El director de Metropolitan, Barcelona, Los últimos días del disco y Chicas en conflicto regresa con una fascinante incursión en el cine de época a partir de la literatura de Jane Austen.
Whit Stillman dejó de lado la pintura del mundo contemporáneo y recurrió a una obra de Jean Austen para concretar el que es su mejor film. Suerte de nouvelle o novela corta espistolar, Lady Susan es una obra de juventud que traza un retrato muy agudo y ácido sobre la sociedad inglesa o, dicho de otro modo, un mordaz cuadro de la aristocracia británica de principios del siglo XIX. Las obras de Austen –como las de las tres hermanas Brontë- están siendo recatadas por el cine y las feministas porque muestran el estado de situación de la mujer en la primera mitad de ese siglo, mucho antes de que surgieran los movimientos de liberación femenina, y abordan de uno u otro modo el tema del matrimonio, único destino para la mujer burguesa de la época.
La protagonista, Lady Susan Vernon, es una viuda sin fortuna, con una hija casadera de 16 años, Federica. De acuerdo con su condición, la chica estudia en una escuela de señoritas y la madre vive de la hospitalidad de sus conocidos. Así llega a alojarse de manera algo forzada y comprometida a la gran casa de campo de su cuñado, quien con toda ingenuidad la recibe a pesar de las reservas de su esposa sobre la dudosa conducta de la joven viuda y de las críticas del señor De Courcy, hermano de ésta y un joven heredero.
Por supuesto, este hombre será el centro de las atenciones de la mujer, quien si bien no posee recursos económicos sí los tiene para la seducción, en una amplia y admirable variedad. Kate Beckinsale ha madurado con toda la gloria y está en un momento alto de su carrera, igual que su personaje Lady Susan. Despliega todo su charme, su ropa de luto es deslumbrante, sus sombreros admirables, y su inglés, de sonoro encanto. Arribista, intrusiva, inescrupulosa, la mujer es tan inmoral como bella y seductora, y viste su falsedad con toda elegancia al punto que nadie osa contradecirla. Mientras De Courcy cae en su red, ella mantiene una relación con otro noble casado y maneja los hilos para unir a su hija con un noble, rico y bastante idiota.
Es este cuadro no podía faltar la amiga y confidente, una bella estadounidense (Chloë Sevigny) casada con un noble inglés mucho mayor que se resiste a morir, y quien no aprueba la conducta de Lady Jane ni la amistad de su mujer con personaje tan turbio. Stillman prefiere el trabajo con conocidos, y suele a recurrir a los mismos intérpretes: Sevigny y Beckinsale ya habían estado juntas en Los útimos días del disco, otra historia de amistades, aunque en otro contexto.
La película evoca de alguna manera su origen epistolar: hay cartas que van, cartas que vienen, que se envían de una a otra casa, que informan, confiesan, denuncian, despiden. La palabra, célula de la epístola, lo es también del film, con voces y diálogos constantes, algunas líneas brillantes, argumentos de Lady Susan en uno y otro sentido tendientes a justificar su conducta, pero es oral en una medida que puede llegar a abrumar.
La música original siempre es la adecuada para acompañar la acción, y recuerda aquella de Barry Lyndon, e incluso la de Downton Abbey, otras obras dedicadas a la aristocracia inglesa, a partir de piezas de Haendel, Johann Christian Bach, Charpentier, Vivaldi, Mozart y otros. Stillman diseña una puesta en escena exquisita: en una cuidada reconstrucción de época, donde tanto decorados como vestuario responden a una paleta de colores delicada, los planos con fotografía de Richard van Oosterhout lucen un buscado equilibrio: los personajes siempre enmarcados por puertas, ventanas, arcadas, columnas, espejos, o componiendo dúos o tríos cuidadosamente pautados por la luz, en una puesta tal vez demasiado teatral.
Con un humor muy fino, Stillman desarrolla una crítica corrosiva de los que posan, de los que especulan y, sobre todo, de esos nobles que en la flor de su edad no hacen otra cosa que pasear por los jardines -primero con la madre, después con la hija- o recorrer a caballo sus propiedades -trabajadas por otros-. Los hombres de Amor y amistad son inactivos, ingenuos o estúpidos -sobre todo el fantoche pretendiente de Federica (Tom Bennett), un personaje muy logrado que se roba cada escena-, o se mueven según la manipulación que ejercen las mujeres, quienes tienen más clara la situación y saben manejarla con sutileza.