Amores frágiles

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

SUPERFICIALIDAD DISFRAZADA DE AUTO-IMPORTANCIA

Hay películas que podrían ser de determinada forma pero terminan siendo de otra, y eso muchas veces depende de los egos involucrados. Por ejemplo, Dunkerque podría haber sido un simple y efectivo relato bélico de espera y rescate, pero Christopher Nolan se la quiere dar de inteligente y complejo, y por eso termina armando una narrativa enredada y redundante que conspira contra las emociones. Algo parecido sucede con Amores frágiles, donde Francesca Comencini (hija de Luigi Comencini, realizador del clásico Pan, amor y fantasía) tiene entre manos una premisa suficientemente atractiva: el antes, durante y después de una pareja, con sus idas y vueltas. Sin embargo, a la directora y co-guionista no le basta con eso y se dedica a complicar todo de balde en pos de dejar su huella autoral. Y de paso, le complica la vida (al menos durante una hora y media) al espectador.

A Comencini no le basta con que Flavio (Tomas Trabacchi) y Claudia (Lucia Mascino) sean dos exponentes del ámbito académico e intelectual, con características opuestas pero que se enamoran súbitamente y encaran una relación definitivamente tortuosa, casi definitivamente destinada al colapso desde el minuto uno. Tampoco el estructurar la narración con idas y vueltas temporales, yendo del presente al pasado, construyendo un rompecabezas un tanto antojadizo; el insertar otros intereses amorosos interpretados por Camilla Semino y Valentina Bellè, más algunos personajes secundarios que entran y salen sin mucho sentido, y parecieran solo estar para servir de meras contrapartes de los protagonistas. No, también tiene que acumular una cantidad de diálogos apabullante para reflexionar sobre el amor, la pasión, el deseo, el sexo, las relaciones de pareja y un largo etcétera; construir secuencias artificiosas, meras performances en pos de hacer comentarios sobre el mundo, y que encima se pisan con imágenes documentales que quieren funcionar como sentencias morales; y soltarle la cuerda a Mascino hasta conseguir una actuación desbordada hasta lo insoportable (hay que reconocer que Trabacchi luce más contenido y hasta digno incluso en escenas que se prestaban a lo peor).

El resultado es francamente agotador por la cantidad de diálogos, situaciones, flashbacks, tramas y subtramas que se suceden sin un verdadero sentido de fondo, y que solo sirven para disfrazar a la película de supuestamente trascendente en su visión sobre los vínculos románticos. Porque la verdad es que Amores frágiles, detrás de su pretenciosidad y aires de intelectualismo entre ácido y rebuscado, no tiene casi nada original para decir. De hecho, está plagada de lugares comunes sobre los choques entre lo masculino y lo femenino, los niveles de compromiso o cómo construimos nuestras identidades a partir del contacto con el otro. Lo mismo puede decirse de su puesta en escena, donde prevalecen las imágenes entre teatrales y publicitarias, pero eso sí, con aires seudo filosóficos. Y qué decir de su final, que se la da de inteligente y sensible, aunque bien podría haber formado parte del cine romántico hollywoodense más mediocre. En el medio, se pierde la chance de crear personajes tangibles y cercanos. Amores frágiles es otro ejemplo de ese cine europeo pedante y altisonante, que habla y grita mucho, subestima el género que aborda y finalmente se revela como hueco en su contenido y forma.