Como es tradición en muchas comedias románticas, Amor sobre ruedas arranca con un equívoco que su protagonista tratará de sostener hasta el final. Se llama Jocelyn, un maduro tarambana de holgado pasar económico que no tiene escrúpulos en mentir si el objetivo es la seducción de la mujer que lo atrae. La cosa se complica cuando el hombre encuentra la horma de su zapato, representada en este caso por una elegante y muy despierta mujer que es discapacitada motriz, precisamente el recurso del que se vale esta vez Jocelyn para concretar sus planes.
Así planteadas las cosas, Amor sobre ruedas enfrenta desde el vamos el riesgo de verse como una fábula con moraleja aleccionadora sobre los costos del engaño, sobre todo cuando la víctima potencial es minusválida y el victimario es un exitoso empresario amante del running que vende zapatillas deportivas. Además, Dubosc (actor, autor y director) luce unos cuantos años más de los 50 aludidos por su personaje.
Sin embargo, el múltiple Dubosc sabe escaparle con buen ritmo a la mayoría de las prevenciones. Las alusiones al romance y la discapacidad resultan por lo general honestas, ingeniosas y, a veces, francamente divertidas. En vez de encarnar mensajes moralizantes, los personajes (con la excelente Alexandra Lamy a la cabeza) aceptan plegarse a un juego que a su tiempo derivará en una genuina y jamás forzada toma de conciencia.