Claudia y Flavio, de un mundo universitario pintado como sensible, sofisticado, con dosis escenográficas de venerada bohemia -con todas las necesidades satisfechas-, están rodeados de una Italia de ensueño. Enamoramiento. O ya no; o ella sí, o se verá. EstosAmores frágiles empiezan rotos, y la estructura es fragmentaria, con flashbacks diversos y hasta históricos. Y Claudia es muy intensa -y muy es un eufemismo, sobre todo para la actuación de Lucia Mascino- y Flavio tiende a gruñir en gris, y es menos vital. Y congenian un poco, y mucho más no. Y se reflexiona desde diversos ángulos sobre el amor y sus posibles futuros, y sobre quedarse enganchado, y sobre cómo siguen las vidas. Un material de base con el que grandes directores y guionistas podrían haber hecho comedias ácidas o secretos y sutiles melodramas contemporáneos. No es el caso de Francesca Comencini (hija de Luigi), que apuesta por una mezcla -veloz y un poco atolondrada- de discursos llenos de estereotipia que no quiere ser tal, y de frases prêt-à-porter que quieren ser más inteligentes que lo que los diversos guiños a los temas contemporáneos aparentemente obligatorios sobre género le permiten. Todo adornado por una musicalización ramplona, cuerpos desnudos "cuidados" y un final tosco.