JUEGO DE AMOR
Lo de Jane Austen es interesante. Más allá de ser parte de los cimientos de la literatura consagrada y el peso que esto implica, resulta notable cómo sus relatos han dado lugar a adaptaciones frescas, con personajes contemporáneos que, trascendiendo los vestuarios de época, tienen un vigor moderno que ha entregado excelentes films. Con este preámbulo estamos dando a entender que Amor y amistad gustó y que tiene en Whit Stillman a un director y guionista que conoce la obra y le da movimiento a una novela difícil de llevar a la pantalla, sobre todo por ser epistolar. Pero además tiene en la presencia de Kate Beckinsale a una mujer con la gracia, la elegancia y la belleza que parece venirle como anillo al dedo para representar a la manipuladora y oscuramente encantadora Lady Susan, entregando una actuación memorable.
La historia es engañosamente sencilla, algo que termina beneficiando con creces al ritmo de lo que cuenta y aquello que decide mostrar y lo que no. Lady Susan es una viuda que se encuentra completamente despojada de un estilo de vida ampuloso y decide alojarse con familiares del fallecido señor Vernon. Allí su intención es buscar un marido para su hija adolescente, Frederica (Morfyyd Clark), pero también la forma de poder asegurar su porvenir. De las asperezas de esta relación y las verdaderas intenciones de Susan es que se nutre un relato que va desarrollando a esta mujer que utiliza el deseo y la manipulación para lograr sus fines, siendo al final que todas las fichas caen en su lugar para comprender su accionar. Más allá de esto, lo interesante es que no hay una lectura reivindicatoria de la protagonista: la moral pasa a un segundo plano para mostrar las aristas del personaje sin tomar partido.
El dibujo de la Lady Susan que va trazando Beckinsale se sostiene en la sutileza de los gestos, las miradas y esa aparente vulnerabilidad con la que se mueve para obtener lo que quiere e interpretar los actos de quienes le rodean. Las largas líneas de diálogo que le tocan suenan ligeras y fluyen con su personaje, siendo esto complejo por lo ingenioso que suenan algunas sentencias: es sabido, el derroche de ingenio en un guión puede ser brillante o puede terminar de hundirlo por lo artificioso que suena. En Amor y amistad no es sólo el guión de Stillman, sino también las actuaciones las que ayudan a que aparezca la parte más brillante del asunto. Más allá del excepcional trabajo de Beckinsale, la labor de Clark como su tímida y sensible hija; el grotesco y simpático James Martin de Tom Bennett; la confidente de Susan, Alicia, interpretada por Chloe Sevigny; y el Reginald de Xavier Samuel le dan al film un elenco compacto y sin fisuras que ayuda a que la narración resulte sencilla de seguir.
La dirección no tiene el vigor que Joe Wright supo imprimirle a la adaptación de Orgullo y prejuicio pero adopta con irreverencia algunos clichés del cine mudo y deslumbra con encuadres a los que la música y la dirección de fotografía complementan con notable lucidez. Hay varios ejemplos válidos pero uno de los más representativos se encuentra hacia el desenlace, cuando Susan irrumpe en una escena a la que previamente había llegado dolido el personaje de Reginald, solicitando que Frederica le acompañe. El movimiento interno de cuadro es clave para entender el tono dramático de la escena, en particular si seguimos a los personajes de Reginald y Frederica. La disposición de las personas es clave para que comprendamos la tensión que reina en el ambiente y tiene en las manos de Stillman a alguien que comprende los tiempos y ritmos que debe tener la secuencia.
Esta nueva adaptación de una obra de Jane Austen resulta un drama con un agudo sentido del humor que gana fuerza con personajes carismáticos y actuaciones notables. La densidad que pueden tener sus largos diálogos puede espantar a algunos espectadores, pero la universalidad de sus dilemas la hacen, al igual que cualquier obra de Austen, cercana a todas las generaciones.