A partir del clisé que dice que de un malentendido nace una historia de amor, Amor sobre ruedas juega a ser una comedia con mensaje moralizante.
Jocelyn es un soltero empedernido, de alrededor de 50 años, que parece tener la compulsión de mentir y seducir a cuanta mujer se le cruza. Profesional exitoso y millonario del negocio del running, un día se topa con una vecina que vive en el mismo piso que el de su madre recién fallecida. Obnubilado por los pechos de la mujer, se le ocurre que puede ser su nueva conquista. Pero hay un detalle: cuando esta lo ve por primera vez, él está sentado en la silla de ruedas de su progenitora y ella asume que él es discapacitado.
Ella lo invita a la casa de su familia, en las afueras de París, él acepta. Pero el verdadero propósito de la reunión es presentarle a su hermana que sí es discapacitada. La mujer en cuestión es una bella e inteligente rubia, concertista de violín. Planteado el conflicto, Jocelyn se debate entre sostener su mentira a capa y espada o sacarse la máscara de mentiroso compulsivo.
Subida a caballo de la exitosa Amigos intocables (Intouchables, 2011), que ya va por su tercera remake (incluso una versión argentina y otra estadounidense a estrenarse en pocos días) el galán del cine francés Franck Dubosc debuta como director en esta película, en la que también es guionista y protagonista. El equívoco es el eje principal en el que pivotea la acción, mientras se la va mechando con chistes de dudosa gracia sobre toda clase de discapacidades físicas. Todo eso queriendo demostrar que la mayor incapacidad es la emocional, que está sostenida por el macho seductor.
Una curiosidad del guion es que en muchos momentos en que las escenas requieren una toma de decisión, la acción se corta y no se resuelve nada. Y de ahí se pasa a la siguiente secuencia. Como si Dubosc dejara en cada espectador qué medida tomar para resolver el asunto. Además de atrasar años en su catarata de chistes ofensivos hacia los discapacitados físicos, todos vertidos por un personaje desagradable que no provoca la mínima empatía y al que para colmo se pretende redimir.
Sólo el carisma de Alexandra Lamy salva, por momentos, una historia que está vestida de ambientes de lujo y escenarios coloridos.