Mentira la verdad
El vodevil francés sigue vigente en cada una de las comedias que llega a los cines locales, o al menos es lo que más ha desembarcado en nuestras pantallas. El género sabe de la confusión como impulsor de narraciones, puertas que se abren y se cierran, que esconden verdades, pero que, lamentablemente se olvida de preocuparse por los cambios de paradigmas en la sociedad, y las inevitables lecturas que desde allí se pueden realizar.
Amor sobre ruedas (Tout le monde debout, 2018) ópera prima del también protagonista del relato Franck Dubosc (Entre tragos y amigos, 2 amores en Paris), narra la desprejuiciada vida de Jocelyn, alto ejecutivo de una empresa de calzado deportivo que teniéndolo todo decide siempre encontrar la vuelta para engañar y sacar rédito de su posición social y poder adquisitivo. Las vueltas de la vida hacen que conozca a una vecina que cree que es discapacitado motriz, y por eso decide presentarle a su hermana Florence, una bella mujer que tras un accidente ha desarrollado toda su vida en una silla de ruedas.
Lo que comienza como un juego, en el que sólo Jocelyn busca engañar a Florence para tener sexo con ella y luego revelarle que puede caminar, construye un siniestro panorama en el que la mentira presionará el relato hasta niveles insospechados, siendo la revelación del dato que el espectador posee el único motor narrativo de la historia.
Amor sobre ruedas es misógina, y posee un timing incorrecto para manejar cuestiones asociadas al comportamiento del protagonista, un bon vivant que especula hasta último momento todo, y que tiene una particularidad: trata a las mujeres como objetos, despreciándolas, aún en casos en los que debería hacerlo de otra menera.
Claro que la vuelta del guion intenta “suavizar” ese rasgo despreciable, castigando al protagonista con la imposibilidad de escapar de Florence, aún cuando ésta no haga nada para hacerlo y lo fleche por completo.
Amor sobre ruedas juega con el límite del humor y de lo posible de decir en la pantalla, y si bien nunca se muestra como políticamente correcta, algunas licencias sobre su intención de avanzar con el relato a pesar de todo, configuran una estructura predecible que termina fundiendo con lecciones y moralejas la comedia romántica más almibarada en su adn.
En el navegar entre esos dos universos, con una facturación fox export, plagada de tomas aéreas, cafés al aire libre y lujos por doquier, es en donde Amor sobre ruedas pierde fuerza, y pese a los intentos de los protagonistas por enaltecer la trama que interpretan, luego del engaño, no queda posibilidad alguna por recuperar algún punto a favor para su defensa.
Amor sobre ruedas llega en mal momento, se ríe de discapacitados, mujeres, y también del espectador, quien inevitablemente terminará por ceder su atención al relato, más no sea por esperar que la revelación de la mentira, al menos, le saque la culpa de ser cómplice de Jocelyn, su odio al diferente y sus artimañas.