ficticia nieta del médico que parte en busca de sus huellas y así reconstruye su historia y la del Oeste de la provincia. Si bien el film, como todo el cine de Echeverría, deriva hacia variados temas y vías de investigación, el foco está puesto en la denuncia de la apropiación que la Compañía de Tierras del Sur Argentino, de origen inglés, llevó a cabo con la concesión de tierras desde 1889, y el trazado de vías ferroviarias que convenían para el traslado de sus lanas a los puertos de Buenos Aires. Hoy esas tierras están en manos de la familia Benetton, aunque el documental no especifica cómo se realizó ese traspaso. Si bien en principio se promovía la colonización y la radicación de colonos, con distintas maniobras fraudulentas todo devino un gran latifundio. En 1908, 25.000 hectáreas fueron restituidas a las comunidades de pueblos originarios, pero posteriormente fueron desalojados y usurpados, sin reacción alguna del Estado, que siempre se mantuvo ausente o refrendando el status quo. Así llega hasta la actualidad, con los reclamos de los originarios por su tierra enajenada, y la represión de las fuerzas armadas, que cobró víctimas fatales en 2017. Resultado de una investigación de varios años, con grabaciones, fotos y registros de época, el documental es un riguroso testimonio de verdades no oficiales de la historia de la Patagonia y, si bien se excede en la duración y algunas reiteraciones, constituye un film necesario, de capital importancia en momentos de extremo negacionismo.
A la hora de la siesta, una mujer (Mónica Raiola) prepara un tuco esperando la llegada de su hijo. Es su plato favorito, pero sobre todo el de su dóberman, un perro temible. Mientras tanto, habla por teléfono banalidades con una amiga. Allí llega Mirna, montada en su bicicleta, una mujer con evidentes problemas psicológicos y medicación encima, que Mercedes recibirá con aceptación y paciencia. Filmada en tiempo real, la película está desarrollada en base al diálogo que establecen esas dos mujeres sentadas a la mesa. La talentosa Maruja Bustamante expone todo su histrionismo y fuerte corporalidad para caracterizar a Mirna, con su habla cansina, sus ademanes expresivos, su mirada torcida que insinúa ocultas intenciones. Temas cotidianos, chismes del barrio, prejuicios, juicios, envidias, contradicciones, la charla va subiendo de tono en un duelo hasta devenir una discusión trágica. El drama, montado con un realismo costumbrista que no descuida detalles. Gestada en el ciclo Operas Primas del Centro Cultural Ricardo Rojas, Dóberman tuvo su éxito teatral, y se decidió llevarla al cine. El teatro filmado tiene sus riesgos, que aquí se procura salvar con algunos primeros planos, algunos exteriores del conurbano bonaerense, aunque hay una preferencia por el plano secuencia. Pero la base de la obra es el diálogo, la voz y dichos de los personajes, que revelan sus personalidades e intenciones. Tal es la base del teatro y, por ende, cinematográficamente el resultado es limitado.