Por más esperanzas que uno pudiera tener depositadas en la posibilidad de que Franck Dubosc abandone los personajes con impronta de pendeviejo de actitudes infantiles, “Amor sobre ruedas” se suma lastimosamente a “Disco” (2008) y “Camping 1” (2006) y “Campìng 2” (2010). En todas lo mismo: galán o playboy venido a menos, aunque se crea genial. El estreno de esta semana es la sublimación de todo lo anterior porque el señor Dubosc además de actuar, escribe y dirige con lo cual las libertades que se toma giran en torno a su forma de ver las cosas.
Jocelyn es un tipo fachero, mujeriego a la antigua y con pocos escrúpulos en ese sentido. Misógino, engreído, y hasta se podría decir un mentiroso compulsivo. Muere su madre pero esto no parece afectarlo en nada, al punto tal que en su rol de guionista Dubosc ni se molesta en justificarlo.
En la casa de la difunta el tipo se sienta en una silla de ruedas, y en esa posición conoce a una veinteañera vecina que, por supuesto, se convierte en objetivo sexual y la razón por la cual seguir adelante simulando ser lisiado. Pronto sabrá por qué la cosa no va a funcionar, pero mientras tanto la chica le presenta a su bella hermana Florence (Alexandra Lamy), quien de verdad está en silla de ruedas en una condición complicada. Pese a esto (tal vez porque ya está en el baile y hay que bailar, no lo sabemos) Jocelyn sigue adelante con su mentira.
La innumerable cantidad de desaciertos de “Amor sobre ruedas” reside tanto en la displicencia para construir un personaje metido en una situación absurda, como en la instalación del verosímil de sus actitudes que supuestamente deberían resultar graciosas. El agravante de todo es la impunidad de un discurso que desde lo superficial, es decir lo anecdótico de la trama, pareciera perseguir la corrección política colocando al personaje como “alguien que aprenderá una gran lección”. Pero al tratarse de un triple rol, la falta de justificación pone a la realización integral dentro de un gran signo de interrogación frente a acciones que en los tiempos que corren podrían ser apológicas.
En el costado amable de “Amor sobre ruedas” están la simpatía de Alexandra Lamy y… No, eso sólo, la simpatía de Alexandra Lamy. El resto es una búsqueda constante de fórmulas remanidas, sin imaginación y de una predictibilidad pasmosa. Dubosc elige a Gérard Darmon como intérprete de Max, el mejor amigo del protagonista, para proponer un anclaje a la cordura entre tanta insensatez, pero se irá diluyendo hasta la intrascendencia con lo cual sólo queda la historia de amor en sí misma cuyo éxito dependerá exclusivamente de la buena voluntad del espectador