Hablemos del amor
Años, varias décadas atrás, la cinematografía italiana supo traer lo mejor y más vanguardista de la filmografía europea, sino mundial. Ya hace un tiempo largo que esos años en los que los grandes realizadores caían como frutas de los árboles en el país de Fellini dejaron lugar a un panorama más incierto.
Salvo casos específicos (que se encuentran alejados de la gran esfera de visualización), el cine italiano languidece entre comedias de (muy) bajo nivel, melodramas lacrimógenos, y productos como Amores frágiles con una pretendida cáscara intelectual que disimula un contenido vacío.
Se habrá leído por ahí: el amor se vive, se siente, no se dialoga. Eso habría que decirles también a la pareja protagónica de Amores frágiles, o mejor aún, a su realizadora Francesca Comencini.
Se entiende, Comencini se basó en su propia novela escrita en 2013 para llevar a cabo su nuevo film; y lo que está escrito no siempre es fácil adaptarlo a una acción real.
Sus personajes hablan y hablan, filosofan, expresan en palabras todo lo que les pasa por dentro; y de tanto hablar se olvidan de llevarlo a la práctica.
Atención, no es la primera vez que se presenta un film sobre el amor, o el desamor, en el que priman las palabras. Es más, una de las trilogías románticas más famosas de la actualidad Antes del amanecer/atardecer/de la medianoche también propone a una pareja discurriendo diálogos. Pero hay un detalle que hace la diferencia: hay sobreabundancia de palabras, sí, pero también había carisma, personajes con los que uno podía llegar a reflejarse, y en definitiva un real interés en lo que decían y en el devenir de la pareja. Todo lo que falta en Amores Frágiles.
Del tiempo que pasó, palabras quedaron
Claudia (Lucia Mascino) y Flavio (Thomas Trabacchi), son una pareja de profesores universitarios que llevan siete años sólidos, pero con varios devenires en el medio. Lo suyo es una pasión fuerte (por lo menos es lo que dicen), pero también algo inestable.
En realidad ese desenfreno pasa más por la atracción intelectual entre ambos. Se desean cuando hablan, utilizan psicofármacos para estimularse, se enciende el fuego mientras más superior parece uno y otro.
Así pasaron ya siete años, pero un día todo termina, de golpe. ¿Cómo se sale de ese pozo? Por supuesto ¡hablando e intelectualizando más y más!
Amores Frágiles se juega en varios tiempos. Del actual en el que la pareja rota se siente incomunicada por no poder cruzarse por avatares del destino (una analogía de lo más ramplona), pasamos a sucesivos flashbacks de distintos momentos de la pareja con todos los lugares comunes de las parejas que fueron y vinieron.
No es tampoco lo más original del mundo la propuesta de Amores Frágiles, historia de parejas a través de los años hay para contar de a cientos. Rápidamente, Escena de la vida conyugal es una, y Nuestro Amor otra. Pero en una está Bergman y Ullman detrás, en la otra (además de Reiner, Bruce Willis y Michelle Pfeiffer) imperaba una calidez que inundaba la escena.
En Amores Frágiles lo único que hizo Comencini pareciera ser poner a la pareja protagónica a leer tramos de su novela, como sea, en diálogos, monólogos, o voz en off. Todo con una intelectualidad que se presupone superior al espectador que debe callar para aprender.
En realidad, las conclusiones a las que arriban no son mucho más elevadas que las de cualquier manual de autoayuda barato, que por lo menos le habla de igual a igual el lector/espectador.
Claudia y Flavio son dos personajes, ¿cómo decirlo? francamente insoportables. Histéricos, caprichosos, pedantes, ególatras, carentes de cualquier atractivo social para con el otro. En parte se entiende por qué se tienen el uno para el otro. Ambos son la típica contrafigura que la/el protagonista descarta para irse con el amor verdadero. El tema es que acá los dos son los protagonistas y no sabemos con cuál de los dos quedarnos o desechar primero.
Conclusión
Amores frágiles desaprovecha dos buenas interpretaciones protagónicas para centrarse en diálogos que se creen más profundos de lo que son. La falta de empatía y la acumulación de palabras frías, la convierten en una película tan ajena como impenetrable. Quizás quienes sientan la necesidad de verbalizar sobre el amor básico le hallen su atractivo.